«Diálogo al vuelo cogido en el baile de Menchaca:
– Oriénteme usted, querido,
¿quién es esa horrible vaca que al pasar le ha sonreído?
– Se lo diré, caballero.
Es doña Julia Terrón,
hija del duque de Ampuero
y madre de este ternero
que está a su disposición».
Sirvan estos satíricos versos de don Manuel del Palacio para iluminar este artículo sobre lo último acaecido.
Resulta ser que se eran unas doce campanadas y doña Julia Terrón quiso hacer su aparición. Apareció doña Julia embutida junto al intonso don Flaco y en broma fácil y premeditada de repente sacó una estampa. Jenófanes de Colofón decía que, si los caballos creyesen en Dios, lo imaginarían en forma de caballo. Pues ahí tenéis el ejemplo más claro de las palabras del griego: doña Julia Terrón nos mostró la estampita de su dios. Feuerbach decía que Dios no ha creado al hombre a su imagen y semejanza; sino que ha sido éste quien ha creado a Dios a su propia imagen y necesidad. «Dios no es más que la esencia del hombre objetivada». El hombre es el gran proyector y Dios, la gran proyección. Pues bien, doña Julia Terrón mostró su proyección.
La burla y la blasfemia ya no conocen límite. Todo está escrito y dirigido desde las altas instancias. No fue un error ni un lapsus ni una broma desenfada. Sabían bien lo que hacían y adónde iban. Dudo que supiera la modelo de Botero qué significaba la estampa original sobre la que hizo el collage, pero sí que sabía, quien se la había dado, lo que significaba y la reacción que levantaría.
Últimamente nos hemos tenido que acostumbrar a ver a estos personajes sin gracia copando las parrillas de televisión. Ya no quedan los cómicos de siempre, aquellos que bromeaban de todo y con todo, pero sabían dónde estaba el límite de la chanza. Ya no quedan cómicos cultos, sino zafios entretenedores cipayos del régimen que buscan adormecer conciencias, limar cerebros y disolver socialmente la ideología dominante. Ya no quedan aquellos maestros del humor que sin decir nada, tan solo con salir al escenario y mirar al público despertaban las más sonoras y relajantes carcajadas del respetable. Ya no. Ya solo hay bufones de la corte que solo saben hacer risa hiriendo al otro, aireando vergüenzas y sometiendo a escarnio lo más sagrado y lo más íntimo de las personas.
La bromita de la estampa de marras que doña Julia Terrón mostró al público es un paso más en este camino a la completa y total descristianización de España. Una bromita desagradable que nos va haciendo, cada vez, más indolentes ante lo que se nos viene encima. Y lo peor es ver a dizque católicos quitándole hierro al asunto diciendo que no pasa nada, que fue sin querer queriendo, y hay quien dice que esa estampita junta los valores dignos de adoración del Sagrado Corazón con los valores de familia y costumbrismo del gran Prix. Y un largo etcétera de pseudocatólicos que no se enteran de qué va todo esto.
Ahora bien, seamos serios. La mejor clave de lectura nos la ha dado el ministro de propagando del actual ejecutivo español, el señor Bolaños, quien ha dicho: “En 2025 impulsaremos la reforma del delito de ofensas religiosas para garantizar la libertad de expresión y creación, una medida del Plan de Acción por la Democracia”. Esto es lo que realmente esta detrás de toda esta pantomima: la pulsión totalitaria que, cociéndose en las tenidas, busca desarrollarse en todo su vigor por los palmeros de Satanás. La incontrolada ambición del Leviatán que busca someter a las sociedades a los caprichos obscenos de la plutocracia. Desprotegiendo el respeto a la fe, acabas situando al hombre ante el más radical de los abandonos ante la ley. De tal manera que, si el derecho positivo no defiende el derecho natural, el sujeto se verá obligado a defender su bien preciado de manera natural y fuera de la ley, que ya no le protege. Porque la Fe no es un “sentimiento” a proteger, sino un don de Dios sembrado en el corazón del hombre que naturalmente está abierto a la trascendencia. Y para que el sujeto pueda desarrollarlo libremente y sin que nadie le ataque por eso, la ley debe protegerle y defenderle de quienes osen atacarlo.
No obstante, a doña Julia Terrón nada le pasará, pero a los católicos se nos puede olvidar que mientras nos distraen con las ofensas y las protestas, lo que Dios nos pide ahora es la oración y la adoración reparadora. Pedir por los pecadores y su conversión mientras defendemos el honor de Dios. Lo nuestro es luchar, orar y perdonar. A Dios le corresponde juzgar y, ¡ojalá! que los causantes del escándalo se arrepientan antes de su juicio particular porque si no, les espera el llanto y el rechinar de dientes.
¡Sagrado Corazón de Jesús, perdonad a vuestros enemigos!
¡Sagrado Corazón de Jesús, convertid a vuestros enemigos!
¡Sagrado Corazón de Jesús, perdóname a mí que soy un hijo pecador!
¡Sagrado Corazón de Jesús, conviérteme a ti que soy un pecador!
¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!