| 30 octubre, 2013
Usualmente no comento las noticias, en particular de ámbito religioso, donde suele haber muchísimo desconocimiento por parte del periodista, lo que genera inevitablemente una serie de errores. Sin embargo, ante la noticia que me he encontrado, y un artículo que habla sobre lo mismo en el blog de don Terzio, creo que es imposible no decir unas cuantas palabras.
El titular de la noticia ya nos atormenta: “Comisión Episcopal sugiere actualizar la Liturgia para acercarse a los fieles”.
Y es que nuevamente, a 50 años del Concilio Vaticano II y del documento Sacrosanctum Concilium, el cual fue (supuestamente) la base para las reformas conciliares, se vuelve sobre el tema de “acercar la liturgia a los fieles”. No se necesita ser un Liturgista eximio para decir, en vista a los resultados, que el Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia (principal órgano de la reforma litúrgica post-conciliar) precisamente adoleció del “Exsequendam”, es decir, de la ejecución de las inquietudes de los Padres Conciliares, en vista de los notables frutos de su no-ejecución como la virtual desaparición de la lengua latina y de la música sacra, como botones de muestra)
El secretario de la comisión de Liturgia del episcopado español, y principal aludido en la noticia, es el P. Juan María Canals (conocido por algunos debido a su artículo destempladamente crítico contra el Papa Benedicto XVI respecto a la decisión que culminó en el Motu Proprio Summorum Pontificum, el cual publicó en el sitio web de la Comisión de Liturgia de la cual es secretario y que, como consigna don Francisco José Fdez. de la Cigoña, ha desaparecido de dicho lugar).
El P. Canals dice, en la entrevista (con comillas), dos frases absolutamente determinantes y dignas de estudio, siendo la primera de ellas, sobre la lengua litúrgica:
El paso más importante se dio con la introducción de la lengua vernácula y relegando al latín, ya que «fue clave para que la gente entendiese lo que celebraba en la Eucaristía» y ayudó a aumentar la participación de los fieles.
Cabe preguntarse: ¿La sustitución del latín por la lengua vernácula realmente permitió que la gente entienda lo que se celebra en la Santa Misa? ¿Realmente ayudó a aumentar la participación de los fieles en la Santa Misa?. No es difícil destruir este argumento simplista. Solo es necesario sentarse, como feligrés, en la última banca de la Iglesia y analizar el comportamiento de los fieles antes, durante y después de la Santa Misa: Gente que llega tarde, que conversa, que mastica chicle o bebe de una botella de cocacola, que come caramelos o galletas, que raya las bancas, que bota basura en el templo, que contesta el teléfono móvil en plena consagración, que sale sin justificación alguna, que ríe como si estuviera en un parque de diversiones, que “chatea” usando su celular, que (inclusive) se maquilla… Podemos agregar un gran etcétera. Además, hay elementos que trascienden la órbita del comportamiento meramente “humano” o “natural”, como por ejemplo, la notable diferencia entre la gran cantidad de comulgantes y la escasísima cantidad de penitentes (producto de que muchos sacerdotes ya no confiesan, de la relajación de la moral y la relativización del pecado), o por ejemplo, el horror que muchos sacerdotes sienten por el silencio, lo que les lleva a incorporar frecuentemente cantos inapropiados para la liturgia (muchos de ellos, algunos cantos de moda de origen evangélico, de dudosa doctrina y de fatal emotividad).
Como podemos ver, la sustitución del Latín por la lengua vernácula no ha ayudado en la mejora de la comprensión del Santo Sacrificio de la Misa. Lo mismo respecto a la participación de los feligreses en la acción litúrgica, ya que muchos asisten como irrespetuosos asistentes a la Santa Misa, con una indefinida conciencia de la importancia y la santidad del Misterio en el que se ven envueltos.
Además, el P. Canals agrega:
Otro de los cambios en estos 50 años ha sido la reforma de los libros litúrgicos y la «interculturalidad», que Canals define como «el trasvase entre la Iglesia y la cultura que ha permitido retocar y adaptar algunos elementos para que el Evangelio sea entendido y llegue a más personas».
