La participación litúrgica (I)

Por P. Francisco Torres Ruiz
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Si hay un concepto clave para comprender la reforma litúrgica operada por el Concilio Vaticano II es, sin duda, el de participación activa (lat.= actuosa participatio) a todos los niveles: verbal, gestual musical y simbólica. Tal es así que en los ritos renovados se advierte una liturgia eminentemente sensorial e integral desde el punto de vista antropológico. Pero ¿en qué consiste? ¿Qué debemos entender por participación litúrgica? Ofreceremos dos artículos con el fin de explicar y aclarar este concepto fundamental para una recta comprensión de la liturgia.

La asamblea litúrgica es una comunidad congregada y estructurada en ministerios varios bajo la presidencia y guía de los legítimos pastores. En ella, todos sus miembros están llamados a tomar parte activa de la acción litúrgica que se desarrolla.

La expresión participación activa fue acuñada por vez primera por el papa san Pío X en su Motu proprio Tra le sollicitudine, en 1903, para describir la necesidad de que los fieles tomaran parte activa en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia a través de la música. Este documento de su magisterio fue el espaldarazo definitivo que necesitaba el movimiento litúrgico, que llevaba ya cincuenta años persiguiendo la implicación de los fieles cristianos en la celebración litúrgica y la incidencia de ésta en su obrar moral cotidiano. El Concilio Vaticano II lo recuperó en sus debates sobre la necesidad de la reforma litúrgica hasta el punto de convertirlo en el leitmotiv de la futura Constitución Sacrosanctum Concilium (cf. SC 11, 14, 28, 29, 48), siendo uno de los altiora principia de la misma, es decir, uno de los principios generales que afectan a la reforma y al fomento de la liturgia.

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La “Participación activa” en la liturgia nace de la pertenencia de los fieles a la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, y, por tanto, de la asociación de estos al ejercicio del sacerdocio de Cristo cumpliendo con la misión recibida del Señor: realizar el proyecto de salvación universal. La participación litúrgica es un concepto que debemos abordar en dos perspectivas que están estrechamente unidas entre sí.

  1. La participación activa en sentido activo: es fácil entender esta dimensión si tenemos en cuenta lo que toca ejecutar en cada celebración litúrgica. Desde este criterio, la participación se comprende realizando en cada celebración solo lo que nos corresponde, según el grado en que se participe. Es el fiel quien asiste a la acción litúrgica entrando en ella por vía de hechos consumados: cantando, leyendo, respondiendo, comulgando, orando, etc. En esta dimensión, la participación litúrgica afecta a tres aspectos inseparables: a) la acción misma de participar mediante actos humanos, actitudes, etc; b) el objeto de la participación es el contenido del mismo misterio que se celebra o actualiza, y c) las personas que toman parte en la acción litúrgica: ministros, fieles.
  2. La participación activa en sentido pasivo: es una dimensión un tanto compleja pero necesaria como premisa para una recta intelección de dicho concepto. Partimos de dos principios que la definición que SC7 dio sobre liturgia y que nosotros unimos: “Se considera la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo […] Cristo asocia siempre consigo a su amadísima Esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por Él tributa culto al Padre Eterno”. En virtud de esta asociación que Cristo hace de la Iglesia al ejercicio de su sacerdocio, se entiende que la participación activa de los fieles, en cuanto miembros de la Iglesia, no será sino ser asociados por Jesucristo –a través de ritos y preces– a su eterna intercesión ante el Padre celestial. Por medio de la participación litúrgica, el fiel responde al amor de Dios aceptando en su persona ese mismo amor divino y ratifica el sacrificio de la Cruz dejando que suceda en sí mismo.

Por tanto, desde esta doble perspectiva se comprende que la participación activa en la liturgia es consecuencia lógica de la unión afectiva y efectiva que, por el bautismo y la fe, tiene el fiel con Jesucristo, Sumo y Eterno sacerdote; y que se expresa mediante los ritos, palabras, signos y símbolos que la Iglesia ha dispuesto para efectuar eficazmente esta unión, que tributa gloria a Dios y opera la santificación del hombre, a la vez que se convierte en una fuente de espiritualidad para el cristiano.

 

Celebrar el amor pide

piedad, conciencia y devoción,

pues es Dios quien viene

a mi pobre corazón.

 

Unirme a él será

mi única obsesión

participando activamente

en tal piadosa acción.

 

Asóciame, buen Jesús,

con el sacrificio de tu amor;

y tenga siempre parte

en tu eterna intercesión.

 

 

 

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