Editorial CCM / Mientras millones de mexicanos se preparan para conmemorar estas fechas, la Semana Santa vuelve a ser de las experiencias más significativas, de conversión y fe, de un pueblo nominalmente católico; sin embargo, muchas veces la realidad opaca este espíritu de renovación que debería caracterizar los días santos. La crisis de los derechos humanos, la persistencia de la inseguridad, marcada por la implacable violencia del crimen organizado, los enfrentamientos entre cárteles y la fragilidad institucional, plantea un desafío crítico para los gobiernos de todos los niveles y el pueblo católico de México
Vivir la Semana santa es adentrarnos a la pasión del Señor, humillado, flagelado y crucificado. Eso mismo viven miles de personas en carne propia. “Cristos modernos” azotados por los latigazos del dolor y obligados a cargar cruces cada vez más pesadas debido al horror, la corrupción e impunidad. En los últimos días, México enfrenta la violencia que no cede y refleja una normalización alarmante de la brutalidad. La fragmentación de cárteles han intensificado las disputas territoriales dejando a comunidades enteras atrapadas en el fuego cruzado. Guanajuato, Michoacán, Sinaloa y Chiapas viven atados al pilar de la flagelación cuando los latigazos del crimen los siguen desangrando, incluso la Ciudad de México, presumida como un bastión de relativa seguridad, registra un repunte preocupante de homicidios y enfrentamientos que flagelan a los capitalinos que no viven en paz.
En otras naciones en guerra, Semana Santa 2025 es un período de tregua; para nosotros, los antecedentes no invitan a que esto puede suceder. En 2024, la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana del gobierno de la República reportó 139 homicidios dolosos durante Jueves y Viernes Santo, cruel recordatorio de que ni siquiera las fechas sagradas están exentas de la barbarie.
La retórica de las autoridades choca con la realidad e impone una pesadísima cruz a regiones enteras del país. Cruces sostenidas por la militarización de la seguridad pública como la mejor respuesta, mientras los golpes estrepitosos y la captura de líderes criminales, lejos de debilitar a los cárteles, ha desatado a los perros de la guerra, ansiosos de sangre, evidenciando el fracaso de las estrategias de seguridad.
Pesada cruz la del pueblo de México cuando sus niños y jóvenes son obligados y, por no haber oportunidades, captados por las redes delincuenciales. Se estima que las crifras del escándalo pueden oscilar entre 30,000 y 40,000 menores reclutados anualmente por el crimen organizado, atrapados en un ciclo de explotación y crueldad. Las desapariciones forzadas, los feminicidios y el desplazamiento interno, que podría afectar a casi 400,000 personas, son heridas abiertas abiertas de quemantes látigos, recuerdo de que la capacidad del Estado ha sido rebasada sin la posibilidad de dar seguridad y alivio a los ciudadanos.
Pero la Semana Santa no solo es un momento de fe, también de resistencia para miles de familias que buscan a sus seres queridos o que viven en miedo e incertidumbre. Hay miles que, como Nicodemo, ponen alma, vida y corazón para compartir la carga de los pesados maderos de tormento que llevan a cuestas las madres buscadoras o quienes viven el dolor por la pérdida de sus seres amados o los miles que han sufrido a consecuencia de la normalización de la violencia. Ellos son los justos que trabajan por la paz.
Después de nuestra Cuaresma, la Semana Santa 2025 inicia con esperanza y luto. Miles de procesiones y celebraciones de la pasión y muerte del Señor convivirán con titulares de masacres y operativos policiales. Flagelos y cruces que no son destino final e inevitable; sin embargo, exigen voluntad, espíritu e inteligencia para hacer posible un compromiso inquebrantable con la paz en un México que ya no puede seguir siendo azotado y eternamente crucificado.