“Profetas de calamidades”. Es así como la “La Civiltà Cattolica” – la revista de los jesuitas de Roma que se imprime después de haber sido vista y aprobada por el Papa – define y descalifica a los católicos que sostienen que la pandemia del coronavirus es “un castigo de Dios encolerizado contra un mundo pecador”.
Lo ha hecho en su último número, con la firma de un jesuita de primer nivel, David M. Neuhaus, docente en el Pontificio Instituto Bíblico de Jerusalén, nacido judío, ciudadano de Israel y convertido en su juventud de la fe judía a la fe cristiana.
Neuhaus no da nombres. Pero es evidente que en su mira están, entre otros, el arzobispo Carlo Maria Viganò y el profesor Roberto de Mattei.
Son sobre todo dos – escribe Neuhaus – los pasajes de la Biblia que los partidarios del castigo divino “aprovechan para su propio uso y consumo”.
*
El primer pasaje está extraído del capítulo 24 del segundo libro de Samuel. Es el relato de la peste con la que Dios castigó al pueblo de Israel por una transgresión cometida por el rey David, la de haber ordenado un censo con la pretensión de considerarlo su pueblo, que por el contrario era de Dios.
Si bien David se arrepintió, se lee que “el Señor mandó la peste a Israel, desde esa mañana al tiempo fijado. Desde Dan a Bersebá murieron en el pueblo setenta mil personas”. Y solamente cuando el ángel exterminador extendió su mano sobre Jerusalén el Señor dijo al ángel: “¡Ahora basta! Retira la mano!”.
En efecto, la imagen bíblica del ángel que vuelve a poner la espada en la vaina fue adoptada por el arte cristiano, que ha recurrido muchas veces a ella para representar el cese de una peste. Por ejemplo, en Roma en la cima del Castillo del Santo Ángel (ver foto).
Pero para Neuhaus es un error atenerse a la letra de este relato. Quien deduce que la peste y alguna otra calamidad son instrumento del castigo divino “haría una lectura falseada del texto, ignorando tanto el contexto histórico como el narrativo, las intenciones del autor y el mensaje teológico subyacente”.
“El relato del censo, en efecto – explica Neuhaus –, se introduce en una larga historia que comienza con el ingreso en la tierra prometida, en el libro de Josué, y se mueve ininterrumpidamente hasta la destrucción de Jerusalén y del Templo. Esta amplia saga, escrita hacia la mitad del siglo VI a. C., es el fruto literario de un autor o de una escuela de autores que los eruditos llaman ‘deuteronomista’. El acuciante problema de la época era el de meditar sobre el desastre de la destrucción del templo que había construido Salomón, y de la ciudad de Jerusalén, con el posterior exilio a Babilonia. En síntesis, la pregunta a la que responde ese texto es: ¿Cómo es posible que Dios haya dado a Josué la tierra y que ésta se haya perdido con la invasión babilónica?
“Toda la tradición narrativa deuteronomista ha sido escrita en un contexto de devastación: se ha perdido todo. El pueblo debía releer su propia historia para asumir la responsabilidad y pedir perdón a Dios. La página bíblica no pretende afirmar la peste como castigo divino, sino más bien la necesidad que el pueblo – al igual que David – asuma sus propias responsabilidades en los eventos que han conducido al exilio.
“Ciertamente, según la comprensión de Dios en la Sagrada Escritura, que está siempre en devenir, hay aquí también una mentalidad religiosa que tiende a referir todo a Dios como causa primera y a vincular toda adversidad con un pecado anterior cometido por el individuo o por los demás. Después de la ‘corrección’ ulterior de los textos proféticos – por ejemplo, Ezequiel –, para los cuales cada uno paga solamente las consecuencias del propio pecado, será Jesús quien contradiga esta lógica religiosa de estrecha dependencia entre culpa y castigo, como en el caso de los episodios de la torre de Siloé y del ciego de nacimiento”.
Del colapso de la torre de Siloé habla Jesús en el capítulo 13 del evangelio según San Lucas: “Esos dieciocho sobre quienes se derrumbó la torre de Siloé y los mató, ¿creen ustedes que eran más culpables que todos los habitantes de Jerusalén? No, les digo, pero si no se convierten, perecerán todos del mismo modo”.
