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En el país del matriarcado

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Es Paraguay, meta final del viaje latinoamericano del Papa Francisco. Una nación que sólo las mujeres supieron salvar en un momento crucial de su historia. Y que aún vive del  legado de las «Reducciones» de Sandro Magister

ROMA, 6 de julio de 2015 – De los tres países sudamericanos que Francisco ha empezado a visitar ayer, Paraguay es tal vez el que siente más cerca de su corazón. El Papa habló de él hace dos veranos, durante su viaje de vuelta de Río de Janeiro, con palabras que a muchos les sonaron enigmáticas: «Para mí, la mujer de Paraguay es la mujer más gloriosa de América Latina. Después de la guerra, quedaron ocho mujeres por cada hombre, y estas mujeres tomaron una decisión difícil, la decisión de tener hijos para salvar la patria, la cultura, la fe y la lengua». Pocos conocían la catástrofe a la que hacía referencia el Papa Francisco: la guerra de hace un siglo y medio en la cual los ejércitos de Brasil, Argentina y Uruguay eliminaron a nueve de cada diez hombres adultos paraguayos y dividieron el territorio de ese estado (en la ilustración, un momento de esa guerra en una obra de Cándido López, siglo XIX). La Enciclopedia Británica estima que la población paraguaya pasó en esos pocos años de 1.337.439 habitantes a 221.079 supervivientes, es decir, apenas el 17 por ciento del total. En el último suplemento mensual «Donne Chiesa Mondo» de «L’Osservatore Romano», Romina Taboada Tonina, de la embajada de Paraguay ante la Santa Sede ha escrito: «Quedaron sólo viudas, huérfanos, madres, hijas y hermanas indefensas que, a pesar de todo, llevaron adelante un país reducido en cenizas, haciendo sobrevivir su fe, su lengua y su cultura. El matriarcado que se creó en ese momento permitió que Paraguay no muriera». Y sin embargo, antes de esa hecatombe, Paraguay era la mayor potencia del subcontinente, la más moderna y avanzada. No solo. Había sido durante casi dos siglos el epicentro de una de las más extraordinarias empresas de evangelización y civilización jamás intentadas en la Iglesia católica: las Reducciones, ideadas y realizadas por los jesuitas. Hoy, estos dos grandes capítulos de la historia de Paraguay siguen dejando su huella, que el cardenal Pietro Parolin ha resaltado en la vigilia del viaje del Papa a ese país. En una entrevista al Centro televisivo Vaticano el cardenal secretario de Estado ha hecho notar que la visita de Francisco a Paraguay se incluye en un trienio dedicado por esa Iglesia nacional a la evangelización de la familia. Paraguay, ha añadido, «es uno de los países más jóvenes del mundo, en el cual las familias son sólidas y numerosas, también por el compromiso a nivel constitucional en defensa de la vida desde su inicio hasta su final». Pero donde no faltan «las familias monoparentales, donde la madre lleva sola todo el peso». También el arzobispo de Asunción, Edmundo Ponciano Valenzuela Mellid, ha adelantado en «L’Osservatore Romano» que el Papa Francisco seguramente «celebrará a la mujer paraguaya por su capacidad de mantener viva la cultura, la lengua y la fe cristiana». Sobre el papel extraordinario que han tenido las mujeres de Paraguay en la salvación de su patria de la destrucción, el suplemento mensual «Donne Chiesa Mondo» de «L’Osservatore Romano» ha dedicado dos artículos en su último número dedicado al viaje del Papa Francisco a Ecuador, Bolivia y, precisamente, Paraguay: > Le donne latinoamericane El primero de los dos artículos es de Beatriz González de Bosio, de la Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción, en la capital, y lleva por título: «El país de las mujeres. El heroico servicio durante la trágica guerra de la Triple Alianza, modelo aún actual para las nuevas generaciones». El segundo, ya citado antes, es de Romina Taboada Tonina, de la embajada de Paraguay ante la Santa Sede y concierne el papel de las mujeres paraguayas en la recuperación postbélica y lleva por título: «Se volvió a empezar con el matriarcato». Pero para una lectura más completa de la historia de este país llega puntual un artículo en «L’Osservatore Romano» del 2 de  julio de Giampaolo Romanato, profesor de historia de la Iglesia de la Universidad de Padua y miembro del Pontificio Comité de Ciencia Históricas. El profesor Romanato ha estudiado a fondo la historia de Paraguay y es uno de los