El arzobispo Viganò al borde del cisma. La lección no acogida de Benedicto XVI

|

En 2011, Benedicto XVI lo nombró nuncio apostólico en Estados Unidos. Hace nueve años el manso papa teólogo no podía ciertamente imaginar que el arzobispo Carlo Maria Viganò –que desde 2016 ha vuelto a la vida privada, pero no oculta– le habría culpado de haber “engañado” a toda la Iglesia haciendo creer que el Concilio Vaticano II era inmune a herejías; es más, que había que interpretarlo en perfecta continuidad con la doctrina verdadera de siempre.

Precisamente a esto ha llegado Viganò en estos días, en un crescendo persistente de denuncia de las herejías de la Iglesia de estos últimos decenios, que tiene a la raíz de todo el Concilio, y que ha llegado a los dimes y diretes con Phil Lawler, director de CatholicCulture.org.

Atención: no una mala interpretación del Concilio, sino el Concilio en cuanto tal, todo en bloque. De hecho, en sus últimas intervenciones públicas, Viganò ha rechazado como demasiado tímida y vacua incluso la pretensión de algunos de “corregir” el Vaticano II aquí y allí, en los textos que, a su juicio, son más declaradamente heréticos, como es el caso de la declaración “Dignitatis humanae” sobre la libertad religiosa. Porque lo que hay que hacer de una vez por todas –ha conminado– es “olvidarse de él ‘totalmente’”.

Naturalmente, al mismo tiempo hay que “expulsar del sagrado recinto” a todas esas autoridades de la Iglesia que, tras ser identificadas como culpables del engaño y a las que se “invita a enmendarse”, no lo hagan.

Según Viganò, lo que ha desnaturalizado a la Iglesia a partir del Concilio es una especie de “religión universal que fue teorizada en primer lugar por la masonería”, cuyo brazo político es ese “gobierno mundial fuera de todo control” que los poderes “sin nombre y sin rostro” persiguen como objetivo y que ahora incluso doblegan a sus intereses la pandemia del coronavirus.

El pasado 8 de mayo, los cardenales Gerhard Müller y Giuseppe Zen Zekiun firmaron de manera incauta un llamamiento de Viganò contra este inminente “Nuevo Orden Mundial”.

Y el propio presidente de Estados Unidos ha respondido entusiasmado, con un tuit que se ha convertido en viral, a una carta abierta de Viganò a Donald Trump, que le ha invocado como guerrero de la luz contra el poder de las tinieblas que actúan tanto en el “deep state” como en la “deep Church”.

Sin embargo, volviendo a la temeraria acusación que Viganò ha lanzado contra Benedicto XVI por sus “intentos fracasados de corrección de los excesos conciliares invocando la hermenéutica de la continuidad“, es obligatorio devolverle la palabra al acusado.

La hermenéutica de la continuidad –o, más exactamente, “la hermenéutica de la reforma, de la renovación en la continuidad del único sujeto Iglesia”– es, de hecho, la piedra clave de la interpretación que Benedicto XVI dio del Concilio Vaticano II en su memorable discurso a la curia vaticana en la vigilia de Navidad de 2005, primer año de su pontificato.

Es un discurso que hay que volver a leer íntegro:

> “Señores cardenales, venerados hermanos…”

He aquí, de manera resumida, cómo el papa Joseph Ratzinger desarrolló su exégesis del Concilio Vaticano II.

Inició recordando que también después del Concilio de Nicea del año 325 la Iglesia estuvo sacudida por enormes conflictos, que hicieron que san Basilio escribiera:

“El grito ronco de los que por la discordia se alzan unos contra otros, las charlas incomprensibles, el ruido confuso de los gritos ininterrumpidos ha llenado ya casi toda la Iglesia, tergiversando, por exceso o por defecto, la recta doctrina de la fe…”.

Pero, ¿por qué las repercusiones del Vaticano II han sido tan conflictivas? La respuesta de Benedicto XVI es que todo ha dependido “de su hermenéutica”, es decir, de su “clave de lectura y de aplicación“.

El conflicto ha surgido porque “se han confrontado dos hermenéuticas contrarias y se ha entablado una lucha entre ellas”.

Por un lado, ha habido una “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura” y, por el otro, una “hermenéutica de la reforma, de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia”.

Según la primera hermenéutica, “sería preciso seguir, no los textos del Concilio, sino su espíritu”, dando espacio a “los impulsos hacia lo nuevo” que estarían implicados en los textos, “en los cuales, para lograr la unanimidad, se tuvo que retroceder aún, reconfirmando muchas cosas antiguas ya inútiles.”.

Pero con ello –objetó el papa– “se tergiversa en su raíz la naturaleza de un Concilio como tal. De esta manera, se lo considera como una especie de Asamblea Constituyente, que elimina una Constitución antigua y crea una nueva”, cuando en realidad “la Constitución esencial de la Iglesia viene del Señor” y los obispos deben ser, sencillamente, sus “administradores” fieles y sabios.

Hasta aquí, Benedicto XVI pareció atribuir la hermenéutica de la discontinuidad sólo a la corriente progresista de la Iglesia. Sin embargo, más adelante en el discurso, analizando a fondo la voluntad del Concilio de “determinar de manera nueva la relación entre la Iglesia y la edad moderna”, afronta directamente la cuestión sobre la cual, no los progresistas, sino los tradicionalistas se han empecinado más, hasta romper con la Iglesia como hicieron los seguidores de Marcel Lefebvre y hoy parece estar a punto de hacer Viganò.

Es la cuestión de la libertad religiosa, sobre la cual se pronunció la declaración conciliar “Dignitatis humanae”. Una declaración a la que Viganò acusa de las peores cosas, hasta escribir que “si la Pachamama ha podido ser adorada en una iglesia, se lo debemos a la ‘Dignitatis humanae’”.