Mientras que la curación del ciego de nacimiento es narrada en el capítulo 9 del evangelio según san Juan, con los discípulos que preguntan a Jesús: “Rabí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?”. Y Jesús que responde: “Ni él pecó ni sus padres, sino que es así para que se manifiesten en él las obras de Dios”, es decir, precisamente su curación por obra de Aquél que es “la luz del mundo”.
*
El segundo pasaje bíblico que Neuhaus quiere arrancar de las manos de los “profetas de calamidades” no es del Antiguo Testamento, sino del Nuevo. Está en el capítulo 16 del Apocalipsis, allí donde “una voz celestial ordena a siete ángeles: ‘Vayan y derramen sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios’”, es decir, peste, fuego sangre, tinieblas y otras calamidades tremendas.
¿También de este texto se debería extrapolar un “castigo divino infligido a un mundo sin fe”?
No, responde Neuhaus. El texto se encuadra en su contexto: en el libro del Apocalipsis, al igual que en el resto de las profecías apocalípticas veterotestamentarias, se entrecruzan tres elementos: discernimiento, claridad de visión y respuesta”.
El discernimiento “delinea las fuerzas avistadas en este mundo y la puesta en juego, lo que conlleva a ponerse del lado de Dios”.
La claridad de visión “se basa en la profunda fe en el hecho que Cristo que venció en la batalla, y al final derrotará al mal, aunque el conflicto durará mucho tiempo”.
Y la respuesta “no concluye en una sombría profecía que anuncia desgracias. Más bien, todo depende de cómo los creyentes transforman su propia vida a la luz del conocimiento que al final Cristo obtendrá la victoria. Ellos deben comprometerse activamente a dar testimonio y a cambiar decididamente el mundo. Es un llamado a actuar, a contribuir a construir el Reino a través de la imitación de Jesús, manso cordero inmolado para la salvación del mundo”.
Escribe Neuhaus al concluir su artículo:
“En nuestros tiempos, el Apocalipsis nos recuerda que la Iglesia está llamada a no plegarse a una cultura dominante, impregnada de miedo, de acusaciones, de cierres y de aislamiento. Si el mundo ofrece una visión del futuro construida sobre la base del miedo, la Iglesia, por el contrario, inspirándose en la Biblia y en el libro del Apocalipsis en el que concluye, ofrece una perspectiva diferente, animada y fundada en la certeza de la Buena Noticia de la victoria de Cristo. Cuando todo parece oscuro, el discípulo de Jesús está llamado a irradiar la certeza que el tiempo de las tinieblas es limitado, que Dios está viniendo y que la Iglesia está llamada a preparar esta venida con la oración y el testimonio. Esto significa que nuestra lectura de la palabra de Dios en la Biblia debe traducirse en un mensaje de Buena Noticia que llama a la conversión a un mundo en crisis, no en un juicio moral o en una profecía de calamidades. […] Hay un tema que atraviesa la Biblia cristiana desde el comienzo al fin: Dios no ha permitido, no permite y no permitirá jamás que prevalezca el pecado, a oscuridad y la muerte”.
*
El texto íntegro del artículo del padre David M. Neuhaus en “La Civiltà Cattolica” del 2-16 maggio 2020:
> Il virus è una punizione di Dio?
2 DE ENERO
No solo los mensajes de Fatima, sino los de LOURDES o los de LA SALLETE, que en el fondo son el mismo mensaje una llamada a la conversión. En ellos se citan como castigos varias desgracias.
En realidad el concepto castigo es para que lo entendamos mas facilmente, en realidad esos males con consecuencia del pecado. Yo no se si esta pandemia es un castigo de este tipo, no tengo datos para afirmarlo, pero tampoco puedo negar la posibilidad de que lo fuese. Odiamos la incertidumbre, pero en este caso creo que es lo único que realmente tenemos. Eso si, mal para que nos castiguen, la humanidad ha hecho un rato.
Es triste que estemos discutiendo esto a estas alturas. La doctrina nos dice dos cosas muy claras: a) Dios no es el causante directo de ningún mal; b) Dios es providente y a veces permite el mal para sacar algún bien. Teniendo eso en cuenta, puedes llamarlo castigo o no, según te pete. Si un mal sirve para que un pecador se acerque a Dios, pues mira, el «castigo» ha sido eficaz. Si Dios sigue permitiendo la pandemia dichosa, pues es que tiene pensado algo bueno para la humanidad. Y punto pelota.
