Editorial CCM / Sonrientes en un mesa, cara a cara, los representantes del Diálogo Nacional por la Paz , por un lado, los representantes del Diálogo encabezados por el presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano y, del otro, el gobierno de la República, liderados por la secretaria de Gobernación, en una reunión esperada para converger en coincidencias y plantear urgencias en un México que parece desbordarse en violencia y sediento de sangre.
La reunión, se asegura en un comunicado, quiso fortalecer vínculos para el diálogo asegurando canales permanentes y de “buenas prácticas” en seguridad, justicia y de reconstrucción del tejido social, unas cuantas líneas para dar a conocer verdades de perogrullo y urgencias evidentes, tal vez en el debido marco de la cortesía institucional formulando urgencias que no desentonen o provoquen el descontento de los tenedores del poder ante el evidente descontrol que perfila a este sexenio como el de su antecesor.
Pocas veces podemos conocer las “letras chiquitas” de este estilo de reuniones de alto nivel. En sus exigencias, el Episcopado Mexicano y la Iglesia católica han demandado al gobierno garantías de seguridad que, de boca y en el papel del gobierno, aseguran fecundas promesas y contundentes acciones que, en la realidad, son fatuos discursos y endebles actos. Tampoco hay que olvidar. Se guarda memoria de la soberbia actitud de la candidata Sheinbaum quien firmó el Compromiso por la Paz “bajo protesta”, arguyendo que la guerra la hacían otros sin aceptar el diagnóstico de la Iglesia, particularmente crítica por la escalada de la militarización de la seguridad pública.
A la par, el recrudecimiento de la violencia en estos pocos días de gobierno alcanzó a la Iglesia con el asesinato del padre Marcelo Pérez. La Jornada Nacional de oración con una multitudinaria peregrinación en Chiapas demostró que promesas y palabras distan mucho de la agonía y lacerante realidad de comunidades enteras del país. En esa Jornada Nacional se exigió al gobierno adoptar medidas urgentes para garantizar la seguridad de agentes de pastoral, una clara necesidad que hace pensar que en este país hay otros más como el padre Marcelo cuya vida corre peligro por sus actividades pastorales.
¿La disposición de la Iglesia ha caído en terreno fértil? El Diálogo Nacional por la paz y la reconstrucción del tejido social poco a poco ha resarcido el mal provocado por otros que no han sido perseguidos para reparar los daños. Y la Iglesia lo hace con sus propios recursos, a la vez lastimada y muy agobiada, a través de sus agentes de pastoral y no pocos obispos que han gastado y arriesgado sus vidas para anunciar y denunciar eso que han hecho los corruptores solapados por funcionarios, instituciones policías y militares de alto nivel quienes, por cierto, no estuvieron presentes en la reunión que sostuvieron en la Secretaría de Gobernación.
Calificada como “estratégica”, ese encuentro mantiene una esperanza que debe observarse con reservas. La palabra del político ya está muy devaluada. Si no, miremos el desastre en el que estamos. Un desastre en nombre de la “transformación”.