Editorial CCM
La asunción al poder de la primera presidenta, titular del Ejecutivo, despierta expectativas amplias. Hace seis años, la llegada del saliente mandatario abrió fuertes esperanzas en la reconstrucción de un país agobiado y cansado, lastimado y muy herido. Un sexenio difícil, de luces y muchas sombras, eclipsado por una pandemia que impidió a miles de mexicanos ver el final de un sexenio, de desaparecidos y violencia.
La Iglesia católica de México ha alzado su voz de una forma contundente y fuerte, anunciado y denunciando. En este sexenio, sin embargo, ha perdido a diez de sus ministros y que, no obstante, en este editorial se dejan sus nombres como recuerdo perenne: Ícmar Arturo Orta Llamar, José Martín Guzmán Vega, José Guadalupe Popoca Soto, Gumersindo Cortés González, Juan Antonio Orozco Alvarado, José Guadalupe Rivas, Javier Campos Morales, Joaquín Mora Salazar, José Angulo Fonseca y Javier García Villafaña.
Muchos podrían decir que, a diferencia del sexenio anterior 2012-2018, el número de sacerdotes asesinados disminuyó considerablemente, pero no se trata de números. Nadie, ni uno, laico o sacerdote, debe morir bajo circunstancias violentas. A la par, los asesinatos de los padres Gallo y Morita, fueron el penoso hecho que abrió decisiones sin precedentes en la Iglesia de México como los diálogos por la paz, las jornadas de oración por la paz y la firma del Compromiso por la Paz que la presidenta de la República “firmó sin estar de acuerdo” con sus postulados.
No se puede dejar de lado la lamentable descomposición de la seguridad pública que ha puesto en peligro la seguridad e integridad de obispos, sacerdotes y fieles. En Chihuahua, después de los asesinatos de los jesuitas, una comunidad y su parroquia fueron balaceadas; arzobispos y obispos fueron detenidos por retenes ilegales; otros, fueron asaltados en carreteras despojándolos de sus bienes; cientos de templos son profanados por ser blanco de vulgares asaltos, el número de extorsiones crece, según cifras del Centro Católico Multimedial, hasta 900 en un año y entre 26 y 28 templos, entre capillas, oratorios, parroquias o rectorías que, semanalmente, habían sufrido algún tipo de delito, desde robos comunes hasta agresiones a fieles, sacerdotes o, peor aún, para ser profanados.
Todo esto no escapa a los lamentables hechos que ensucian la fama de notables obispos que han alzado su voz. El linchamiento mediático y en redes es constante, el “pan de cada día”, cuando la turba furibunda de adictos al gobierno de la transformación tacha a estos personajes con toda clase de adjetivos. Y algunos se libraron la muerte. Triste y célebre es el caso del obispo emérito de Chilpancingo-Chilapa a quien, en un juicio mediático sumario, le pusieron el sambenito que lo acusó de toda clase de perversiones y que, al final, pudo haber sido la cortina de humo que ocultaría el criminal deseo de desaparecer al obispo.
A ciencia cierta, nadie sabe cómo será la relación de Sheinbaum con la Iglesia. Un buen medidor serán los prelados que pudieran asistir a su toma de protesta. Invitado, sin duda, el nuncio apostólico; sin embargo, su presencia está en un “veremos” debido a que es uno de los delegados de México en el Sínodo de los Obispos que iniciará en Roma este 2 de octubre. Posible la asistencia del presidente de la CEM, Rogelio Cabrera López y de otros del Consejo de la presidencia, quienes han insistido en un “pasar la página” después de las elecciones de junio.
Al final, la nueva presidenta no puede eludir que la Iglesia católica conoce muy bien lo que pasa en este país y sufre con los miles de los fieles católicos. Y conviene que así sea porque la Iglesia mexicana realiza muchas labores que, al final, el saliente gobierno ha dejado de hacer, a pesar de los “otros datos” que dicen que estamos mejor que Dinamarca.
Por cierto, Dra. Sheinbaum, también en la Iglesia católica nos faltan dos… Los padres Carlos Ornelas Puga y Santiago Álvarez Figueroa… Desde hace 10 años, nadie sabe de ellos.