Los castigos aparecen en el Antiguo Testamento y desde el pecado de Adán, así como un criminal es castigado por la sociedad si bien los modernistas dicen que las cárceles de la Nación no son para castigos de los reos es lógico que cualquier hombre siente el arresto como un castigo, se castiga al niño para que aprenda (ahora está prohibido por los progresistas hablar de castigos de los niños no se les puede retar ni decir nada) es la degeneración moral de los derechos y empoderamentos que han enloquecido bajo figuras como las garantías de los delincuentes o bajo una visión de la pedagogía que incluso fue rechazada por el ídolo de muchos: Francisco. En cuanto a los profetas de las calamidades existieron en el Antiguo Testamento pero nadie que tenga un poco de fe les pondría un nombre tan peyorativo, no sabemos cómo llega Neuhaus a afirmar ciertas cosas y no se entienden ciertos comentaristas pues si las Sagradas Escrituras fueron escritas con mentiras, pecados o con errores por mentirosos o ignorantes uno debería aplicar los criterios de Chesterton si una persona considera que un escritor de las Sagradas Escrituras miente por qué va a dar por cierto algo de las Sagradas Escrituras como que sucedió algún hecho malo en la época de David, o que en realidad existió David o que se hizo un censo, lo lógico sería considerar que el que si el escritor de un libro es un mentiroso nos miente en todo y no tomar nada de esos libros como cierto y he ahí el dilema como lo expone Chesterton o se cree que los autores humanos de los distintos libros (en este caso) del Deuteronomio mienten y no se debe creer nada de lo escrito ni siquiera que hubo un censo o que existió David salvo que se pruebe por descubrimiento arqueológicos o se cree en lo escrito y se considera lo escrito como verdadero y entonces debemos creer que las Sagradas Escrituras son verdaderas y aceptar todo lo que nos dice el autor, no podría asentarse la fe sobre un libro en el que se pone la duda sobre la veracidad de su autor y se afirma que miente, engaña o inventa sea por el motivo que sea (un mentiroso es un mentiroso y no debe creerse nada de lo que dice o escribe) por lo que estamos ante la disyuntiva o consideramos que los autores humanos de las Sagradas Escrituras nos mienten y no hay inerrancia ni asistencia del Espíritu Santo o nos dicen la verdad y en el caso de que nos digan la verdad considerarlos mentirosos y no asistidos por el Espíritu Santo obligaría a colocar a personas como Neuhaus en la misma apostasía de Renán y no está muy lejos Neuhaus que por supuesto cuando habla de profetas de calamidades de manera peyorativa no solamente incluso expresamente a San Juan sino tácitamente a los profetas del pueblo judío que anunciaron castigos para el pueblo de Dios, entonces, debemos deducir de lo anterior que Neuhaus no cree pero que actúa como mentiroso porque saca de las Sagradas Escrituras lo que le interesa y lo demás lo desecha como un verdadero propagandista o proselitista de un dios nuevo al cuál hay que adaptar todo incluso las Escrituras para que quepan en la estrecha ideología acaramelada y líquida de Neuhaus y sus amigos. Por otra parte otros afirman neciamente que el castigo solamente es para que el hombre se corrija, no es así el castigo hace que algunos hombres se corrijan pero otros persisten en el error es más el anuncio del castigo divino por parte de profetas precede al castigo divino, Dios no deja margen al que cree para que dude si se lo está castigando y es por ello por lo cual la pandemia no puede ser castigo divino sino castigo humano porque no es anunciado por un profeta en general el profeta anuncia un castigo que se llevará a cabo si el pueblo no se corrige e insiste en acciones contra Dios diferente es el caso de David, Dios después del pecado del rey le da a elegir entre tres días de castigo de Dios, tres meses en manos de los enemigos o tres años de hambre. El castigo no solamente es para que el hombre se corrija el que no se corrige también es castigado a pesar de que se niega a corregirse como anticipo del juicio final y del Infierno pero bueno si uno no cree ni en el castigo de Dios mencionado en el Antiguo Testamento y en el Nuevo ni en el pecado original, ni en las consecuencias del pecado, ni en la historia divina, ni en el juicio final, ni en el infierno puede cualquiera avisarle a ese pobre infeliz que en realidad no cree, no tiene fe por muchos artículos que escriba en revistas jesuitas. Saludos en la Santa Virgen María y en Cristo Rey
No hay forma de interpretar el Antiguo Testamento. Dios castiga, evidente no como un malhechor, sino como un padre. Exegetas, cuando les conviene, interpretan el texto evidente, eliminando su evidencia, el texto más interpretativo que parece ser evidente, de acuerdo con el deseo de creer.
