África inquieta. No a la bendición de las parejas homosexuales, sí a la intolerancia entre las tribus

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Al papa Francisco le gusta mucho la Misa en rito congoleño. Y también le gusta –dijo– que la comunidad congoleña en Roma esté “dirigida por una monja que manda como si fuera un obispo”. Las estadísticas lo consuelan. Hoy, la República Democrática del Congo es el tercer país del mundo con mayores índices de asistencia a la Misa católica, con 37,5 millones de practicantes asiduos, precedida sólo por Filipinas y México y con otros cuatro países africanos entre los diez primeros: Nigeria, Uganda, Tanzania, Angola. Todo delante de Italia.

África es también el único continente en el que los católicos están creciendo actualmente. En su reciente viaje al Congo y a Sudán del Sur, Francisco fue recibido por una multitud impresionante. Estuvo acompañado en su visita al segundo país por el primado de la Iglesia Anglicana, Justin Welby, y por el moderador de la Iglesia Presbiteriana de Escocia, Iain Greenshields: los tres juntos para a ese pueblo dividido por una guerra civil lo bueno de una paz entre hermanos en la fe.

Pero luego está la otra cara del África católica, la cual está muy lejos de tranquilizar al Papa Francisco y no sólo a él, para bien o para mal.

La primera señal de preocupación está dada por lo sucedido a la Iglesia Anglicana, inmediatamente después del viaje a Sudán del Sur en los primeros días de febrero.

En síntesis, la Iglesia de Inglaterra presidida por Welby ha aprobado la bendición de las parejas del mismo sexo, bajo la presión de los componentes noratlánticos del anglicanismo, pero con la oposición de los del hemisferio sur y particularmente de África, que constituyen las tres cuartas partes del todo.

El resultado fue el rechazo de la obediencia al primado anglicano por parte del Movimiento del Sur Global del Anglicanismo, que está presidido por el arzobispo de Sudán y Sudán del Sur, Justin Badi Arama.

En esencia, se produjo una división. Arama dijo que el arzobispo de Canterbury, Welby, había traicionado a la Iglesia anglicana y, por lo tanto, dejó de ser reconocido como el primado de toda la comunión.

Lo que impacta es la similitud entre la causa de esta división y lo que está sucediendo en el campo católico. Porque aquí también hay un componente del norte, encabezado por la Iglesia de Alemania, que quiere y ya practica la bendición de las parejas homosexuales, con la oposición de una parte sustancial del sur, particularmente en África: una oposición que en el campo político es incluso más intransigente, como muestra el caso de Sudán del Sur.

Hasta ahora, el papa Francisco ha dejado pasar la confrontación a distancia entre las diversas posiciones, mostrándose comprensivo a su manera con todos. Pero cuando el sínodo mundial que el Papa ha convocado para octubre se enfrente a esta y otras cuestiones similares, es probable que la oposición africana salga a la luz.

“Nosotros preferimos una Iglesia que sea una casa con reglas y principios, no una tienda de campaña en la que cualquiera pueda entrar”, dijo el padre Vitalis Anaehobi, nigeriano, secretario general de la conferencia regional de obispos de África Occidental que incluye a Nigeria, Costa de Marfil, Burkina Faso, Guinea, Benin, Malí, Togo, Ghana, Senegal, Islas Mauricio, Cabo Verde, Guinea Bissau, Gambia y Sierra Leona, al presentar los resultados de los sínodos locales, preparatorios de la asamblea de Roma.

Las palabras de Anaehobi fueron una clara polémica contra el lema “inclusivo” elegido por Roma para el sínodo, tomado del profeta Isaías: “Ensancha el espacio de tu tienda”.

Pero también hay otra peculiaridad inquietante en el catolicismo africano: estar marcado por las confrontaciones tribales.

