Finalmente, nos ocuparemos del principio y fundamento de la crítica al Opus Dei.
A la hora de abordar una perspectiva crítica sobre el Opus Dei, debemos, como hacía San Ignacio al principio de los Ejercicios Espirituales, buscar un principio y fundamento sobre el que construir el edificio. Más concretamente, encontrar ese principio interpretativo que nos permita entender todas las acciones, formas de obrar y aspectos espirituales de la Obra fundada por monseñor Escrivá de Balaguer y que “resolviesen” las posibles contradicciones.
Se trata en este caso de un principio interpretativo ambiguo, que suele funcionar para encubrir todo aquello que no se desea aclarar. Y como ambiguo, también grave, pues compromete la misma autoridad de la Iglesia católica.
Ese principio podríamos formularlo así:
“Dado que el Opus Dei ha sido reconocido por la Iglesia, indicando que el Fundador actuó movido por el Espíritu Santo para fundarlo en 1928, entonces, la explicación última de toda doctrina, actuación y comportamiento de la institución viene ratificada por ese designio divino.”
Un argumento que desde la Teología y Espiritualidad católicas, no hay por donde cogerlo. Y no hay por donde cogerlo, porque si bien es cierto que la Iglesia declara que los santos al desarrollar obras apostólicas han sido movidos por el Espíritu Santo (gracias actuales, “gratis datae”), ello no implica una declaración de que todos los aspectos de sus obras hayan sido objeto de una novísima “revelación” (como la inspiración de los escritores sagrados). La revelación concluye con la muerte del último apóstol, o a lo sumo, con la muerte del último discípulo del último apóstol. No hay más. Sería adecuado decir que Dios inspiró a San Ignacio un profundo celo apostólico para fundar la Compañía de Jesús. Por contra, sería inadecuado decir que el libro de los Ejercicios le fue inspirado como camino seguro de santidad ratificado por Dios, revelado por Él mismo para quienes entrasen a formar parte de su Compañía, ni tampoco que la hora de oración diaria que San Ignacio prescribe entre en esos parámetros. Más bien, son cosas que pertenecen a la Iglesia como depositaria de los oficios que Cristo le encomendó en orden a la santificación de los fieles. Es decir, cuando un fundador de una orden prescribe unas normas de piedad, la eficacia de éstas están en relación de dependencia con ese oficio sacerdotal de la Iglesia, y en absoluto con una pretendida “virtud” contenida en esas mismas normas, derivada de una revelación otorgada al fundador de dicho instituto.
Esto cae de cajón. Sin embargo no sucede así en el Opus Dei.
Cualquier miembro del Opus Dei aceptaría esto en principio. Pero lo aceptaría para todas las demás instituciones y obras de la Iglesia. Cuando se trata del Opus Dei, esto es distinto. Cada norma de piedad, cada costumbre, hasta incluso la manera de decorar una habitación, lo “vio” el Fundador. Con estas metáforas floridas lo que se dice es algo sumamente ajeno a la enseñanza pública de la Iglesia sobre tales puntos, y crea en muchos de los miembros del Opus o bien una soberbia espiritual completamente endogámica acerca del sentido que estas cosas tienen en la vida de la Iglesia, o bien un escrúpulo insuperable cuando se trata del cumplimiento de dichas normas. Se olvida la función que tales prácticas tienen en la realidad, centrándose en el hecho de que son lo que “Dios ha querido para que hiciesen los miembros de la Obra”.
Este principio lo veremos repetido en muchos otros casos.
Cuando la estructura misma del Opus Dei no coincide con lo que la Iglesia en el Derecho dice lo que es el Opus Dei, el Opus lo acepta de cara a la galería. Hacia adentro lo que se considera es que “no comprenden el espíritu” y actúan siguiendo estrictamente el principio enunciado. Tanto es así, que al contemplar la vida del Fundador, no existen hechos arbitrarios, o simplemente neutros; absolutamente todos los hechos acaecidos en la vida del Fundador son fruto de la intervención divina para estructurar el Opus Dei tal como se le conoce a día de hoy. De ahí que muchas veces esta convicción tenga primacía sobre aspectos básicos de la moral, como es la distinción entre fuero interno y externo, el deber de veracidad y transparencia sobre aquellos sobre los que se tiene una responsabilidad espiritual, etc. Si algo va a resultar extraño, se oculta hasta que la persona lo entienda o lo asuma, en definitiva porque Dios lo ha querido así, porque nos lo ha manifestado a través de la persona del Padre.
Pondré un ejemplo bien conocido de este asunto: el Paso de los Pirineos. El paso de los Pirineos siempre se ha presentado como una moción del Espíritu Santo para que el Fundador pasara de la zona republicana a la zona llamada nacional. Entre toda esa maraña de anécdotas, la rosa de Rialp, etc., se olvida algo muy básico. Lo que hizo monseñor Escrivá fue algo muy común, que no era sino “pasarse” al bando en el que podría evitar represión política por su condición de sacerdote. Algo tan básico que jamás se dice. Parece demasiado obvio y demasiado humano. Si el Padre lo hizo, tiene que haber sido fruto de la voluntad de Dios.
Como se puede ver, el problema no está, como se ha dicho varias veces aquí, en determinar la ideología político-social del Opus Dei. Ése suele ser el problema para entender correctamente esta institución. Quienes se mueven por la ideología, habitualmente su objeto de comprensión suele ser su idea, y eso les lleva a interpretarlo todo desde ese parámetro. Para comprender el OD, hay que entenderlo “desde dentro”, y la crítica no puede ser sino desde una perspectiva teológica y eclesial; si superara ésta, todo lo que se dice del OD podría, en efecto achacarse a problemas personales o a frustraciones de personas muy ideologizadas.
Pero no es así, y es justamente esto último lo que utiliza el OD como “arma disuasoria”. Si entramos en los testimonios de ex-miembros, algunos con cargos importantes en la institución, como Directores locales, miembros de Asesorías regionales, o incluso algún Vicario regional, vemos que todas las críticas confluyen de uno u otro modo en estos puntos que acabo de indicar, amén de que se distancian ostensiblemente de la doctrina y praxis católica acerca de los mismos.
Nótese además la ausencia de ideologización en tales testimonios, pues podemos encontrarnos desde clérigos a personas que debido a la irritación que el OD les ha producido, han quedado como cadáveres a su paso, no queriendo pensar más en un posible camino de vida cristiana: el “rejalgar” del que hablaba del Fundador, efectivamente les ha producido un sentimiento de aversión a todo lo que les recuerde al paso por esa institución.
Esta coincidencia de testimonios no es casual, y el mecanicismo espiritual, el puritanismo ascético e ideológico, la postura cínica, la corrección social y el “si te he visto no me acuerdo”, no son sino consecuencias de praxis inadecuadas a la praxis católica e incluso desde los requisitos mínimos de una vida humanamente saludable, desde el punto de vista psíquico y emotivo.