Efectivamente, es innegable que sobre la libertad religiosa el Concilio Vaticano II marcó una clara discontinuidad, por no decir una ruptura, con la enseñanza ordinaria de la Iglesia del siglo XIX y principios del XX, claramente antiliberal. Benedicto XVI lo reconoció explícitamente en ese discurso y explicó también las razones históricas, que precisamente al ser históricas han cambiado en el tiempo y han permitido que el Concilio, “reconociendo y haciendo suyo, con el decreto sobre la libertad religiosa, un principio esencial del Estado moderno”, retome nuevamente “el patrimonio más profundo de la Iglesia”, el “de Jesús mismo” y de “los mártires de la Iglesia primitiva”, que “murieron por la libertad de profesar la propia fe, una profesión que ningún Estado puede imponer, sino que sólo puede hacerse propia con la gracia de Dios, en libertad de conciencia”.

“Precisamente en este conjunto de continuidad y discontinuidad en diferentes niveles consiste la naturaleza de la verdadera reforma”, dijo el papa Ratzinger en ese discurso. “El concilio Vaticano II, con la nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y ciertos elementos esenciales del pensamiento moderno, revisó o incluso corrigió algunas decisiones históricas, pero en esta aparente discontinuidad mantuvo y profundizó su íntima naturaleza y su verdadera identidad”.

Hay, por tanto, una “hermenéutica de la discontinuidad” que también Benedicto XVI dijo aprobar, porque “precisamente en este conjunto de continuidad y discontinuidad en diferentes niveles consiste la naturaleza de la verdadera reforma”.

Sin embargo, llegados a este punto, vale la pena dejarle a él la palabra y reproducir a continuación la parte final de ese discurso sobre el Concilio, en el que argumentó ampliamente lo que antes hemos resumido en pocos párrafos.

Los argumentos contrarios de Viganò están disponibles en las páginas web que le dan eco. Les corresponde a los lectores hacer la debida comparación.

*

“En este proceso de novedad en la continuidad…”

de Benedicto XVI

[…] En el gran debate sobre el hombre, que caracteriza el tiempo moderno, el Concilio debía dedicarse de modo especial al tema de la antropología. Debía interrogarse sobre la relación entre la Iglesia y su fe, por una parte, y el hombre y el mundo actual, por otra (cf. ib., pp. 1173-1181). La cuestión resulta mucho más clara si en lugar del término genérico «mundo actual» elegimos otro más preciso:  el Concilio debía determinar de modo nuevo la relación entre la Iglesia y la edad moderna.

Esta relación tuvo un inicio muy problemático con el proceso a Galileo. Luego se rompió totalmente cuando Kant definió la «religión dentro de la razón pura» y cuando, en la fase radical de la revolución francesa, se difundió una imagen del Estado y del hombre que prácticamente no quería conceder espacio alguno a la Iglesia y a la fe.

El enfrentamiento de la fe de la Iglesia con un liberalismo radical y también con unas ciencias naturales que pretendían abarcar con sus conocimientos toda la realidad hasta sus confines, proponiéndose tercamente hacer superflua la «hipótesis Dios», había provocado en el siglo XIX, bajo Pío IX, por parte de la Iglesia, ásperas y radicales condenas de ese espíritu de la edad moderna. Así pues, aparentemente no había ningún ámbito abierto a un entendimiento positivo y fructuoso, y también eran drásticos los rechazos por parte de los que se sentían representantes de la edad moderna.

Sin embargo, mientras tanto, incluso la edad moderna había evolucionado. La gente se daba cuenta de que la revolución americana había ofrecido un modelo de Estado moderno diverso del que fomentaban las tendencias radicales surgidas en la segunda fase de la revolución francesa. Las ciencias naturales comenzaban a reflexionar, cada vez más claramente, sobre su propio límite, impuesto por su mismo método que, aunque realizaba cosas grandiosas, no era capaz de comprender la totalidad de la realidad.

Así, ambas partes comenzaron a abrirse progresivamente la una a la otra. En el período entre las dos guerras mundiales, y más aún después de la segunda guerra mundial, hombres de Estado católicos habían demostrado que puede existir un Estado moderno laico, que no es neutro con respecto a los valores, sino que vive tomando de las grandes fuentes éticas abiertas por el cristianismo.

La doctrina social católica, que se fue desarrollando progresivamente, se había convertido en un modelo importante entre el liberalismo radical y la teoría marxista del Estado. Las ciencias naturales, que sin reservas hacían profesión de su método, en el que Dios no tenía acceso, se daban cuenta cada vez con mayor claridad de que este método no abarcaba la totalidad de la realidad y, por tanto, abrían de nuevo las puertas a Dios, sabiendo que la realidad es más grande que el método naturalista y que lo que ese método puede abarcar.

Se podría decir que ahora, en la hora del Vaticano II, se habían formado tres círculos de preguntas, que esperaban una respuesta.

Ante todo, era necesario definir de modo nuevo la relación entre la fe y las ciencias modernas; por lo demás, eso no sólo afectaba a las ciencias naturales, sino también a la ciencia histórica, porque, en cierta escuela, el método histórico-crítico reclamaba para sí la última palabra en la interpretación de la Biblia y, pretendiendo la plena exclusividad para su comprensión de las sagradas Escrituras, se oponía en puntos importantes a la interpretación que la fe de la Iglesia había elaborado.

En segundo lugar, había que definir de modo nuevo la relación entre la Iglesia y el Estado moderno, que concedía espacio a ciudadanos de varias religiones e ideologías, comportándose con estas religiones de modo imparcial y asumiendo simplemente la responsabilidad de una convivencia ordenada y tolerante entre los ciudadanos y de su libertad de practicar su religión.

