PUBLICIDAD

LOS CUATRO AMORES

|

C.S. Lewis, Editorial Rialp, 186 páginas.

No daré por supuesto que el lector conozca a quien es el autor de este breve, pero enjundioso ensayo donde reflexiona sobre el amor humano y divino. Lewis fue catedrático de literatura en Cambridge y gozó de gran popularidad entre sus alumnos, gran amigo de Tolkien se encuentra entre los escritores más influyentes del siglo XX por su inteligencia brillante y su estilo claro y vivo que ha llevado a que sus obras sean leídas por millones de personas. Es el autor de las Crónicas de Narnia, donde en la segunda entrega de la saga, El león, la bruja y el armario, hace una alegoría de la redención de gran belleza y notablemente pedagógica de cara a explicar a los niños ese misterio fundamental del cristianismo. Su relación con el catolicismo será tratada en otra ocasión a propósito de una reciente obra que versa sobre dicha temática.

Lewis comienza por lo más biológico, es decir, partiendo del gusto básico por las cosas y el amor a las personas, para a continuación, seguir caminando hacia lo más espiritual. De este modo sigue la línea de pensamiento aristotélico-tomista de que «nada hay en el entendimiento que no haya pasado antes por los sentidos». Que guste algo indica que se siente placer por ello, de ahí que comience por reflexionar sobre el placer de los sentidos y la necesidad de amor que todo ser humano experimenta. Por eso trae a colación la máxima del gran libro clásico de la espiritualidad católica, La Imitación de Cristo, donde leemos: «Lo más alto no se sostiene sin lo más bajo» (p. 14); de ahí que empiece por el simple gusto. Lewis hace dos clasificaciones de los amores, la primera es estructural, donde presenta tres clases de amor, el amor-necesidad, el amor-donación y el amor apreciación:

  1. El amor-necesidad, en primer lugar hacia Dios, pues el ser humano necesita a su Creador y Padre, más aún, la santidad no es otra cosa que una dependencia cada vez mayor de Dios; mientras que la irreligión busca desligar al hombre de Dios. En segundo lugar, hacia las otras personas pues el hombre necesita de su amor en la familia, la amistad y el matrimonio. Resulta evidente que este amor puede degenerar en una serie de egoísmos a mayor o menor escala, desde el utilitarismo más o menos disimulado hasta una dependencia tóxica, que ahoga, fiscaliza y anula al individuo; sin embargo: «Dado que nos necesitamos unos a otros (“no es bueno que el hombre esté solo” Gn 2, 18), el que no tenga conciencia de esa necesidad como amor-necesidad -en otras palabras, el ilusorio sentimiento de que “es” bueno para uno estar solo- es un mal síntoma espiritual, así como la falta de apetito es un mal síntoma médico, porque los hombres necesitan alimentarse» (p. 13).
  2. El amor-donación, es decir, el amor gratuito y desinteresado que es lo propio de Dios. Llegados a este punto es conveniente realizar una adecuada puntualización. El motivo de que Dios nos ame no está en que nosotros seamos buenos, pues cuando hacemos el mal Dios sigue amándonos: «Aunque nosotros seamos infieles, Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tim 2, 13). Dios nos ama porque Él es bueno y de ese modo causa, es origen, de la bondad y el amor en nosotros. Es la enseñanza de Santo Tomás que recogió el concilio de Trento, el amor de Dios no se mueve por la bondad de las cosas, sino que es su causa, y por ello ese amor debe tener como consecuencia una nueva realidad producida por Dios. Lo cual nos adentra en el maravilloso mundo de la gracia santificante, es decir el amor transformativo de Dios que nos hace hijos suyos, semejantes a Él.
  3. El amor apreciación, expliquémoslo con un ejemplo: «El amor-necesidad clama a Dos desde nuestra indigencia; el amor dádiva anhela servir a Dios y hasta sufrir por Él; el amor de apreciación dice: “Te damos gracias por tu inmensa gloria”. El amor de necesidad dice de una mujer: “No puede vivir sin ella”; el amor dádiva aspira a hacerla feliz, a darle comodidades, protección y, si es posible, riqueza; el amor de apreciación contempla casi sin respirar, en silencio, alegre de que esa maravilla exista, aunque no sea para él, y que no se quedará abatido si la pierde, porque prefiere eso antes que no haberla conocido nunca» (p. 31).

En el primer capítulo, después de analizar el amor a la patria y a los animales entre otros, a continuación, expone la segunda clasificación de los amores, la objetiva, y donde ubica:

  1. El afecto (storgé), que es el más propio de los animales, el menos íntimo y espiritual.
  2. La amistad (philía), que es la menos biológica y se basa en un amor de apreciación.
  3. El amor erótico (eros), donde analiza esa variedad de amor humano que es el enamoramiento, sin reducirlo a la mera relación sexual que puede producirse, como ocurre en el caso de la prostitución, sin ningún amor. «El deseo sexual sin eros quiere “eso”, “la cosa en sí”. El eros quiere a la amada» (p. 126).
  4. La caridad (agapé), que ordena jerárquicamente todos los amores humanos con relación a Aquel que hemos de amar «sobre todas las cosas»: «Emerson ha dicho: “Cuando se van los semidioses, llegan los dioses”. Esta es una máxima muy dudosa. Digamos mejor: Cuando Dios llega, y sólo entonces, los semidioses pueden quedarse. Entregados a ellos mismos desaparecen o se vuelven demonios. Solamente en Su nombre pueden, con belleza y seguridad, esgrimir sus pequeños tridentes» (p. 159).

Recapitulando, dada la absoluta manipulación y degradación de la que está siendo víctima el concepto amor, también por parte de no pocos pastores de la Iglesia, esta obra resulta extremadamente decisiva en el momento actual. La divinización del amor humano que se efectuó en el romanticismo no ha dejado de causar estragos hasta reducir a los seres humanos a sacos de sentimientos y sensaciones incontrolables e irracionales, es más, hasta presentar dicha situación como la conducta sana a seguir. De ese modo la promiscuidad sexual y sentimental se ha desparramado por todo el cuerpo social destruyendo familias y vidas que son convertidas en carne de consultorio psiquiátrico. Una sana comprensión del amor es el primer paso para la maduración afectiva de la persona, o como dice John Donne: «Que nuestros afectos no nos den la muerte, pero que tampoco mueran».

Comentarios
3 comentarios en “LOS CUATRO AMORES
  1. No tengo dudas que C S Lewis con Juan Pablo II al frente de la Iglesia Católica y con la anglicana practicando la ordenación femenina, algo que Lewis rechazaba terminantemente, se hubiera convertido al catolicismo.

    Por el contrario, con el representante de San Gallen fungiendo de Papa jamás hubiera ingresado. Lewis era «pelagiano» y «gnóstico», es decir, amaba la Tradición y la doctrina multisecular cristiana; creía que los Sacramentos son fundamentales para alcanzar la santidad. Era de misa dominical y confesión semanal.

  2. Anglicano, parece que estaba muy cerca del catolicismo, pero no llegó a dar el paso de pedir la admisión en la Iglesia Católica.

  3. Sin llegar al nivel de «Cartas del diablo a su sobrino» cualquier otro escrito de Lewis, como éste examinado, sigue siendo hoy un lujo para alimentar un corazón cristiano.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *