Parece muy oportuno exhortar a todo cristiano a evitar las actitudes farisaicas, y especialmente la dureza con los pecadores públicos. Es un grave pecado al que se exponen los que se presuponen justos, como lo es usar ese error de unos para justificar el de otros. Es decir, si nos falta la piedad con divorciados homosexuales, y otras situaciones «irregulares» es un pecado de aquellos a quienes eso falta, pero no es excusa para cambiar el concepto de santidad. El argumento de que las cargas de la santidad son muy pesadas para el hombre de hoy, no es evangélico. Por ello no es válido acusar de pelagiano a cualquiera que quiere ser Santo, o a cualquier sacerdote celoso del camino de santidad de los feligreses que le son confiados. Sólo es pelagiano el que cree solamente en su voluntarismo, y no entiende la necesidad de rezar, de recibir el alimento espiritual de cada día, de tener una actitud de escucha hacia el Señor que habla y abre o cierra puertas en nuestras vidas según su inescrutable designio. No ser pelagiano, significa reconocer que sin la Gracia del Señor no somos nada. Todo es Gracia, y la mayor de todas es la encarnación de Cristo. Y por esa Gracia infinita, es que no debemos avergonzarnos de ese deseo que nace del amor, del deseo de ir a Dios, que es el deseo más cercano a lo que Dios quiere para nosotros, el deseo de ser santos. Cristo crucificado invita a imitarlo, y eso no es pelagianismo, sino Cristianismo. Será una Gracia la inspiración divina de acercarse, profundizar en la fe o perseverar, pero en algún momento se requiere el SI, se requiere el amor libre de querer adecuar nuestras vidas a la voluntad de Dios revelada en las Sagradas Escrituras. La exhortación post-sinodal del Papa Francisco, contiene claros llamados a la Santidad. Si la pastoral que se desprenda de ella, se inspira en su integridad, estas frases claras comprometen una actitud de acercamiento, una actitud de misericordia, una actitud de discernimiento, pero todo en orden a la Santidad de la Iglesia, de sus miembros y sus caminos. Algunas frases en este sentido son: «No podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no contradecir la sensibilidad actual para estar a la moda, o por sentimientos de inferioridad frente al descalabro moral y humano.» «La libertad para elegir permite proyectar la propia vida y cultivar lo mejor de uno mismo, pero si no tiene objetivos nobles y disciplina personal, degenera en una incapacidad de donarse generosamente.» «En muchos países donde disminuye el número de matrimonios, crece el número de personas que deciden vivir solas, o que conviven sin cohabitar. «Un loable sentido de justicia; pero, mal entendido, convierte a los ciudadanos en clientes que sólo exigen prestaciones de servicios.» «Hoy se confunde la libertad con la idea de que cada uno juzga como le parece, como si más allá de los individuos no hubiera verdades, valores y principios y cualquier cosa debiera permitirse.» «Hoy el ideal matrimonial, como un compromiso de exclusividad y de estabilidad, es arrasado por las conveniencias circunstanciales o por los caprichos de la sensibilidad.» «Hoy se teme la soledad, se desea un espacio de protección y de fidelidad en la pareja, pero al mismo tiempo, desde el egoísmo, crece el temor a ser atrapado por una relación que pueda postergar el logro de las aspiraciones personales.»
Amoris Laetitia y la Santidad, por Bruno Molesini
| 11 abril, 2016