En tercer lugar, con eso estaba relacionado de modo más general el problema de la tolerancia religiosa, una cuestión que exigía una nueva definición de la relación entre la fe cristiana y las religiones del mundo. En particular, ante los recientes crímenes del régimen nacionalsocialista y, en general, con una mirada retrospectiva sobre una larga historia difícil, resultaba necesario valorar y definir de modo nuevo la relación entre la Iglesia y la fe de Israel. Todos estos temas tienen un gran alcance —eran los grandes temas de la segunda parte del Concilio— y no nos es posible reflexionar más ampliamente sobre ellos en este contexto.

Es claro que en todos estos sectores, que en su conjunto forman un único problema, podría emerger una cierta forma de discontinuidad y que, en cierto sentido, de hecho se había manifestado una discontinuidad, en la cual, sin embargo, hechas las debidas distinciones entre las situaciones históricas concretas y sus exigencias, resultaba que no se había abandonado la continuidad en los principios; este hecho fácilmente escapa a la primera percepción.

Precisamente en este conjunto de continuidad y discontinuidad en diferentes niveles consiste la naturaleza de la verdadera reforma. En este proceso de novedad en la continuidad debíamos aprender a captar más concretamente que antes que las decisiones de la Iglesia relativas a cosas contingentes —por ejemplo, ciertas formas concretas de liberalismo o de interpretación liberal de la Biblia— necesariamente debían ser contingentes también ellas, precisamente porque se referían a una realidad determinada en sí misma mudable. Era necesario aprender a reconocer que, en esas decisiones, sólo los principios expresan el aspecto duradero, permaneciendo en el fondo y motivando la decisión desde dentro.

En cambio, no son igualmente permanentes las formas concretas, que dependen de la situación histórica y, por tanto, pueden sufrir cambios. Así, las decisiones de fondo pueden seguir siendo válidas, mientras que las formas de su aplicación a contextos nuevos pueden cambiar. Por ejemplo, si la libertad de religión se considera como expresión de la incapacidad del hombre de encontrar la verdad y, por consiguiente, se transforma en canonización del relativismo, entonces pasa impropiamente de necesidad social e histórica al nivel metafísico, y así se la priva de su verdadero sentido, con la consecuencia de que no la puede aceptar quien cree que el hombre es capaz de conocer la verdad de Dios y está vinculado a ese conocimiento basándose en la dignidad interior de la verdad.

Por el contrario, algo totalmente diferente es considerar la libertad de religión como una necesidad que deriva de la  convivencia  humana, más aún, como una consecuencia intrínseca de la verdad que no se puede imponer desde fuera, sino  que  el hombre la debe hacer suya sólo mediante un proceso de convicción.

El concilio Vaticano II, reconociendo y haciendo suyo, con el decreto sobre la libertad religiosa, un principio esencial del Estado moderno, recogió de nuevo el patrimonio más profundo de la Iglesia. Esta puede ser consciente de que con ello se encuentra en plena sintonía con la enseñanza de Jesús mismo (cf. Mt 22, 21), así como con la Iglesia de los mártires, con los mártires de todos los tiempos.

La Iglesia antigua, con naturalidad, oraba por los emperadores y por los responsables políticos, considerando esto como un deber suyo (cf. 1 Tm 2, 2); pero, en cambio, a la vez que oraba por los emperadores, se negaba a adorarlos, y así rechazaba claramente la religión del Estado. Los mártires de la Iglesia primitiva murieron por su fe en el Dios que se había revelado en Jesucristo, y precisamente así murieron también por la libertad de conciencia y por la libertad de profesar la propia fe, una profesión que ningún Estado puede imponer, sino que sólo puede hacerse propia con la gracia de Dios, en libertad de conciencia.

Una Iglesia misionera, consciente de que tiene el deber de anunciar su mensaje a todos los pueblos, necesariamente debe comprometerse en favor de la libertad de la fe. Quiere transmitir el don de la verdad que existe para todos y, al mismo tiempo, asegura a los pueblos y a sus gobiernos que con ello no quiere destruir su identidad y sus culturas, sino que, al contrario, les lleva una respuesta que esperan en lo más íntimo de su ser, una respuesta con la que no se pierde la multiplicidad de las culturas, sino que se promueve la unidad entre los hombres y también la paz entre los pueblos.

El concilio Vaticano II, con la nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y ciertos elementos esenciales del pensamiento moderno, revisó o incluso corrigió algunas decisiones históricas, pero en esta aparente discontinuidad mantuvo y profundizó su íntima naturaleza y su verdadera identidad. La Iglesia,  tanto antes como después del Concilio,  es  la misma Iglesia una, santa, católica  y  apostólica en camino a través de los tiempos; prosigue «su peregrinación entre  las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios», anunciando la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. Lumen gentium, 8).

Quienes esperaban que con este «sí» fundamental a la edad moderna todas las tensiones desaparecerían y la «apertura al mundo» así realizada lo transformaría todo en pura armonía, habían subestimado las tensiones interiores y también  las contradicciones de la misma  edad  moderna;  habían subestimado la peligrosa fragilidad de la naturaleza humana, que en todos los períodos de la historia y en toda situación histórica es una amenaza para el camino del hombre.

Estos peligros, con las nuevas posibilidades y con el nuevo poder del hombre sobre la materia y sobre sí mismo, no han desaparecido; al contrario, asumen nuevas dimensiones:  una mirada a la historia actual lo demuestra claramente. También en nuestro tiempo la Iglesia sigue siendo un «signo de contradicción» (Lc 2, 34). No sin motivo el Papa Juan Pablo II, siendo aún cardenal, puso este título a los ejercicios espirituales que predicó en 1976 al Papa Pablo VI y a la Curia romana.

