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Preguntar a la realidad

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Los comentarios de la entrada precedente sobre faldas y pantalones demuestran la conveniencia de recordar el papel de la prudencia como virtud que nos hace interrogar a la realidad en sus concretas circunstancias, de aquí y ahora, antes de tomar decisiones morales.
Hay que saber escuchar, a su hora, pero no antes, lo que «el tiempo dirá». Precisamente este don de saber: a) preguntar a la realidad, b) escuchar su respuesta, y c) seguir lo que nos ha respondido, nos lo otorga la virtud de la prudencia.
Su nombre está hoy, por desgracia, desacreditado; pero su realidad es sumamente actual. Ante una situación dramática caben dos posturas: la del que, mientras contesta «lo pensaré» o «es menester reflexionar», lo que está buscando es una escapatoria porque, incapaz de tomar una decisión por sí, espera el «giro de los acontecimientos» y que la decisión le sea dictada «por las cosas mismas», es decir, por los otros; y a este modo de comportamiento es a lo que se llama hoy «ser pru­dente».
Pero frente a esa misma situación dramática cabe otra manera de comportarse: la del que «ve» lo que se ha de hacer y lo hace; y en ella consiste la verdadera prudencia. La prudencia no radica en la decisión por la decisión, pero tampoco es retroceder ante lo que «nos pone en un compromiso». La prudencia no es, sin más, engagement, pero es también engagement.
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