mayores expertos en las Reducciones. A propósito de las cuales www.chiesa ya publicó hace tres años una sugestiva intervención suya: > Música nueva y antigua, desde la selva del Paraguay (4.1.2012) El articulo de Romanato, reproducido a continuación, termina recordando la «luminosa figura» de Juan Sinforiano Bogarín, obispo de Asunción de 1894 a 1949 y gran artífice de la reconstrucción y reconciliación de su país. Pero tampoco se puede ignorar que la institución eclesiástica paraguaya ha tenido en estos últimos años serios patinazos: desde el caso del obispo Fernando Lugo reducido al estado laical y elegido presidente de 2008 a 2012, a la no clara destitución a la fuerza, en octubre pasado, del obispo de Ciudad del Este, Rogelio Ricardo Livieres Plano, caso sobre el que www.chiesa proporcionó entonces una amplia documentación: > El obispo destituido en Paraguay. La palabra a la defensa (2.10.2014) El programa y los discursos del viaje del Papa Francisco a Ecuador, Bolivia y Paraguay: > Viaje apostólico 5-13 de julio de 2015 Y ahora cedemos la palabra al profesor Romanato. __________ ÁNGELES CON EL ROSTRO DE INDIO de Gianpaolo Romanato La historia de Paraguay está dividida por un acontecimiento catastrófico: la guerra contra Brasil, Argentina y Uruguay que se prolongó durante cinco interminables años, de 1865 a 1870. Es el conflicto conocido como «guerra de la Triple Alianza», el acontecimiento bélico más sanguinario de toda la historia, ya de por sí violenta, de la América del Sur poscolonial. Murieron centenares de miles de personas – el recuento exacto no se ha hecho nunca –, hasta el punto que resultó completamente aniquilada la población masculina, niños incluidos. La salvación de Paraguay se debió entonces a las mujeres, como recordó el Papa Francisco volviendo de la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro. Fue un trauma que cambió la historia del país y que aún perdura como una pesadilla en la memoria colectiva. En los cincuenta años precedentes a la guerra, Paraguay, bajo los gobiernos personales de Gaspar Rodriguez de Francia (una de las figuras más discutidas y originales de la historia latinoamericana poscolonial) y de los dos López – el padre, Carlos Antonio, y el hijo, Francisco Solano – había crecido más que todos los estados limítrofes, proponiéndose como la mayor potencia regional, con un amplio sistema de instrucción popular, una prometedora red ferroviaria (la antigua estación de Asunción sobrevivió y es hoy una atracción turística), un ejército eficiente. En el origen de este boom paraguayo estaba la gran multitud de asesores europeos llamados por Francisco Solano López para dirigir el desarrollo del país. Un nombre vale por todos: el arquitecto italiano Alessandro Ravizza, que proyectó los mayores edificios públicos, incluida la fachada de la catedral de Asunción. Pero seguía la incertidumbre en las fronteras, aún inciertas y precarias tras el desmembramiento del imperio español. Estas tensiones fueron las que provocaron la guerra, de la cual el país salió no sólo despoblado, sino también amputado de casi la mitad de su territorio – tuvo que ceder cuatrocientos mil kilómetros cuadrados a Brasil y Argentina –, sometido durante años a una ocupación militar y obligado a pagar unas indemnizaciones que desequilibraron gran parte de sus estructuras sociales y económicas: escuelas, industria, ferrovías. Una auténtica catástrofe, que corrió el riesgo de borrar a este país del mapa y modificó todos los equilibrios sucesivos políticos de la zona. La repoblación fue lenta y dificultosa, ayudada por la emigración europea, que trasformó radicalmente la composición étnica, antes ampliamente mestiza. De los muchos emigrantes italianos que contribuyeron a su recuperación algunos han dejado recuerdos duraderos y han entrado en la historia paraguaya. Desde Silvio Pettirossi, un pionero de la aviación acrobática al que está dedicado el aeropuerto de la capital donde aterrizará el Papa, a Luigi Balzan, hermano mayor de Eugenio (el artífice principal de la fortuna del «Corriere della Sera»), que enseñó durante algunos años en Asunción antes de lanzarse a un arriesgado viaje de exploración a través de Argentina, Perú y Bolivia que le llevó a una muerte prematura. El más conocido entre los emigrantes de Italia – Guido Boggiani, uno de los fundadores de la antropología moderna – abandonó una prometedora carrera artística en la península (era un pintor