Aquí se hace una apología a la “inculturación de la Liturgia”, en un sentido bastante amplio, justificando agregar, modificar o suprimir alguna parte de la Santa Misa a criterio del celebrante (o del liturgista aficionado de turno). Y se hace hincapié, una vez más, en un carácter “docente” de la Liturgia, siendo vista con prioridad como una forma de llevar el Evangelio a más personas y permitir que muchas más lo puedan entender.
La Santa Misa, así como cualquier acto de culto público propiamente litúrgico, tiene como principal objetivo la Gloria de Dios, y por ello mismo, tal como lo define en su tiempo el Cardenal Ratzinger, es una acción Al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, que busca la Gloria de Dios y la santificación del hombre a través de la Gracia. Si la Liturgia es vista como un instrumento, su valor y su santidad cambia absolutamente, llegando a los paupérrimos abusos que seguirán decorando las pasarelas del mal gusto y de la irreverencia (y, en muchos casos, también del sacrilegio).
Finalmente, el P. Canals matiza su intervención aludiendo al Papa Benedicto XVI:
No obstante, el secretario de la Comisión Episcopal ha sugerido que en los próximos 50 años el trabajo debe centrarse «en la formación en un sentido teológico, bíblico y espiritual» con el objetivo de «acercar a los fieles a la Eucaristía y que conozcan a Cristo a través de la Liturgia» y que el número de asistentes a misa deje de disminuir.
Y es que, en efecto, es de vital importancia la formación de los fieles. Esa formación debe ser aplicada principalmente en la Catequesis, que hoy está muy debilitada y sometida a una deformación debido a la ignorancia y a la proliferación de pseudo-teólogos de discutible seriedad.
Sin embargo, la mejor formación para los fieles puede darse, paradojalmente, en el mismísimo Santo Sacrificio. Es imperativo DEVOLVER a la Liturgia su sacralidad, su “intimidad para con la Trinidad”, su devoción, sus gestos, el prescindir de la figura humana del sacerdote y devolver al centro de la Liturgia la centralidad del Único y Eterno Sacerdote: Jesucristo nuestro Señor. Esa es la catequesis de la gente sencilla, que por siglos conectó hasta al más pobre de los fieles con el Sacrificio de Cristo en la cruz, que se renueva incruentamente en cada Misa.
Para mejorar la situación actual de los fieles y su relación con la Liturgia, no se necesita banalizar aún más la Liturgia, centrándola en el hombre y colocando a Dios en una preciosa cátedra de oro escondida en el último rincón de la Iglesia (usualmente, junto al confesionario que se utiliza de armario para guardar la escoba y el trapero).
La solución parte por devolver a Dios el lugar que realmente tiene en la Liturgia, que es el principal y central. De ahí, surgirá espontáneamente la piedad, la “necesidad de Dios” por parte del hombre, y por ende, la necesidad de ser coherentes y de anunciar a Cristo con el testimonio en la vida: Lex Orandi – Lex Credendi – Lex Vivendi.-
Confieso que, a veces, sobran las ganas de organizar unas rogativas «ab fulminandos illos«…
Conversi ad Dominum!
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Quisiera dedicar esta entrada al Búho Escrutador, cuyo fascinante blog nos entrega, semana a semana, información y reflexiones muy importantes para la vida eclesial, siempre con máxima caridad, pero sin perjudicar la acuciosidad y los pormenores.
Recomiendo visitar el Búho Escrutador e incluirlo en sus favoritos.
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Si se vanaliza la liturgia, si se la priva del peso y espesor que la caracteriza, se convierte en un lamentable teatrillo, en un mimo vacuo e incomprensible. Para la comprensibilidad de la liturgia es necesario que ésta mantenga todos sus elementos de «teatro sagrado», todas sus pesas y medidas. El padre Canals no se entera absolutamente de nada.