«Catholica» es una revista internacional de cultura, política y religión, editada en Francia, que en sus más de treinta años de vida ha alternado firmas prestigiosas en sus respectivos campos y orientaciones, desde Émile Poulat a Robert Spaemann, desde Ernst Wolfgang Böckenförde a Vladimir Bukowski, desde Stanislaw Grygiel a Thierry Wolton, desde Jacques Ellul a Pietro De Marco.
La dirige Bernard Dumont, quien en el último número de la revista, recién salida de imprenta, firma el siguiente editorial, leíble on line también por los que no están abonados:
La «palabra» que Dumont pide con insistencia como urgente es la que debería romper el “inverosímil» silencio de la casi totalidad de los cardenales y obispos – exceptuados los firmantes de los «Dubia» y de poquísimos otros – frente a la disolución de la forma tradicional de catolicismo, ejecutada por el pontificado de Jorge Mario Bergoglio, o en otras palabras, frente a ese final del «catolicismo romano» denunciado en Settimo Cielo por el profesor Roberto Pertici.
Pero en este último número de «Catholica» se eleva también una voz – no de un cardenal ni de un obispo, sino de un monje benedictino y teólogo valioso – que analiza y critica a fondo la que es probablemente la más radical subversión en acto en el catolicismo de estos tiempos: la que asigna el primado ya no al sacramento – «culmen y fuente» de la vida de la Iglesia, según las palabras del Concilio Vaticano II – sino a la ética.
Es la subversión que subyace, en especial, tanto en la nueva disciplina de la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, como en la llamada “intercomunión” entre católicos y protestantes.
Giulio Meiattini, el autor de este análisis crítico, la ha expuesto en la forma más profunda en un libro publicado por él a comienzos de este año:
Mientras que en la entrevista publicada en el último número de «Catholica» él expone los fragmentos salientes, de los que a continuación se reproducen los pasajes más significativos.
Dom Meiattini, monje en la abadía benedictina de la Virgen de la Escalera, en Noci, es docente en la Facultad Teológica de Puglia y en el Pontificio Ateneo San Anselmo, de Roma.
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«AMORIS LAETITIA» Y EL OLVIDO DE LOS SACRAMENTOS
por Giulio Meiattini OSB
(fragmentos tomados de la entrevista en «Catholica», n. 140)
NO DISCERNIMIENTO, SINO ASTUCIA
La situación de confusión es evidente. Naturalmente, está quien niega que se trate de confusión, considerando que esto es el resultado positivo de un gobierno eclesial tendiente “a iniciar procesos más que de poseer espacios” (cf. «Evangelii gaudium», n. 223). En consecuencia, el primer discernimiento que hay que hacer sería precisamente sobre la naturaleza de esta situación: ¿la confusión, los desacuerdos entre obispos sobre puntos doctrinales sensibles, pueden ser frutos del Espíritu? Me parece que no. Discernir significa también comprender si es el caso de generar procesos, en ciertos campos o no, y también con cuáles ritmos, modalidades y objetivos.
Observemos, por ejemplo, el modo con el que se ha llegado a la nueva disciplina para los “divorciados que se han vuelto a casar”.
Después que la exposición del cardenal Kasper frente al consistorio, por así decir, había preparado el terreno, los dos sínodos, con un año intermedio de encendidas discusiones, no llegaron a dar a luz una línea común sobre el problema discutido. Quien lee los informes de los «circuli minores» del sínodo del 2015 se da cuenta muy bien que sobre el punto en cuestión no había una orientación compartida.
Pero sí se entiende algo: que la amplia mayoría de los Padres [del sínodo] no había madurado la convicción de cambiar la disciplina tradicional. Tanto que los redactores de la «Relatio finalis», respecto al punto controvertido, se cuidaron muy bien de introducir las novedades.
Pero – he aquí otro pequeño paso – redactaron las fórmulas de tono incierto que, aunque no preveían el acceso a los sacramentos, por así decir, cambiaban la atmósfera.
Así fue suficiente la “no oposición” a esas fórmulas vacilantes (que reunieron con esfuerzo los dos tercios de los votos) para permitir otro pequeño paso posterior: un par de pequeñas notas ambiguas en «Amoris laetitia», que no afirman y no niegan, pero que permiten entender una cierta dirección.
Este pasaje ulterior quebró los frentes interpretativos, hasta que en el otoño de 2017 – otro paso – se agregó la aprobación oficial del Papa a los “Criterios” de los obispos de la Región de Buenos Aires sobre el capítulo VIII de «Amoris laetitia».
Pero esos criterios, si se es honesto, no son una simple interpretación de «Amoris laetitia». Esos criterios agregan y dicen cosas que no están en «Amoris laetitia» y que, sobre todo, jamás habían sido aprobadas en los sínodos y jamás lo serían […].
De este modo, mediante pequeños pasos sucesivos, en el transcurso de tres años se dio un paso muy grande y la disciplina fue cambiada lentamente, pero me parece que ciertamente no en forma sinodal.
Puedo equivocarme, pero este «modus operandi» no es discernimiento, más bien es astucia. En lugar del diálogo argumentado y abierto (¡los famosos «Dubia» jamás recibieron una respuesta!), se afirma la estrategia de la persuasión y de los hechos consumados.
LA FE REDUCIDA A ÉTICA
Entre las exigencias éticas y el fundamento sacramental de la existencia cristiana, el centro es indudablemente el sacramento, el cual es comunicación al creyente de la gracia que salva y, en tanto es acogida y transforma al hombre, también es acto de glorificación, doxología. […] La ética no es ni la primera palabra ni la última.