El Concilio no podía tener la intención de abolir esta contradicción del Evangelio con respecto a los peligros y los errores del hombre. En cambio, no cabe duda de que quería eliminar contradicciones erróneas o superfluas, para presentar al mundo actual la exigencia del Evangelio en toda su grandeza y pureza. El paso dado por el Concilio hacia la edad moderna, que de un modo muy impreciso se ha presentado como «apertura al mundo», pertenece en último término al problema perenne de la relación entre la fe y la razón, que se vuelve a presentar de formas siempre nuevas.

La situación que el Concilio debía afrontar se puede equiparar, sin duda, a acontecimientos de épocas anteriores. San Pedro, en su primera carta, exhortó a los cristianos a estar siempre dispuestos a dar respuesta (apo-logía) a quien le pidiera el logos (la razón) de su fe (cf. 1 P 3, 15). Esto significaba que la fe bíblica debía entrar en discusión y en relación con la cultura griega y aprender a reconocer mediante la interpretación la línea de distinción, pero también el contacto y la afinidad entre ellos en la única razón dada por Dios.

Cuando, en el siglo XIII, mediante filósofos judíos y árabes, el pensamiento aristotélico entró en contacto con la cristiandad medieval formada en la tradición platónica, y la fe y la razón corrían el peligro de entrar en una contradicción inconciliable, fue sobre todo santo Tomás de Aquino quien medió el nuevo encuentro entre la fe y la filosofía aristotélica, poniendo así la fe en una relación positiva con la forma de razón dominante en su tiempo.

La ardua disputa entre la razón moderna y la fe cristiana que en un primer momento, con el proceso a Galileo, había comenzado de modo negativo, ciertamente atravesó muchas fases, pero con el concilio Vaticano II llegó la hora en que se requería una profunda reflexión. Desde luego, en los textos conciliares su contenido sólo está trazado en grandes líneas, pero así se determinó la dirección esencial, de forma que el diálogo entre la razón y la fe, hoy particularmente importante, ha encontrado su orientación sobre la base del Vaticano II.

Ahora, este diálogo se debe desarrollar con gran apertura mental, pero también con la claridad en el discernimiento de espíritus que el mundo, con razón, espera de nosotros precisamente en este momento. Así hoy podemos volver con gratitud nuestra mirada al concilio Vaticano II:  si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia.

Roma, a 22 de diciembre de 2005

Comentarios
25 comentarios en “El arzobispo Viganò al borde del cisma. La lección no acogida de Benedicto XVI
  1. Obispos Schneider, Aguer, Burke, Woelky, Pell, Sarah, Brandmüller, etc. necesitamos que sigan el ejemplo del obispo Negri, esperamos especialmente de Schneider cierta adhesión y que ceda al individualismo doctrinal y moral. El tiempo corre y se necesita un orden doctrinal y moral sobre el CVII y sobre la crisis de la Iglesia para defenderse de las avanzadas del sínodo alemán. Dios y sus fieles esperan que empiecen a actuar como Iglesia a colaborar en la obra de salvación, como comunidad de fe y no como doctores privados, poco a poco esperamos que vayan sumando y armando la milicia católica contra el sínodo alemán, sus herejías y sus pretensiones de destruir el papado y la Iglesia Católica.
    «“Quiero hacerle llegar mi adhesión a su mensaje”, escribe el arzobispo emérito de Ferrara-Comacchio, Luigi Negri, al ‘arzobispo rebelde’ Carlo Maria Viganò, que recientemente ha hecho pública una fuerte crítica al Concilio Vaticano II, informa Marco Tosatti en su blog, Stilum Curiae. “Me parece que ha captado el corazón vivo de nuestra experiencia eclesial”, añade Negri.» (Se puede leer)
    Saludos en la Santa María Virgen y en Cristo Rey

  2. Hace un tiempo , creo que antes de la cuarentena, que Sandro Magister comenzo’ a ver una realidad distinta a la que uno percibia habiendo .dejado de interesarme en sus articulos.Es extraña su posicion cercana ahora al filoprogresismo , por su gran formacion y antecedentes intelectuales. La verdad no lo entiendo .Espero que sea pasajero

  3. Francisco ya ha decidido solamente bastó que se le acercara Bätzing para decirle que no se le iba a tocar el papado y que solamente lo que querían era la reforma moral y religiosa manteniendo las estructuras de la Iglesia para que un hombre octagenario que ha llevado adelante esa misma reforma como la culminación de su obra en esta tierra cediera a la tentación de entregar la Iglesia a cambio de poder, pero todos sabemos que el NOM y la masonería no pueden permitir la subsistencia de la Iglesia y del papado como señala el Apocalipsis se le dará muerte a la mujer y se repartirán sus vestimentas en distintas Iglesias nacionales separadas y creadas al placer de las masas manipuladas por el NOM por distintos sínodos nacionales y por el camino de la sinodalidad. El tiempo en que Francisco termine siendo el último papa de la historia ha comenzado y los obispos y sacerdotes no lo quieren ver ni escuchar. Saludos en la Santa Virgen María y en Cristo Rey

  4. Un cristiano, en particular, un católico se distingue de los no cristianos y en especial de los anti-cristianos, por jerarquizar verdades y personas.

