| 05 mayo, 2012
Luego del Vaticano II se ha hablado de inculturación hasta el cansancio. La Iglesia ha padecido toda clase de experimentos musicales desacralizadores y trufados de feismo. En palabras de Joseph Ratzinger: «..una Iglesia que ejecute sólo “música de moda” se abandona a lo inútil y se vuelve ella misma inútil. A ella han sido confiadas incumbencias más elevadas. Tiene la tarea – como ha sido dicho del templo veterotestamentario – de ser lugar de la “gloria” y así ciertamente también el lugar en que se lleva el lamento de la humanidad a los oídos de Dios. La Iglesia no debe contentarse con lo que resulta útil a la comunidad; ella debe despertar la voz del cosmos y, al glorificar al Creador, tomar del cosmos su magnificencia, hacerlo espléndido y de este modo bello, habitable, amable. El arte que la Iglesia ha creado es, junto con los santos que en ella han crecido, la única “apología” verdadera que ella puede exhibir para su historia. »
En Bolivia todavía se cultiva un estilo de música denominado barroco misional. Usada como instrumento de evangelización por los jesuitas, esta modalidad del barroco tiene características específicas que la distinguen del barroco europeo. La historia del barroco misional está ligada a los nativos que mantuvieron esta música viva a través de la historia, copiando las partituras y sobre todo a través de la tradición oral. Fruto de la investigación de las últimas décadas se ha logrado sacar a la luz miles de partituras del período virreinal.
El Ensamble Moxos, considerado el «buque insignia» de la Escuela de Música de San Ignacio y uno de los principales embajadores de la Bolivia indígena. Su archivo de historia de la música barroca supera las 14.000 páginas, rescatadas por la propia Escuela de Música, un ambicioso proyecto social y cultural que enseña gratuitamente a más de 200 niños y adolescentes indígenas.
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