Pero en «Amoris laetitia» se sigue la lógica contraria: se parte de categorías extraídas de la ley natural y de principios de ética general (los atenuantes, la relación entre norma universal y situación subjetiva, la no imputabilidad, etc.) y a partir de estas premisas mayores se extraen las consecuencias para la pastoral de los sacramentos.
De ese modo, la dimensión de lo simbólico y de lo sacramental que debería fundamentar, abrazar y trascender la esfera moral pierde la propia relevancia y se convierte en un simple apéndice de la ética. […] La demostración está dada por el hecho que el pecado de adulterio pierde concretamente la propia relevancia pública vinculada al aspecto testimonial del sacramento y puede ser remitida al “fuero interno”, sin que frente a la comunidad se deba dar razón de por qué un cónyuge que contradice en público el signo sacramental de la fidelidad se acerque públicamente a la Eucaristía.
En síntesis, el resultado de las opciones elegidas de «Amoris laetitia» es la reducción de lo sacramental a lo moral, es decir, de la fe a la ética, lo que no me parece que sea una mera cuestión pastoral. Aquí está en juego algo que es esencial en la forma cristiana.
¿UN «PESO TREMENDO»?
Sinceramente, no entiendo cómo un obispo, sobre todo el de Roma, puede escribir frases de este tipo: “No hay que arrojar sobre dos personas limitadas el peso tremendo de tener que reproducir en forma perfecta la unión que existe entre Cristo y su Iglesia” («Amoris laetitia», n. 122).
Aquí tenemos la ejemplificación evidente de todo lo que afirmábamos en forma general: si se prescinde del sacramento, la ética evangélica, reducida a norma general, se convierte en un “un peso tremendo”, como lo es, por el contrario, la ley mosaica, más que ser “un yugo suave y una carga ligera”. ¿Qué resultado tuvo en esta perspectiva el efecto transformador del sacramento? […] Entonces podremos preguntarnos si exhortar a testimoniar la fe en Cristo, hasta derramar nuestra sangre, no es un peso todavía más tremendo, como para cargarlo en las espaldas de la gente. […]
A esto se puede llegar solamente si se acostumbra a concebir al cristianismo – quizás sin darse cuenta – como ética.
«SIMUL IUSTUS ET PECCATOR» [JUSTO Y PECADOR A LA VEZ]
«Amoris laetitia» llega a decir que aun cuando se viva exteriormente en una situación objetiva de pecado, a causa de los factores atenuantes se puede estar en gracia e incluso “crecer en una vida de gracia” (n. 305).
Es claro que si las cosas son así, la interrupción entre sacramento y obrar moral, ya evidenciada anteriormente, lleva a resultados comparables a la concepción luterana del «simul iustus et peccator», condenada por el Concilio de Trento.[…] De este modo, se puede ser al mismo tiempo justos (frente a Dios, invisiblemente) y pecadores (frente a la Iglesia, visiblemente). Las obras no llegan a tener más importancia en el “discernimiento” de la gracia.
¿LA COMUNIÓN CATÓLICA TAMBIÉN A UN BUDISTA?
La dirección que se está delineando en torno a la intercomunión entre católicos y protestantes obedece a la misma lógica: no es el realismo simbólico el que determina la elección, sino la simple valoración de la presunta condición interior: si un protestante está presumiblemente en estado de gracia (en base a los atenuantes de la ignorancia invisible, de la responsabilidad disminuida, de la vida honesta, etc.), ¿por qué no podría recibir la Eucaristía católica? Tal vez no nos damos cuenta que plantear la cuestión de este modo podría estimular a hacer el mismo razonamiento de una vida buena y justa para un budista o un hindú. Manipular la relación entre moral y sacramentos, puede llevar al final a concepciones eclesiológicas no católicas.
Antes que la astucia y que la audacia que son mecanismos debe existir una decisión fundada en algo tan serio que lleve a desacralizar la Iglesia. La pregunta es existe ese fundamento como una delegación de Cristo o se trata de algo sin fundamento como una «buena idea» o «un parecer» o en definitiva «un capricho»?.
Antes que un luterano comulgue en la Misa es necesario preguntarse para qué fue a Misa, qué lo llevó a Misa, qué hizo desde que ingresó al Templo, conoce la liturgia, siguió el rito, rezó las oraciones y contestó al celebrante, rezó el Credo, en la consagración qué contesta al celebrante cuando afirma «este es el Sacramento de nuestra Fe», cree realmente en la transubstanciación, porque si realmente está «presente» en la Misa ese luterano ha dejado de serlo.
Very sad truth
Interesante artículo en el que se podría matizar lo siguiente: No se arrojaría el peso tremendo sobre el justo sino sobre el pecador (como el que robando para dar cobijo o alimento a su familia no pudiese devolver lo sustraído). La moral sigue al dogma por lo que éste es siempre irreductible como ocurriría con cónyuge protestante, un bautizado casado según el canon de la Iglesia Católica, cuya inclusión y participación plena podría darse a través de la Confirmación (irreductibilidad del sacramento).
Por menos se hizo el «saco» de Roma…pero ya no quedan agallas entre los españoles para sacar a patadas a tanto maricón hereje del Vaticano.
Magnífico artículo, pedagógicamente muy bien expuesto que retrata, una vez más, la deriva en que la Iglesia Católica se encuentra en estos momentos. Sus muros ya no tienen grietas, como en tiempos de Pablo VI, sino que están están prácticamente derruidos; y la demolición se realiza desde dentro.