    En cuanto a las personas, nuestro Papa Benedicto XVI, es un gigante de la teología de todos los tiempos, un conocedor a fondo de la fe y de la cultura del pasado y del presente. Profesor universitario, de intensa vida académica, con libros y conferencias, a cargo por más de veinte años nada menos que de la CDF, principal autor del Catecismo de la Iglesia Católica, obra magna para orientarse en el mundo actual. Vivió, estuvo y participó con papel de asesor perito en el Concilio Vaticano II. Y como Papa, elaboró encíclicas, motu proprios, exhortaciones apostólicas. Ha renunciado al ejercicio activo del Papado pero no al mismo. Cuida de nosotros. Nos ha salvado de la apostasía bergogliana, protegiendo al Papado y a la Iglesia, permitiendo que sepamos qué clase de tropa está al mando del Vaticano, velando por y en la verdadera silla de Pedro. Orando por la Iglesia y el mundo. Su renuncia que no es renuncia habilita la entrada de una farsa que se llama Francisco que no es Francisco. En fin, Benedicto XVI, un hombre de excepcional valía. Nuestro Papa es figura admirable para el catolicismo y para el mundo no católico con cabeza abierta y alerta, como por ejemplo, el excelente filósofo italiano profesor Marcello Pera.

    Todo ello marca una diferencia abismal con el Arzobispo Viganó, del cual no se conoce su producción cultural porque no existe como teólogo y ni siquiera como mero comentarista –hasta ahora- de la vida eclesial en su cariz doctrinal, filosófico y teológico. En esto es un recién llegado. Además, y es lo más importante, no vivió desde dentro el Concilio Vaticano II, del cual predica ahora como si hubiese estado allí. A Viganó lo atiendo con particular interés cuando habla de lo que vivió y vió directamente, en su oficio diplomático, porque es su experiencia inmediata y porque proporciona datos y acusaciones graves sumamente verosímiles que no han sido rebatidas por nadie. Asimismo, debo decir que no me agrada el demasiado tiempo que lleva escondido. Es hora que dé la cara públicamente. No se justifica más su ocultamiento.

    En resumen, cuando se habla del Concilio Vaticano II, Benedicto XVI y no Viganó, quien repite mecánicamente las mentecateces de una de las dos caras del mismo fundamentalismo –es la actitud de darle la espalda a la verdad- a que estamos expuestos, como lo es el reaccionarismo lefebvriano. La otra cara del fundamentalismo es la progresista. Ambas proclaman lo mismo, la hermenéutica de la ruptura. Pero antes para ello, dibujan un concilio que no es el real, el concilio de la prensa. El real fue el concilio Vaticano II de y con la alegría cristiana. Como lo atestiguan testigos y participantes directos del mismo. A ellos me remito. Por ejemplo, nuestro Papa Benedicto XVI.

    1. Benedicto es una persona que estudió a San Buenaventura sobre el cuál hizo la tesis y estudió algunos teólogos modernos no en profundidad a San Agustín ni en profundidad a Santo Tomás de Aquino, se ha creado el mito de que es el mayor teólogo de nuestro tiempo pero lo único que se le debe es la hermenéutica de la continuidad, sus encíclicas no llegan al nivel de las de Juan Pablo II, es un buen teólogo pero al no seguir la filosofía perenne de un Santo Tomás de Aquino carece de una filosofía y teología completa para enfrentar la actual crisis de la Iglesia.
      Mucho más han aportado al conocimiento de la realidad actual de la Iglesia el P. Castellani y Julio Meinvielle por ejemplo, o el P. Alfonso Galvez del cuál basta con escuchar alguno de sus videos para darse cuenta de la profundidad y santidad de este sacerdote, también convendría que lea a Garrigou-Lagrange antes de comenzar a establecer la supuesta grandeza de la teología de Benedicto, en realidad, Benedicto sufrió una gran merma grande en su formación al dedicarse a estudiar a San Buenaventura que era muy inferior a Santo Tomás de Aquino y el tomismo son enanos muy estudiosos e inteligentes subidos sobre enanos más estudiosos e inteligentes y todos ellos subidos sobre un gigante, o sea, cualquier tomista de fuste cuenta con una teología más completa, exacta, ordenada y verdadera que la de aquellos que intentan empezar a hacer teología por su propia cuenta como los seguidores de la nueva teología, hagamos una cosa lea Las tres edades de la vida interior de Garrigou-Lagrange y compárelo con cualquier libro de Ratzinger o de Benedicto y lea El Señor de Guardini y compárelo con Jesús de Nazaret de Benedicto. Saludos en la Santa Virgen María y en Cristo Rey

  5. Me merece gran respeto y veneración el Papa Benedicto, pero creo que Monseñor Viganò no está desencaminado. Quizás para aclarse mejor sería conveniente que leyese todos los sic et non de las conversaciones doctrinales entre la Santa Sede y la Fraternidad, moderadas entre otros por el actual Prelado de la Obra. A pesar de que no se llegase a un acuerdo, hubo una gran labor de precisión por ambas partes. Monseñor Schneider tiene mucho que decir en esta materia, pues es su virtud, ciencia y espiritualidad, que posibilitan que mantenga una posición de equilibrio. Si Monseñor Viganò va por libre, en ese tema, incurrirá en algún error.

    1. Gran discurso de Benedicto, pero piano, piano estamos en la situación en que parte de la Iglesia está pidiendo a gritos aprobar la homosexualidas y justificando el aborto, y el Papa no toma ninguna medida, con lo que parece que consiente y, por tanto, aprueba. Mucho Concilio y mucha hermeneútica, pero a esto hemos llegado. Que diga Francisco de una p… vez que lo que consiente es lo que vamos a tener y actuaremos en consecuencia. No será el primer cisma en nuestra Iglesia.

      1. En realidad, el regente Bergoglio toma medidas protegiendo doctrinal y personalmente a homosexuales y homosexualistas. Por el contrario, el Papa Benedicto XVI ha tomado varias medidas -correctas y correctivas- tanto en lo doctrinal, por ejemplo, en la redaccion del Catecismo de la Iglesia Católica, principal autor, como en lo pastoral, expedientando a 600 sacerdotes, muchos de ellos por su homosexualismo. Incluso sancionando a Cardenales como el tío Mc Carrick luego rehabilitado por Bergoglio.

