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Uno se va y la monja se convierte

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Si eramos pocos parió la abuela. Para quitar el protagonismo a la campaña en favor de la vida humana desde el seno materno hasta la tumba, ocurren dos hechos: el primero,Juan Carlos Girauta, articulista de Libertad Digital y tertuliano de Cope da la espantada quedándose en el estanque dorado catalán, donde vive y trabaja; el segundo, sor Lucía Caram hace pública confesión de su nueva religión catalanista.

Una vez más, desde Cataluña, nos dirigen la historia del resto de España. Otra ocasión para ver hasta donde llega el nacionalismo catalán. Personalmente no tengo nada en contra de estas dos personas, les he leido sus articulos en esta casa y el blog de la monja en la vecina y competidora.

Pero, en estas líneas, deseo solamente reflexionar sobre un fenómeno histórico que se repite constantemente: los nacionalismos producen una euforia de idolatración de las personas, que conduce a perder la libertad de pensar y actuar. Quien piensa y actúa como nacionalista, da igual catalán que vasco, que gallego, que mallorquín….le lavan el cerebro de tal manera que llega a perder la compostura, la serenidad de juicio, la objetividad de las opiniones opuestas, y busca la anulación del resto de la forma que sea y al precio que sea.

La historia española de los dos últimos siglos está llena de estas situaciones. Cuando los nacionalismos periféricos han tenido fuerza es cuando más débil ha sido el resto de España; cuando nos marcan la agenda a los demás españoles es cuando los nacionalismos, que se convierten en una religión laica, son capaces de producir situaciones como las actuales.

Además, es que no aprendemos la lección de la historia. Los nacionalismos viven para y por su territorio sacando el dinero a la hacienda pública de todas las formas posibles, produciendo unas diferencias entre las regiones muy notorias y escandalosas.

Como, por otra parte, todo nacionalismo está siempre apoyado por la Iglesia enclavada en ese territorio, resulta que los mismos cristianos terminan adorando al becerro de oro del nacionalismo, o se hacen una iglesia propia catacumbal en espera de mejores tiempos, cuando la libertad de los hijos de Dios pueda circular con plena seguridad de no encontrarse a los guardianes de la ortodoxia regalista y nacionalista y los reduzcan a las mazmorras del rincón oscuro.

¿Cuando llegará esto a tener arreglo?. Solamente, cuando sepamos ver que la historia es la maestra de la vida, y que la Vida que es Cristo nos ilumine a todos para huir del virus nacionalista, y veamos más lo que nos une que lo que nos separa.

Con huidas hacia delante abominando de la fe liberal; con conversiones a la nueva religión nacionalista de una monja dominica, solamente vamos a seguir siendo lo que somos en nuestra historia: unos comparsas de un teatro cómico, cuyos espectadores, que son los habitantes del mundo entero, se están riendo de nosotros siempre. Y así nos va.

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