En Sudán del Sur estuvo un obispo, el misionero italiano Christian Carlassare, que llegó a pie (ver foto) desde su diócesis de Rumbek para encontrarse con el Papa en Juba, junto a decenas de fervientes fieles, pero que poco después de su nombramiento, fue víctima de una emboscada en la noche del 25 de abril de 2021. Le dispararon en ambas piernas, obligándolo a someterse a una larga curación y a posponer durante casi un año su consagración episcopal. Los que lo agredieron fueron un sacerdote y cuatro fieles de la diócesis, posteriormente condenados a siete años de prisión. Todos ellos pertenecían a la tribu Dinka, al igual que el presidente de Sudán del Sur, Salva Kiir, y no toleraban que el nuevo obispo, extranjero, sustituyera al coordinador diocesano, también de la tribu Dinka, que hasta entonces administraba provisionalmente la diócesis.

En África sucede a menudo que los tribalismos irrumpen cuando se nombran obispos. El 11 de febrero, pocos días después de su regreso de su viaje por África, Francisco, nombró obispo de Makemi, en Sierra Leona, a John Hassan Koroma. Desde 2012 que esta diócesis no tenía obispo. O, mejor dicho, se le había asignado uno, pero nunca había podido poner un pie allí. Su nombre era Henry Aruna y su culpa era que pertenecía a la tribu Ende, despreciada por los Temne que dominaban en Makemi. Tres años después, Roma asignó a Aruna otra diócesis, la de Kenema. Pero tomó otros siete años y dos administradores interinos antes de que se encontrara un nuevo obispo finalmente aceptado para Makemi.

Y además hay todavía casos sin resolver de diócesis que aún están vacantes debido a la irreductible oposición tribal. La más clamorosa es la de Ahiara, en Nigeria. En diciembre de 2012, Peter Ebere Okpaleke fue nombrado obispo allí, pero se le impidió ingresar porque pertenecía a una subtribu adversaria. El bloqueo se prolongó durante cinco años, hasta que en 2017 el papa Francisco tomó el asunto en sus propias manos y llamó a Roma a los protagonistas del asunto, al obispo opositor, a una representación del clero local y de los fieles y a los ancianos del episcopado nigeriano.

Posteriormente se hizo pública la terrible reprimenda que el Papa reservó para sus opositores. Los acusó de “destruir la Iglesia”, de cometer “un pecado mortal”, y ordenó a cada uno de los sacerdotes de la diócesis que entregara una carta de sumisión total en el plazo de 30 días, sin la cual se desencadenaría la suspensión “a divinis”.

Pero ni siquiera con esta medida extrema Francisco consiguió lo que quería. En 2018 el Papa aceptó la renuncia de Okpaleke como obispo de Ahiara y en 2020 le asignó una nueva diócesis creada especialmente para él, la de Ekwulobia. El 27 de agosto de 2022 incluso lo creó cardenal.

¿Y la diócesis di Ahiara? Está todavía sin obispo. Okpaleke pertenecía a la misma tribu, la de los Igbo, los habitantes de la diócesis. Pero el problema era que “yo hablo un dialecto Igbo y el pueblo de Ahiara habla otro”, dijo hace unos días en una entrevista con “Avvenire”. “Hubo una negativa a ir más allá de un particularismo sub-étnico para construir una identidad a un nivel superior, no sólo en la visión cristiana que considera a todos los bautizados como hermanos y hermanas, sino también al nivel de pertenencia común a una misma tribu o grupo étnico”.

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Sobre los posibles efectos de la oposición entre el norte y el sur en la cristiandad en su conjunto, no sólo protestante, el teólogo valdense Fulvio Ferrario expresó un claro juicio en el número de marzo de 2023 del mensuario “Confronti”:

“Parecería perfilarse el siguiente escenario: por un lado, el mundo rico y altamente secularizado; por el otro, una minoría nórdica cristianamente conservadora y un cristianismo sureño que no ha pasado por las revoluciones culturales modernas. En tal marco, el protestantismo clásico, como expresión de un cristianismo interesado en dialogar con el horizonte secular, terminaría aplastado”.

Y junto con él, también “aquellos sectores del mundo católico, sospechados de ‘protestantismo’, que, más o menos tímidamente, afirmar que quieren diferenciarse del monolítico catolicismo romano”.

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