Editorial CCM / En últimas semanas, obispos de diversas diócesis han denunciado un preocupante aumento de robos y agresiones contra capillas y templos agraviando los sentimientos religiosos y, en de forma particular, la seguridad de las comunidades.
En Cuernavaca, el obispo Ramón Castro Castro, quien es también secretario general de la Conferencia del Episcopado Mexicano, alertó de la profanación a una capilla. El prelado aseguró que la sustracción de especies eucarísticas pararía en la consumación de actos contra la fe llamando al desagravio para reparar tales ofensas. No es la primera vez que sucede. En agosto de 2021, el obispo denunció la “inaudita ola de robos” cuando, en menos de 10 días, tres parroquias fueron objeto de robos.
En San Luis Potosí, el arzobispo Jorge Alberto Cavazos Arizpe lanzó la excomunión con un decreto publicado el 5 de mayo, contra “quienes cometieron el grave e infame delito del sacrilegio” por el hurto en la capilla de San Juan de las Flores de la misma arquidiócesis. El prelado llamó a los consabidos actos de desagravio para reparar la afrenta.
El 3 de mayo, otro acto preocupante se cometió en Magdalena de Kino, arquidiócesis de Sonora, cuando un sujeto profanó el recinto emprendiéndola contra imágenes religiosas y utensilios del culto. El lugar es considerado un monumento histórico porque que ahí yacen los restos del misionero Eusebio Francisco Chini, el famoso Padre Kino, evangelizador de Sonora y Arizona.
No obstante, otro hecho se había dado con consentimiento eclesiástico cuando se difundió que un rapero, el 23 de abril, filmó un musical al anterior del Santuario de Guadalupe parodiando una misa disfrazado de cura dando la comunión con carrujos de mota. Tal personaje ha hecho apología del delito en su música, además de defender la propagación de vicios y el uso libre de estupefacientes.
La arquidiócesis de Hermosillo ya había sufrido un robo en agosto de 2021 cuando grupo de hombres ingresaron a la catedral metropolitana de Hermosillo con la intención de saquear el recinto. En esa ocasión, los delincuentes destruyeron la custodia con el Santísimo que se encontraba expuesto en el templo.
El Centro Católico Multimedial ha documentado que, aproximadamente, entre 25 y 28 templos, desde capillas hasta grandes recintos, son blanco de la delincuencia. Desde robos vulgares, pasando por amagos, amenazas a los fieles, secuestros exprés, extorsiones o, lo más grave, el asesinato de sacerdotes, el seguimiento por más de una década demuestra cómo se ha degradado el sentimiento religioso y de respeto a lo sagrado.
En 2019, señaló que el robo a templos tenía el mayor porcentaje de eventos en más del 90 por ciento donde solitarios ladrones ingresan a los recintos para sustraer bienes; el robo a fieles constituye aproximadamente el 5 por ciento de los casos aproximadamente debido a la inseguridad de las zonas donde se encuentran los templos a los que se ha determinado cerrar sus puertas por la noche ya que no hay ninguna clase de garantía y, finamente, los ataques directos por odio a la fe para profanar especies eucarísticas, el robo con fines sacrílegos de hostias consagradas o el desprecio y burla a los lugares sagrados por diversas conductas o manifestaciones ideológicas.
¿Qué está sucediendo? ¿Por qué se atenta de esa forma sobre estos recintos? Antaño, un templo era intocable, impensable se cometiera un delito, pero la mutación de valores provoca la ausencia de cualquier respeto a la ley o temor piadoso. Y desde la Iglesia católica es obligada la reflexión. ¿Hasta dónde también hay una responsabilidad de la Iglesia por esta desacralización? Porque los recintos sacros también han perdido esta aura de santidad cuando se toman como cualquier local, auditorio o, peor aún, como espacios donde se pueden promover cualquier idea contraria al evangelio. Profanaciones y blasfemias que, lejos de terminar, continuarán a la par de la apología del delito, la relativización de la dignidad humana y la degradación de los valores humanos y religiosos.