Este domingo comienza el tiempo de Adviento, que es preparación para la Navidad y forma, junto a ésta y la epifanía, el ciclo de la manifestación del Señor. Queremos presentar un comentario breve a los textos litúrgicos que hoy se rezarán en las Iglesias católicas romanas del mundo entero para ayudar a los fieles a vivir mejor la Santa Misa.
Antífona de entrada
«A ti levanto mi alma, Dios mío, en ti confío; no quede yo defraudado, que no triunfen de mí mis enemigos, pues los que esperan en ti no quedan defraudados». Tomada del salmo 24, versículos del 1 al 3. Al inicio del año litúrgico los cristianos levantamos nuestra alma a Dios para que Él la tome y la cuide a lo largo del mismo. Dios es la única esperanza de la humanidad. Fuera de Él hay decepciones, frustraciones o esperanzas a corto plazo. Solo Dios es el seguro que no defrauda y en el que podemos caminar en una vida en paz y animosa.
Al inicio de la celebración de la Eucaristía queremos volver a levantar nuestra alma al Dios todopoderoso y providente para que nos prepare en este tiempo de Adviento, que hoy inauguramos, para llegar bien dispuestos al día en que recibamos la llegada de su Hijo, Jesucristo.
Oración colecta
«Concede a tus fieles, Dios todopoderoso, el deseo de salir acompañados de buenas obras al encuentro de Cristo que viene, para que, colocados a su derecha, merezcan poseer el reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo». Esta oración esta ha sido tomada del Sacramentario Gelasiano antiguo (s. VIII) pero con importantes modificaciones semánticas y gramaticales. Es una oración cuyo sustrato bíblico podemos situarlo en el capítulo 25 del evangelio de Mateo: “el deseo de salir acompañados de buenas obras” haría referencia a la parábola de las diez vírgenes; “colocados a su derecha, merezcan poseer el reino de los cielos” parábola del juicio final.
Oración sobre las ofrendas
«Acepta, Señor, los dones que te ofrecemos, escogidos de los bienes que hemos recibido de ti, y lo que nos concedes celebrar con devoción durante nuestra vida mortal sea para nosotros premio de tu redención eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor». Tomada de la compilación veronense (s. V). Esta oración es claramente antimaniquea, herejía a la que se combatió en el s. V. Ellos negaban que en la liturgia pudiera usarse cualquier elemento natural ya que como materia física de este mundo estaba contaminada de mal y el pecado. En esta oración, nosotros sabemos que podemos usar elementos naturales para ofrecer a Dios porque son bienes que hemos recibido de Dios y, por tanto, buenos. Y, además, si lo que en el Adviento celebramos es la venida del Señor, al final de la vida esto que deseamos se hará realidad.
Antífona de comunión
«El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto». Tomada del salmo 84, versículo 13. Es una imagen muy recurrente en este tiempo de Adviento. Los Santos Padres vieron en este verso una prefiguración de la Virgen María. La tierra es María, que es fecundada por el rocío del Espíritu Santo para darnos el fruto de su vientre, Jesús. Ese mismo fruto nacido de sus entrañas purísimas es el que, en este momento de la Eucaristía, se nos da en alimento. Hoy comemos el mismo cuerpo nacido de María.
Oración de postcomunión
«Fructifique en nosotros, Señor, la celebración de estos sacramentos, con los que tú nos enseñas, ya en este mundo que pasa, a descubrir el valor de los bienes del cielo y a poner en ellos nuestro corazón. Por Jesucristo, nuestro Señor». La primera oración aparece en la compilación veronense (s. V) el resto de la oración es de nueva creación. Frente a la fugacidad del mundo y sus pompas, la oración opone los bienes del cielo, que son eternos. Y debe ser en estos, y no en los primeros, sobre quienes pongamos el corazón. Todo lo material tiene valor relativo en cuanto pueden ayudarnos a proyectarnos hacia la perennidad de la gloria.