Santificación de los sacerdotes

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En la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, -27 de junio este año- la Iglesia entera reza por los sacerdotes, especialmente por su santificación. Toda la Iglesia está llamada a rezar en esta Jornada Mundial por esa porción del Pueblo de Dios, que identificados y constituidos con Jesucristo Cabeza, sumo y eterno sacerdote, son presbíteros. Llevar a Dios a los hombres es, efectivamente, la misión fundamental del sacerdote; una misión que el ministro sagrado puede realizar porque ha sido elegido por Dios, en el que vive y para el que vive. En esa unión íntima y personal radica la santidad del sacerdote. El sacerdote ha de ser antes que nada un “hombre de Dios” (1Tm 6,11) que conozca a Dios, que ame a Dios, que tenga una profunda amistad con Cristo, que comparta con los hermanos los mismos sentimientos del Señor (Flp 2,5). Sólo de este modo, el sacerdote podrá de forma óptima , llevar a los hombres a Dios, encarnando de forma creíble a Jesucristo. Siendo “otro Cristo”, “el mismo Cristo”. No es posible dar testimonio del amor de Dios a la humanidad si, en verdad, el presbítero no es reflejo del Evangelio en su hablar y en su obrar. Así es, “de la abundancia del corazón habla la boca” dice un conocido refrán. El sacerdote que se sabe de Dios, identificado con Dios, hecho para Dios, rezuma en su hacer esa presencia de Dios que lleva a que los demás reconozcan en él al mismo Cristo. Es cierto que no cabe hablar de santidad sacerdotal si no existe la apertura y la entrega del presbítero a la comunidad cristiana. Es mediador, sacramento personal de Cristo Mediador entre Dios y los hombres, y sólo en la medida en que realiza esa específica misión llena en su persona el designio de santidad con que el Padre le ha preconcebido amorosamente desde la eternidad en Cristo Jesús. Configurado con Cristo por el sacramento del orden, el sacerdote ha de vivir con Él cada día, cada momento de la jornada. Esto exige que el presbítero siga los pasos de su Señor y, con la fuerza del Espíritu, viva en una profunda unión personal con Él. La vida del sacerdote es, por consiguiente, un vivir por Cristo, con Cristo y en Cristo. El ministerio sacerdotal es eso, un ministerio, un servicio a Dios y la comunidad; cabe preguntarse en este momento ¿Cómo servir mejor el servicio? El servicio a Dios debe ser íntegro, total, sin escatimar esfuerzos, sabiendo que cada respiración, cada pálpito está encaminado a la gloria de Dios y al bien de su Iglesia. El presbítero está unido en su ser a Dios, y no se concibe sin ser presencia de Dios en medio del mundo. Por eso, el sacerdote no puede cumplir su misión sin encarnar personalmente a Jesucristo. Debe ser el primero en escuchar a Dios: ¿cómo va a comunicar, si no, la voluntad de Dios a los hombres? Debe seguir a Cristo y estar embargado, como Él, del amor de Dios: ¿cómo va a invitar, si no, al seguimiento y anunciar de forma veraz el amor de Dios? Debe esperar radicalmente, arraigado en el nuevo mundo de Dios: ¿cómo podrá despertar, si no, en los hombres la esperanza del reino de Dios? De ese modo el sacerdote, además de poseer una misión ministerial, es llamado personalmente a hacer del reino de Dios, que es Dios mismo, el centro de su vida y a seguir el Evangelio con especial urgencia, radicalidad y claridad implícita y explícitas. No hay posibilidad de santidad con la sola funcionalidad; el sacerdote no sólo hace, sino que vive cada espacio de su ministerio. Vive desde Dios cada ministerio. El sacerdote que lo quiere controlar todo, hacer todo, supervisar todo, …, digamos el “cura orquesta”, desvirtúa su ministerio, porque hace lo que otros, por ejemplo los cristianos laicos, pueden hacer, en menoscabo de lo que sólo él puede hacer. En eso, la praxis de las comunidades neocatecumenales nos brindan un ejemplo válido para comprender que el sacerdote tiene un servicio y los laicos otro. Cada cual sirviendo a Dios y a los hermanos desde lo que le es propio. No es esto infravalorar la función sacerdotal, al contrario, es primar un servicio fundamental: sin sacerdote no hay Eucaristía. Así lo proclamó el Concilio Vaticano II: “el Sacrificio eucarístico es fuente y cima de toda vida cristiana” (Lumen gentium 11), por lo tanto, lo que más santifica al sacerdote, igualmente que a toda la Iglesia, es la Eucaristía. Toda evangelización, todo servicio a los pobres, toda lucha en favor de la justicia, toda promoción de los pueblos, toda acción buena puede colaborar en la santificación de los sacerdotes, pero será incompleta, y acaso ineficaz, si falta la santificación perfecta que viene del Altar. Antonio Manuel Álvarez Becerra image

Comentarios
0 comentarios en “Santificación de los sacerdotes
  1. Que facil es seguir a Cristo cuando sacerdotes entregados nos indican el camino!!.!!
    Pido a DIOS que les siga iluminando para que a la vez con esa luz nosotros veamos al mismo Cristo y lo sigamos.
    Gracias por su luz!!!!!

  2. Que facil es seguir a Cristo cuando sacerdotes entregados nos indican el camino!!.
    Pido a DIOS que les siga iluminando para que a la vez con esa luz nosotros veamos al mismo Cristo y lo sigamos.
    Gracias por su luz!!.

  3. Gracias Antonio Manuel por la labor que has hecho y estás haciendo con tu parroquia,y sobre todo con estas comunidades neocatecumenales que a tan ayuda y servicio le estás haciendo. Dios te bendiga y santifique. Rezo cada vez que tengo oportunidad por ti. Un saludo.

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