Un tema realmente interesante en el cual el planteo tanto en Di Mattei-Viganó como en Nehaus-Bergoglio está equivocado por varios motivos, entre otros:
Primero. Falta la estimadísima fenomenología. Hay que delimitar bien y exactamente el objeto del cual se habla. Se da como un hecho una plandemia que define la OMS, órgano nada objetivo, y que identifica a ESTE virus eliminando del discurso a otros muchísimo mas letales de la agenda, en un claro operativo de propaganda. Las pandemias de verdad tienen como consecuencia una disminución en la cantidad TOTAL de población en breve lapso, lo cual no se verifica en este caso, mas bien lo contrario. El peligro es ficticio inyectándose miedo a la gente, con propósitos oscuros. En resumen la pandemia no existe, existe la plandemia. Se equivocan pues al predicar sobre una pandemia creada por la propaganda. Carece valor lo predicado sobre un objeto falso.
Segundo. Fallan ambos tándems en suponer un triunfo del reino de Jesucristo en este mundo. Es el supuesto básico y equivocado del reaccionarismo y del progresismo: el triunfo del reino de Dios en la Historia mediante la acción humana, es decir, el Reinado social de Cristo que se traduce en lo que ambos realmente les interesa y es la acción política, cuando el Señor dijo claramente que mi Reino no es de este mundo. En cambio, la exigencia que Jesucristo nos hace es predicar su Palabra a todo el mundo, antes de su Vuelta. A los tándems progresista-reaccionarios se recomienda lean el Catecismo Ratzinger-San Juan Pablo II en los numerales 675-676 y 677.
Por favor, repasemos los mensaje de Fátima. Apariciones aprobadas por la Iglesia. ¿O somos selectivos en aceptar únicamente lo que nos gusta de los mismos?
Lo que ocurre es que la tibieza y el silencio, cuando no colaboración, de parte de la jerarquía de la Iglesia en comportamientos y conductas evidentemente anticatólicas y antinaturales, en la sociedad de hoy día transforma, con honrosas excepciones, a gran número de obispos en lo que ya denunciaba San Agustín: «perros mudos». Si reconocen un carácter trascendental en lo que ocurre, ellos quedan en evidencia, por no haberse portado como deberían haber hecho.
¿Hemos olvidado el culto a la Pachamama en el mismo Vaticano?
Pues los argumentos que da son bastante confusos y tienen poco que ver con la Escritura. El texto de Samuel es explícito y del Apocalipsis ya ni te cuento. Que al final hay esperanza por el triunfo de Cristo, vale. Pero eso no contradice que Dios haya enviado castigos a su pueblo por sus infidelidades.
Exacto !!!
Exactamente, Liuva.
El COVID, a pesar de ser, como se va viendo, un arma biológica y una coartada metida por los enemigos de Dios, ha sido un medio con el que Dios nos ha dado a todos, como sociedad endiosada, un toque serio de atención y un castigo para que paremos, meditemos y nos convirtamos. Y mucha gente se ha dado cuenta y ha aprovechado… pero no la gran mayoría y mucho menos los mandamases. Y como en tiempos de Moisés con el faraón, habrá más plagas, a ver si nos coscamos…
Los jesuitas, salvo excepciones ya en el cementerio de los elefantes, ya no existen: son arrupitas todos, es decir comunistas, protestantes, mundanizados…. y No Ignacianos. Lo siento, es así. Y su capacidad moralizante es nula o bajo cero (por debajo del cero absoluto, que ya es decir). El comentario de Neuhaus no tiene más valor que el de los jueces en el juicio de Sta. Juana de Arco: desacreditar al justo retorciendo los textos sagrados.