A mis mujeres, guerreras sin fusil

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Alicia Hernández / Arquimedios de Guadalajara.- Entre balazos y toques de queda, quien fuera mi bisabuela tuvo que trabajar a sus escasos 10 años. La Revolución Mexicana estaba en su máximo apogeo, corría el año de 1910 y paralelamente se escribía la historia de Chayis, como le llamaban en casa, sin padre y con una mamá al cuidado de sus cuatro hijos. Partieron de Jalisco a la Ciudad de México. ¿Quién imaginaría que el oficio de trampeadora, que consistía en rellenar de cerezas, cajeta y almendras los elegantes y calientes moldes de cacao fuera el sostén familiar?

Años más tarde, con la llegada de su hija, mi abuela, forjó un mejor futuro para su primogénita. A mi abuela la recuerdo con el aroma que venía de su cocina, tortillas de comal, sopa de pasta y un olor que seguramente fue secreto, porque jamás lo he vuelto a percibir. La acompañaba su fe hacia la Virgen María y un anhelo incesante de ser ingeniera química; recuerdo su habilidad para comprender los componentes y elementos de las sustancias.

La vida la llevó por otro camino y aquel deseo de trabajar en un laboratorio quedó guardado en un cajón, así como las ganas de escribir. Debo confesar que traía la poesía en sus venas. La historia se tejió distinta para mi madre, quien tuvo la oportunidad de estudiar. Quizás no imaginó que debería poner en práctica su conocimiento al adentrarse a un mundo ejecutivo, cuando el sueño de ser esposa desapareció al morir el amor de su vida.

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No había opción, yo estaba pequeña y había que sacarme adelante a como diera lugar. Fue difícil entrar en una vida laboral donde los hombres dominaban los espacios ejecutivos y las mujeres debían estar en casa, los prejuicios eran el pan de cada día. A pesar del esfuerzo, el salario era insuficiente, así que por las noches en el perchero colocaba su atuendo de trabajo, mientras que, con ropa cómoda, subía las escaleras a su cuarto de tejido; dos máquinas y decenas de coloridos hilos la aguardaban. Diseñaba prendas para niños y adultos que remataba a gancho, pacientemente, hasta el amanecer. Después, a dormir solamente tres horas, suficientes para empezar otro día.

A través del tiempo, las niñas y las mujeres han tenido contribuciones extraordinarias en sus comunidades y en sus núcleos más íntimos, en el anonimato o públicas, cada una de ellas sosteniéndose en su propia experiencia de vida. Escribir relatos reales de las mujeres no terminará el objetivo de visibilizar problemáticas que persisten en la actualidad. Reconocer el largo camino que han recorrido nos permite reivindicar y reconocer su esfuerzo en las sociedades que transitaron, y marca el inicio para una mayor reflexión que nos aliente a ponderar una equidad social. La voz de las guerreras debe continuar siendo clara y consistente sin bajar la guardia, haciendo eco en la memoria de las nuevas generaciones, el legado que nos dejó cada una de ellas que luchó contra la adversidad.

Necesitamos condiciones que protejan nuestra integridad, empaticemos juntas sin prejuicios ni estereotipos con amor, con sororidad, con una mirada solidaria que nos identifique como mujeres convencidas que los derechos humanos nos corresponden a todas y todos en la infancia y en la adultez.

https://www.arquimediosgdl.org.mx/editorial/a-mis-mujeres-guerreras-sin-fusil/

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