Al final, este ñor se salió con la suya y colocó en Washington a su peón en San Diego. Veamos el lado bueno: el nuevo prelado tiene casi 71 años; presentará su renuncia en cuatro, tal vez con un nuevo pontífice (digo «tal vez» porque vaya usted a saber lo que dura ese ñor de Roma). El nuevo pontífice puede hacer tres cosas, que enumero a continuación. Primera: ponerle un coadjutor que le quite todos los poderes. Segunda: aceptar su relevo cuando cumpla los 75. Tercera: dejarlo en su puesto pasada la fecha de dimisión. Veremos (si nos dejan) qué pasa. Por cierto: sin contar al excardenal Macarra, tenemos ya tres purpurados más en Washington: el Sibilino, el Negrito Zumbón y el Sandieguito. Vaya tres patas para un banco. Se necesita una reforma que impida radicalmente que haya dos purpurados votantes en el mismo cargo curial o en la misma diócesis. Ya vale de tanto tocar las narices con arbitrariedades. Universalidad de la Iglesia, sí, pero sin trampas ni subterfugios.