de reconocido talento) para dedicarse al estudio de las poblaciones nativas del Chaco. La identidad histórica de Paraguay, sin embargo, permanece anclada al periodo colonial, cuando se desarrolló el célebre experimento misionero de las Reducciones, las misiones jesuitas entre los guaraníes, florecidas entre principios del siglo XVII y la segunda mitad del siglo sucesivo: el «cristianismo feliz», como lo llamó Ludovico Antonio Muratori en un libro que aún se publica y se lee. Las treinta Reducciones, con una población de casi 150.000 personas, surgían en el sur del país, en una región que sigue llamándose Misiones. Eran aldeas imponentes, construidas según un esquema urbanístico uniforme que sigue caracterizando muchos centros menores del país, con la plaza en el centro, las casas de los indios en tres lados y la majestuosa iglesia sobresaliendo en el cuarto lado. La construcción de las iglesias, en estos lugares alejados de todo y de todos, plantearon innumerables problemas, resueltos gracias a la pericia de los arquitectos jesuitas, entre los cuales se distinguieron dos italianos: Giovanni Battista Primoli y Andrea Bianchi. Las imponentes ruinas de la catedral de Trinidad, cerca de la ciudad de Encarnación, declaradas por la UNESCO patrimonio de la humanidad y meta de un creciente flujo turístico, permanecen como testimonio de una empresa de civilización y evangelización que pocos han igualado en los dos mil años de historia cristiana. De las Reducciones hoy quedan sólo ruinas, a veces englobadas en las moradas que surgieron sucesivamente (como en el caso de San Cosme y Damián, también ella cercana a Encarnación), pero su legado va más allá de los muros y las piedras. La obra de los jesuitas dio a Paraguay la lengua – es el único país sudamericano en el que la lengua nativa es hablada por la mayoría de la población y está legalmente equiparada al español – y una tradición intercultural única en todas las Américas: el denominado barroco jesuítico-guaraní, del cual los ángeles con el rostro de indio esculpidos en las paredes de la iglesia de Trinidad mientras tocan instrumentos musicales europeos – violines, trombas, órganos, flautas – son el testimonio más asombroso. La solución definitiva territorial de Paraguay pasó, desgraciadamente, a través de otra lucha salvaje, la denominada “guerra del Chaco” que la vio en lucha contra Bolivia entre 1932 y 1935, dejando sobre el terreno otros cien mil hombres. Hoy, archivada la estación de las dictaduras, vinculadas también a estos traumáticos sucesos bélicos (la última, de Alfredo Stroessner, duró treinta y cinco años), Paraguay, solidamente vinculado en el Mercosur (que nació precisamente en Asunción en 1991) tiene que luchar con los mismos problemas que los países vecinos: la continua urbanización que está haciendo crecer más allá de lo posible la capital, el desequilibrio en el índice de población (el Chaco comprende casi dos tercios del territorio nacional, pero está prácticamente deshabitado), un difícil desarrollo económico condicionado por la rigidez del comercio internacional. Al crecimiento de esta tierra plasmada por los jesuitas contribuye hoy con hechos la Iglesia paraguaya, organizada en quince diócesis, en el origen de las cuales está la luminosa figura de Juan Sinforiano Bogarín, obispo de Asunción de 1894 a 1949. Huérfano de ambos progenitores a causa de la guerra del Triple Alianza, Bogarín fue el primer obispo paraguayo que vino a Roma, en 1899, para participar en el Concilio plenario latino-americano, el acontecimiento que puso fin a la secular estación del patronato estatal y volvió a situar a las Iglesias de Sudamérica bajo el control pontificio. Se deben a este hombre de hierro, que en cincuenta años de episcopado recorrió a pie y a caballo todo el país, la reconstrucción de la estructura eclesiástica y una infatigable obra de reconciliación, de moralización y de purificación de un país que había sido puesto a prueba por tantas experiencias trágicas. Para recordarlo hay hoy un museo cerca de la catedral, donde se conservan los pobres objetos que lo acompañaron en las peregrinaciones por aldeas y campos, mientras que sus restos reposan dentro del templo. Francisco seguramente se detendrá ante este sepulcro marmóreo para meditar y rezar. __________ Traducción en español de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares, España.

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