        La verdad es lo primero.

  6. Vigano es coherente. Muchos llegamos a esto. Eramos de la linea de Ratzinger hasta que nos dimos cuenta que era tambien deficitaria la explicacion.

  7. Debo decirle, Carlos, que más amigo soy de la Verdad y de Cristo que de cualquier creatura.
    Por eso mi obligación es señalarle que la hermenéutica de la continuidad es un engaño quizás no querido pero un engaño al fin porque no se habría llegado a la crisis actual de la Iglesia si algo no estuviera mal en el Concilio Vaticano II, no en todos sus documentos y, tampoco, en todos los párrafos de todos los documentos y lo mismo con la misa de Pablo VI sino no podrán explicar ni entender la actual crisis de la Iglesia ni encontrarle una solución.
    Si el CVII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI hicieron todo bien, si eligieron bien los cardenales y obispos entre los cuáles estuvo Bergoglio, si fueron claros en temas como las reuniones de Asís y en los pedidos de perdón de la Iglesia a todos los pueblos no católicos por supuestos pecados de la Iglesia y de la civilización católica.
    Si todo lo que ellos hicieron fue bueno y correcto como realizado por Dios mismo y si el CVII es sacrosanto (como señala solodoctrina como si fuera un dogma de una nueva religión según la cual el Espíritu Santo se vería obligado a hacer de los miles de párrafos del CVII escritos de manera apurada y debiendo ser corregidos algunos por el papa Pablo VI) como si fueran las Sagradas Escrituras con absoluta inerrancia y como si se debiera tratar al magisterio ordinario, no por los laicos, sino por todos los teólogos, obispos y cardenales como si en la práctica fuera un magisterio extraordinario, bueno no podemos hablar Ud. y yo, no podemos discutir nada porque vemos realidades muy distintas, entendemos de manera muy diferente la religión católica y tenemos una memoria muy distinta de las cosas.
    Si Benedicto no renunció o aparentó renunciar, si no convocó a un cónclave y se abrazó con Francisco y aceptó la presencia de Francisco como si fuera un papa, bueno, no podemos ni comunicarnos Ud. y yo.
    Y si no acepta que algo pudo hacerse mal en la Iglesia desde el CVII hasta Benedicto e incluso antes y que Francisco es un producto NO de una minoría de mafiosos porque la realidad nos muestra que ha gobernado la Iglesia durante ocho años sin oposición seria de los más de mil de obispos y más de un centenar de cardenales y de las centenas de miles de sacerdotes salvo honrosas excepciones, bueno Carlos, entonces, deberé rezar por Ud. para que deje de confundir a la gente y para que deje de mentir porque la mentira es la que nos ha llevado a la situación actual y como soy amigo de la verdad así soy enemigo a muerte de la mentira y de los mentirosos.
    Ud. debe elegir su bando, con quién quiere estar, no se trata de decir Señor, Señor, y pensar que mintiendo entrará en el Reino de los Cielos, entonces, ¿en qué se diferencia de un progresista.?
    Se les está acabando el tiempo de enmendarse, de reconocer pecados y errores, eso es lo que pide Viganó y es lo que hace, sigamos su humilde ejemplo, pero si no lo sigue no acompañe con poesías y loas a Benedicto mis comentarios para defender lo indefendible y negar a Cristo con omisiones pecaminosa mortales en lo que se refiere a la verdad de los hechos.
    Considero que lo único que puedo esperar en este comentario de parte de Ud., de solodoctrina o de cualquier conservador es un silencio que señalará su perseverancia en sus opiniones y conductas porque conozco a los hombres, sus debilidades y límites y aquellos que dicen ahora amar a la Iglesia no se desvían un ápice de su amor propio y, en realidad, lo que aman es su opinión personal y su postura personal con respecto a la actual crisis de la Iglesia y no cederán en nada su opinión porque la aman más que a la verdad, aman pensar un pasado propio y personal de aciertos en materia religiosa más que lo que aman aceptar la verdad de un pasado con ciertos desaciertos, pecados y errores y, sin embargo, ¿cuántos hay que puedan señalarse como santos?
    Ahí tienen al P. Alfonso Galvez y se han olvidado de él y prefieren los silencios y omisiones de Benedicto a las palabras y acciones buenas, meritorias y valientes sobre verdades y realidades molestas de Viganó.
    Cada cuál elige y hay gente que ha elegido no dar batalla pero se llaman católicos y no sé con qué derecho porque le hacen el juego al NOM y a los progresistas como necios útiles.
    Por amor a la Verdad le exijo que responda con la verdad a mis críticas y que no busque con sensiblerías reemplazar la verdad por la falsa poesía.

      1. Declaro mi completa adhesion a todos los concilios de ls Iglesia una, santa, catolica y apostolica desde el concilio de Jerusalén hasta el Vaticano II sin excepcion.

      2. Cewi que va siendo momento de aclararse y saber quién realmente está en una actitud cismática. Recientemente Su Santidad Kyril, Patriarca de Moscú y de todas las Rusias. dijo que consideraba un despropósito la posibilidad de unirse a Roma, ante el deterioro doctrinal, moral y disciplinar de la Iglesia católica, bendecido todo ello por Bergoglio.

