Es entonces, relata, «en cuanto los verbenarii de los pueblos circunvecinos se presentan en los mercados de la corte, con cestas de cangrejos y de berros, con requesón de Miraflores y con rábanos, llevando en los cuévanos ramitos de verbena, a semejanza de los antiguos heraldos de armas, que se ceñían con ella la cabeza, cuando iban a anunciar la paz o la guerra; en cuanto el calendario de los santos y los astrónomos señala la entrada triunfal del mes de Junio, el Quasimodo de la ermita de San Antonio de la Florida, que pudo ser de mozo sacristán o monaguillo, limpia apresurado el altar del Santo y riega, con agua lustral de flores de verbena, el suelo y las paredes, dentro y fuera del lugar bendito«. Realmente impresiona ver como en el transcurso de unos pocos días la ermita se transforma y engalana para la festividad de su Santo Patrón. De esta manera, explica Sepúlveda, «entiende la purificación del templo el ermitaño solitario, que pasa días y meses oyendo el silbido de las locomotoras del Norte (la actual estación de Príncipe Pío), acuarteladas en las praderas de San Antonio«. Sorprende leer esto si lo hacemos con nuestra perspectiva histórica, pero en época de su autor es muy probable que el actual barrio ribereño tuviera una fisonomía muy diferente. Muchas veces he recorrido esa histórica estación de Norte, más de una vez trato de imaginarme aquellas locomotoras antiguas, de vapor y con un traqueteo suave, cruzando esas vías por las cuales ahora transcurren los modernos trenes de Cercanías. A veces, en el silencio de la noche, aún parece que resuenan los ecos de aquellos pitidos a los que hacía alusión Sepúlveda. ¿Cómo se preparaban para la Santa Misa? nos responde Sepúlveda: «Al mismo tiempo que el ermitaño limpia, el capellán prepara su mejor casulla; pasa revista a las albas y sobrepellices, que planchan y encañonan manos castas: se proporciona, si no los tiene, uno o dos libros misales, con broches plateados y atril de nogal bruñido; mira con éxtasis los frescos de Goya (ya no deben estar muy frescos), que para honor del arte pictórico dejó en el cielo sonriente de la ermita, representando ángeles un poco mundanos, el célebre maestro, y recita con voz monótona un párrafo del sermón-panegírico, que, por periodos, va aprendiendo de memoria para predicarlo a los fieles«. Se refiere, claro está, a la ermita de San Antonio que conserva los frescos de don Francisco de Goya. Actualmente funciona cómo museo mientras que la Santa Misa se celebra en la réplica, que se construyó al lado, que suele llenarse durante las Eucaristías dominicales e incluso a diario. De hecho por el día está abierta unas cuantas horas, lo cual permite a los madrileños, especialmente a la gente del barrio o a quien pase por allí, ir a rezar. Por otra parte, la visita a la ermita original merece mucho la pena, es impresionante. Prosigue Ricardo Sepúlveda dándonos detalles sobre las horas previas a la festividad: había «un palio de tisú bordado en seda con varas de pino doradas; una custodia de plata para el tabernáculo; un incensario de metal blanco ennegrecido por el humo, y una cruz del mismo metal para el centro del retablo, contemplan el lujo de la decoración y ornamentos sagrados, con que el capellán titular de la ermita se dispone a solemnizar, todos los años, el día 13 de Junio, las glorias de la verbena de San Antonio de la Florida. Llegado el momento, la campana de la ermita llama con regocijado volteo a los hijos de Madrid, y les incita impacientemente para que vayan «a coger la verbena», caminito abajo de la carretera de Castilla, y lo que queda de prado junto al venerado templo. Madrid no oye la campana, pero la adivina, y en el acto, todos aquellos que guardan en su pecho la tradición de las verbenas, el aniversario de las romerías y el culto de las corridas de toros, van junto a la puerta de San Vicente e inmediaciones de la estación del Norte, a formar, en filas desiguales, el alegre tumulto, que, entre agualojeros, buñoleros, barquilleros, reposteros, avellaneros, naranjeros y tomadores, pasan la noche bostezando y cantando al son de guitarras, bandurrias y panderetas«. En pocas líneas explica, con maestría, cómo se va preparando la celebración religiosa, como de diversos puntos de Madrid (que por entonces tendría en la Castellana, antigua carretera de Castilla, una de sus «fronteras», desde ambos lados del río, madrileños que acudían con entusiasmo a las diversas romerías y verbenas que por entonces se celebraban en Madrid (algunas hoy desaparecidas, como la Verbena de Santiago o la de la Virgen del Puerto). Parece, leyendo estas líneas, como si desde una ventana contemplásemos al capellán preparando la Misa de San Antonio, o a las gentes de aquel Madrid celebrando la verbena. Resulta interesante, a ojos de un historiador, ver el tipo de oficios que había alrededor de una verbena, algunos hoy ya desaparecidos. Aún se ven por Madrid algunos barquilleros, aunque han perdido algo del misterio que tenían cuando jugabas a tratar de conseguir dos barquillos y quizá te quedabas sólo con uno, o con ninguno. Hoy simplemente le dices cuantos barquillos quieres y te los vende.
La Verbena de San Antonio de la Florida. Por Ricardo Sepúlveda

| 12 junio, 2014