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Papa Francisco: «No diré una sola palabra», gritos generales y silencios vaticanos, los gays pequeños al psquiatra.

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«L’ho letto questa mattina. Devo dirvi questo: leggete voi attentamente e fatevi un giudizio. Non dirò una parola su questo. Credo che il comunicato parli da sé. Avete la capacità giornalistica per fare le conclusioni. È un atto di fiducia in voi. Vorrei che la vostra maturità professionale facesse questo lavoro».

Esta es la respuesta del Papa Francisco a las graves acusaciones que contiene el testimonio de Carlo Maria Viganò. Creemos que se comentan por si solas. Se han terminado las sonrisas y las bromas y las cosas se ponen serias. Las acusaciones son gravísimas por quien las hace y por quien las recibe. No se nos puede olvidar que estamos hablando de delitos penales gravísimos en las legislaciones de todos los países. Esto no es un juego de «progres y carcas». McCarrick tenía que estar en la carcel por lo que ha hecho. Abusos terribles y asquerosos de todo tipo y ,lo que es más grave, usando y abusando del poder que la iglesia le había confiado. «No diré una palabra sobre esto» es una respuesta que deja en muy mal lugar porque es la única vez que la locuacidad pontificia, sobre todo en las alturas, se ve sumida en el más absoluto, buscado y rotundo silencio.

Es cierto que Viganò no tiene grandes simpatías por el pontífice y parece que tampoco el pontífice por Viganò. Aquí no se trata de simpatías o antipatías sino de acusaciones penales de encubrimiento de delitos graves. Nos suponemos que las víctimas de abusos no tienen mucha simpatía por sus abusadores y eso no invalida su testimonio. Creemos que Viganò, considerado hombre de gran inteligencia, está intentando dejar muy clara su responsabilidad en todo esto. Es evidente que toda la cadena de mando, lo diga o no Viganò, sabia los de McCarrick y mucho más. Lo contrario sería tomarnos el pelo. Es evidente que no se ha actuado ante delitos gravísimos. Las actividades de McCarrick son públicas. La pregunta es quien es el responsable de todo este desaguisado. En el Vaticano son maestros en hacer pasar los temas delicados de una mesa a otra escarbando en los reglamentos para encontrar argumentos con los quitarse el muerto de encima. El dilatar la solución suele ser el sistema para esperar a que el tiempo lo resuelva. Cuando hablamos de delitos tan graves las víctimas esperan una respuesta y si esta no llega el recurrir a la publicación de lo sucedido entra dentro de lo normal como una forma de presionar para que a quien corresponda tome una decisión.

Viganò se ha encontrado en medio de una complicada situación que tiene repercusiones penales muy serias en Estados Unidos. La inmunidad diplomática existe pero no es muy justificada si viene utilizada para cubrir semejantes delitos. Es cierto que se ha producido una violación, que el justifica, del secreto de oficio y del pontificio que lleva unidas penas muy graves. También es cierto que no es legítimo escudarse en los secretos para no denunciar situaciones de tal gravedad. El conocimiento de un delito en el ejercicio de la profesión conlleva la obligación de denunciarlo. El Vaticano tiene un sistema jurídico peculiar al ser la única monarquía absoluta existente que hace que una denuncia, como la entendemos en los sistemas jurídicos modernos, sea muy complicada. El monarca puede hacer lo que quiera y su palabra es la ley. Esto es lo que a nuestro entender está cambiando. Si el papa se equivoca en temas tan graves y el mismo ha reconocido que «hemos» actuado mal, alguna consecuencia tiene que tener.

La autoridad se puede ejercer por la fuerza pero no creemos que esta sea la forma adecuada de entenderla en la iglesia. Cuando los textos sagrados nos dicen que Jesucristo hablaba con autoridad no se refieren a que actuaba con un ejercito detrás o con excomuniones y amenazas. Se refieren a que hablaba con «Verdad» y que «no había engaño en su boca». En quien ha perdido la autoridad el uso de la fuerza se convierte en despótico y para aquellos que son perseguidos en un verdadero honor.

El testimonio Viganò ha oscurecido con su silencio el resto de las  afirmaciones del pontífice que, como siempre, nos ha dejado alguna que otra perla. Los gays grandes  no tienen mucha solución pero a los gays pequeños se les tiene que llevar al psquiatra. Esta es la increíble afirmación de altura que nos ofrece el Papa Francisco. El problema no es el fondo del asunto sino el tamaño del animal. Esperemos que tan sublime pensamiento no sea introducido en el catecismo. ¡ Cuanto añoramos las explicaciones del recordado padre Lombardi diciéndonos lo mal que entendíamos las cosas del pontífice ! Del «quien soy yo para juzgar» hemos pasado al «juzgad vosotros». En esa estamos.

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos!

Buena lectura.

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