  8. Habría que decir algo de las tentaciones de Satanás al Papa.
    Tengo el convencimiento de que el papa Francisco se puso a las órdenes del NOM porque esperaba, en cierto sentido, salvar a la Iglesia recordemos que su visión del Apocalipsis es la de una novela de Benson «El Señor del Mundo» que el papa recomendó en muchas oportunidades y en la cuál la Iglesia es destruida por los poderes socialistas del mundo por no querer cambiar.
    Creo que el papa Francisco sufrió cierta persecución por la Iglesia (justa o no) cuando fue enviado a la provincia de Córdoba, tenía según nos explica Caponnetto y otros, poseía un cierto espíritu de división, una capacidad de abrir grietas y profundizarlas y por ello lo enviaron a Córdoba.
    Como Judas que sintió la crítica que Jesús a su persona cuando una mujer rompió el perfume caro para perfumar los pies de Jesús así creo que Bergoglio guardó un cierto resentimiento por la Iglesia de siempre.
    Lo que se proponía con el grupo de Sant Galles era, sin duda, el poder pero también la reforma de la Iglesia y esa reforma como un acto revolucionario implicaba una cierta traición y un dar muerte a la Iglesia anterior en lo que seguía viva.
    Crear una Iglesia totalmente nueva y evitar la destrucción de la Iglesia tal como lo había previsto Benson en su novela pues según Benson por no someterse al mundo la Iglesia sería destruida y por ese sentimiento íntimo de traición intentó rescatar, en muchas oportunidades, la figura de Judas con la cuál de una forma lejana se veía identificado.
    Era él, en cierto sentido, el que por la reforma iba a dar muerte a la Iglesia en su forma tradicional para formar una Iglesia ecuménica que ocupe el primer lugar con la Iglesia universal del NOM y en un gobierno mundial manifiesto del NOM.
    Tal es lo que le vendieron los alemanes y eso compró Francisco y creo que se ha dado cuenta de que el NOM no pretende dejar rastros de la Iglesia católica y no quiere una Iglesia católica reformada sino que el NOM se propuso desde un comienzo es la destrucción absoluta de cualquier vestigio de la Iglesia católica.
    Lo que se llama en el Apocalipsis dar muerte a la mujer y distribuirse sus vestimentas por medio del camino sinodal o de la sinodalidad que ha emprendido Alemania, dividir la Iglesia en distintas Iglesias nacionales y destruir su unidad, su santidad, su doctrina, su moral y el papado.
    La masonería debe destruir la Iglesia como una muestra no sólo ni principalmente de poder sino de veracidad de lo que ella misma ha enseñado y realizado durante siglos y para demostrar que la masonería es la única que tiene la razón o la verdad y para ello necesita destruir la Iglesia católica pero también destruir el papado que recuerda a la Iglesia demostrando que Cristo no vuelve y que la Iglesia no es de Dios.
    El papa Francisco recibió al presidente de la CEA y el presidente ha dicho que Francisco apoya el camino sinodal alemán.
    Al papa le quedan tres posibles acciones: la primera es disminuir el ritmo de sus reformas y convencerse de que no deberá enfrentar tarde o temprano a los alemanes, la segunda es ir pensando con buenos obispos como Schneider, Sarah, Viganó, Aguer, Burke, Pell, etc. una estrategia como Iglesia para enfrentar el sínodo alemán que viene por todo, o sea, por su cabeza como papa y por la destrucción de la Iglesia y tercera es la posición de Judas de dejarse tentar por Satanás y confiar en que los que conspiran para dar muerte a la Iglesia no destruirán el papado y su persona.
    Este último camino que es el de Judas y el de los herejes supone acelerar los tiempos y confiar ciegamente en que el presidente de la CEA y el NOM le van a permitir la creación de una Iglesia católica reformada en la que permanezca la figura del papado y que aspirarán, la masonería y la CEA, solamente a eso, a que se amolde a los poderes de este mundo y los deje actuar.
    En ese caso, Francisco no va a pensar demasiado y va a apurar las cosas pero el resultado final de sus actos será el obvio, a saber, dejará de ser papa y la Iglesia será desmembrada por sínodos nacionales y por una elección democrática del ejercicio del poder en la Iglesia. Quedará en la historia como el que mató o traicionó a la Iglesia.
    El camino de Judas llevó a Judas al suicidio, si bien podía tener rencor contra Cristo lo que quería sobre todas las cosas era un reconocimiento para su persona por parte de los conspiradores y de la historia, su decisión era o él y sus sueños de cierto reconocimiento o la muerte, o él se transformaba en una persona de prestigio y admirada o si era despreciada por los conspiradores y por la historia prefería morir, el no aceptar su condición de creatura humana pecadora que había errado el camino lo llevó al suicidio, el no aceptar que sus sueños no podían realizarse, el ver el fracaso de sus acciones y no poder vivir con el fracaso lo llevó al suicidio, el no aceptar la realidad y la verdad lo llevó a suicidarse, Simón, en cambio, aceptó su pecado y lo enmendó con buenas obras el resto de su vida terrena.
    El que un hombre no pueda realizar los sueños que se propuso y que la realidad le demuestre que sus sueños no son realizables y son malos lo puede llevar a decidir como un niño caprichoso o soy yo o sino prefiero la muerte o la locura.
    Así sucedió con Hitler, así como muchos herejes a los cuáles la realidad humana y divina les dijeron que no.
    Y entonces surge la tentación de Satanás de aferrarse a lo que uno cree que es y que en realidad son los sueños de un futuro que es imposible y se niega a aceptar el pasado y el presente y elige terminar con su vida y con todo. Después de mí no el Diluvio sino el Apocalipsis.
    Se juega la carta aún cuando todo le indica que no existe ninguna probabilidades de ganar, se juega y muestra su necedad y cuando la realidad le demuestra su necedad lo que hace es acabar con su vida.
    Creo que pronto sabremos si los tiempos se van a ir acelerando o no con Francisco y hasta dónde confía en los que evidentemente lo han traicionado y conspiran contra la Iglesia y su persona.
    ¿Se encontrará en el futuro repitiendo la vida y la muerte de Judas?
    No lo sabemos pero esperamos que razone bien y sea prudente porque esto que le está sucediendo lo hemos visto demasiadas veces en la historia.
    Esperamos que obispos y sacerdotes lo apoyen y ayuden a entender de qué se trata este juego peligroso que está jugando sé que conoce mucho sobre política pero el amor propio vuelve al hombre ciego a ciertas realidades y verdades molestas y que tarde o temprano se lo llevarán puesto, esperamos que obispos y sacerdotes lo ayuden y apoyen para que pueda entender a quiénes tiene enfrente y cuál será el final si sigue con la misma estrategia.
    Saludos en la Santa Virgen María y en Cristo Rey

  9. ¿Viganó cismático por decir la verdad sin paliativos?
    Pues entonces yo también soy cismática.
    Allá se queden los progres y masones con sus progreríos y masoneríos…
    Y los pachamámicos son los verdaderos católicos, verdad??

    1. A efectos prácticos, yo también me considero cismático: no me considero vinculado con este Pontífice, ni con la jerarquía muda que tiene alrededor, no leo nada del magisterio posterior al concilio. Misa en latín, comunión de rodillas y en la boca y a soportar la descafeinada cuando no tengo más remedio. Práctica de las obras de caridad corporales y espirituales y a correr. La iglesia actual es respecto al mundo como el PP respecto al Psoe, el rabo que le sigue a todas partes.

  10. Es evidentemente un acto de extrema vileza el de Sandro Magister que no remite expresamente al artículo en el que Viganó supuestamente habría sostenido que todo el Concilio Vaticano II debía ser tirado a la basura, es de extrema vileza decir que Viganó por no sostener la hermenéutica de la continuidad como la teoría para interpretar el CVII está en contra de Benedicto XVI y quiere un cisma. Es terriblemente vil todo esto de atacar a un hombre porque como doctor privado propone otra teoría para abordar el problema del CVII y es de ignorante entender que al hablar Viganó de una cierta disruptura en el concilio está hablando de ruptura. Lo que hemos leído de Viganó es sincero y veraz no se lo reproduce porque se teme la verdad y se la oculta como ha sucedido hasta ahora con el clero y porque no se quiere restaurar la doctrina y la moral de la Iglesia porque los obispos y sacerdotes se niegan a santificarse más para enfrentar la actual crisis de la Iglesia y porque para afrontar la actual crisis de la Iglesia es necesario reconocerle su origen en el concilio. No hay ni una pizca de buena voluntad en este periodista y lo que exigimos es que por lo menos reproduzca ese texto de Viganó que Sandro Magister nos reenvía a la Web para luego decirnos ese no es es otro. Queremos que reproduzca el texto y demuestre lo que afirma con vileza a saber que Viganó es un cismático y que quiere abolir íntegro el CVII y si nos enojamos tanto y hay muchos errores en nuestros comentarios sin duda se debe a que la ira justa nos ha invadido ante un ataque artero a un muy buen obispo y un excelente hombre así como el soldado de Cristo sale en defensa de uno de sus generales atacado a traición. Lo exigimos en el nombre de la Santa Virgen María y de Cristo Rey

  11. Se puede estar fuera o dentro de un recinto y, por consiguiente ser o no cismático, cuando este recinto tiene unos límites precisos. Pero, cuando el recinto no tiene de tal más que el nombre porque no tiene tales límites sino que se confunde con los demás territorios y penetra y es penetrado por ellos, decir que alguien está fuera o dentro de él es por lo menos arriesgado. Y cuando afecta a personas, en muchos casos beneméritas, es también injusto y calumnioso.
    Hoy –nunca lo lamentaremos bastante- ¿donde están los límites precisos y en la práctica de lo que es correcto o no en doctrina, liturgia y disciplina en el seno de la Iglesia Católica? Porque si de hecho Walter Kasper puede ser cardenal, el papa que besa el Corán canonizado y las monjas que defienden el aborto seguir –aparentemente, al menos- tan tranquilas, ¿dónde está el recinto religioso con unos límites concretos de modo que se pueda decir que alguien está dentro o fuera de él?
    Si enfrentamos esta crisis de vértigo a base de definiciones atemporales puede que elaboremos textos tan rotundos como alejados de la realidad. Y eso es lo que hace aquí SANDRO MAGISTER.

  12. ¡¡¡Sandro Magister!!! ¡¡¡Viganò cismático!!! ¡¡¡Y miles de obispos y sacerdotes modernistas no!!!

    El verdadero problema que tiene el Concilio Vaticano II es que sentó unas premisas que han llevado a unas conclusiones reales, prácticas y efectivamente constatables hoy en día: ha posibilitado que la exhortación Querida Amazonia, Capítulo IV, «Un sueño eclesial», numerales 61-110, donde se introduce la brujería amazónica en la fe, moral, liturgia y eclesiología católicas, manipulando totalmente la lex credendi, lex orandi y lex vivendi. Y permite además, que se inicie el apostático camino sinodal, que no es en absoluto detenido por Francisco, y parece ser favorecido por el llamado Espíritu del Concilio.

    El discurso de Benedicto XVI es bonito, pero abstracto, no resolutivo, carente de realismo práctico, como algunos escritos suyos, en concreto, el que se menciona: queda excelso hablar de abstractas hermenéuticas de la continuidad o discontinuidad, pero materialidad concreta y efectividad realista, ni una. El Concilio Vaticano II tiene escritos que por su estructura, conllevan la crisis actual, y Viganò tiene derecho a decirlo, le ampara el canon 212 del Código de Derecho Canónico. El Concilio Vaticano II tiene proposiciones excelentes, como el papel de los laicos, pero ha sido una decepción profunda en todos los aspectos, sea por la infiltración masónica o modernista interior o posterior en su desarrollo. Y como prueba, pongo al Mal Pastor Francisco. Él es la supuesta «Primavera Eclesial» del Concilio Vaticano II.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *