La filosofía política de la Navidad (IV)

Filosofía política Navidad
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Navidad y Tradición, socialismo y contrarrevolución

Son propias de esta lógica perversa las ideologías mesiánicas y cargadas de rencor que aborrecen la Navidad, es decir, la solemnidad que celebra la religión del Dios que se hace hombre. Así es comprensible que, con actitud revanchista, quieran convertirla en un insípido convencionalismo laico. Se trata de romper con todo lo que huela a tradición, renegar del pasado y, pocas cosas hay más tradicionales y rebosantes de historia que las celebraciones navideñas, fruto de:

a- Profundas consideraciones teológicas desde la Antigüedad.

b- El rico patrimonio de la antigua liturgia romana de tradición apostólica.

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c- La piedad del pueblo sencillo como muestra de su asimilación de la fe.

d- Una serie de circunstancias político-sociales favorables al cristianismo.

No cabría esperar otra respuesta de aquellos que han aparecido hace dos o tres siglos en la historia de la humanidad, presentándose como sus salvadores, pero que sólo han desencadenado revoluciones, guerras, crímenes, hambrunas y males sin cuento. No soportan la mera mención de la Navidad, porque les recuerda el momento en el que Dios intervino directamente en la historia. Al abajárse para hacerse hombre, permitió en todos los aspectos, que, participando «de la naturaleza divina» (2 Pe, 1, 4), los hombres pudieran ser elevados como hijos de Dios (cf. Gal, 4, 5). Pero no como los soberbios «dioses» (Gn 3, 5), que ellos pretenden ser.

Uno de los elementos principales que ayudan a explicar cómo la España católica de antaño, con una más que notable salud social (bajísimos índices de delincuencia, fracaso familiar, suicidios, alcoholismo, prostitución, drogas, etc.), y rebosante de vocaciones y vida cristiana; en buena medida se convirtió al socialismo, con gran número de obispos, sacerdotes y religiosos al frente, es la misma naturaleza del socialismo. Lo que realmente busca el socialismo es suplantar, reemplazar al catolicismo. Y, a pesar de todas sus deficiencias e incoherencias, en una sociedad con una cosmovisión católica como lo era la española, el resultado lógico de la pérdida la fe como virtud teologal, sobrenatural, no podía por menos de manifestarse en un cambio de rumbo político.

España cambió de religión porque la Iglesia cambió de religión, pasándose al cristianismo progre, es decir, de izquierdas. Así la sociedad católica mutó en la actual sociedad socialista, y por lo tanto descreída y contraria a la Iglesia, que ha sido sustituida en su misión de referente moral por el PSOE. Ramón Echarren, obispo auxiliar del cardenal Tarancón en Madrid, explica nítidamente y con satisfacción cómo la conversión al socialismo de la mayor parte del episcopado español nombrado por Pablo VI desde su llegada al trono pontificio, produjo el viraje de la sociedad: «la Iglesia en la época franquista tuvo en sus manos la educación de la juventud masculina y femenina, y en la Acción Católica se formó la gente que hoy son líderes de la izquierda y ministros del Gobierno socialista» (ABC, 6-1-1991).

A este respecto, las palabras del filósofo Miguel Ángel Quintana son muy oportunas: «Hay un trauma que atraviesa a nuestra jerarquía católica en las últimas cinco décadas. No es, contra lo que pudiera parecer, el trauma de haber sido masacrados por la izquierda durante nuestra guerra civil, hará más de 80 años. Es el trauma de haberse lanzado en brazos del otro bando para protegerse. Desde el pontificado de Pablo VI y su hombre en España, el cardenal Tarancón, la Iglesia parece penar de continuo por haber apoyado al católico Francisco Franco. Con alguna excepción (el enfrentamiento a Rodríguez Zapatero, más visible en los arzobispados que en las parroquias), esa clave explica nuestro catolicismo reciente».

«Pero algo se está moviendo hoy nuevo. No en el escalafón del cardenalato, donde el arzobispo de Barcelona sigue tuiteando para que no tiremos bolsas al mar y sigue celebrando cada jornada mundial que marque la ONU. O donde su homólogo madrileño apoya el 8-M. No nos referimos tampoco al jefe de todos ellos, un papa que se entrevista con Jordi Évole (sin citar a Dios ni una sola vez) y Yolanda Díaz (para hablar de “la reforma laboral”), pero cuesta pensar que hiciera lo mismo con Jiménez Losantos o Santiago Abascal. No. Más allá de todos estos venerables señores mayores, educados en los traumas citados de los años 70, señores que convivieron con la teología de la liberación y el esfuerzo por hacer la fe “implícita” (esto es, no hablar mucho de Dios), hay una nueva ola de pensadores que no se resigna a que el catolicismo se refugie en los colegios concertados y los salones parroquiales» (The Objetive, 23-12-2021).

La ideología socialista consiste en una reedición secularizada del antiguo mesianismo hebreo, de aquellos judíos que esperaban un mesías político y una felicidad meramente terrestre porque no creían en la inmortalidad del alma. Estos eran los saduceos, de modo que en la búsqueda de un gobernante que no fuera más que un solucionador de los problemas temporales, siempre se esforzaron por constituirse en los mayores colaboracionistas del poder romano. Para Marx, que era judío, el pueblo elegido era el proletariado, sufrido y doliente, que se autorredimiría instaurando el paraíso en la tierra. El socialismo, insistimos, que es una consecuencia del liberalismo, de hecho, es revolucionario en todas sus vertientes, y posee un trasfondo teológico: es una religión sustitutoria que no muere, se transforma. Ahora se denomina ideología de género o teología del pueblo.

Dicho en otros términos, sigue siendo la misma ideología, puesta en unos nuevos envases a fin de descriminalizarla, pero que continúa siendo la ideología más criminal y liberticida que ha conocido la historia. Aunque la indigencia mental de los mismos dirigentes y votantes socialistas, de modo particular los actuales, no les permita ser conscientes más que de la ideología superficial que se condensa en su teatralización y eslóganes.

Por el contrario, el pensamiento tradicional es antitético al pensamiento ideológico, por eso es contrarrevolucionario. Tiene una visión radicalmente distinta de la naturaleza humana, que es una noción clave para comprender las ideologías de la Modernidad, entendida no como un tiempo histórico, sino como un conjunto de valores, una visión del mundo.

Frente al ser humano en constante evolución que propone Hegel y sus más diversos seguidores, la Tradición recuerda que el hombre es estable, puesto que reconoce en su naturaleza un «datum», algo dado, inamovible, recibido y no decidido por él. Ligado a esta visión de la naturaleza humana, la Tradición posee un concepto radicalmente distinto de libertad al patrocinado por el liberalismo político desde el siglo XIX. La libertad que proclaman las ideologías modernas es la libertad prometeica, la capacidad de autodeterminación, de desvinculación, de autoconstrucción personal independiente de cualquier regla o norma, ya no moral, sino hasta meramente biológica. Mientras que la libertad que proclama el pensamiento tradicional, que es el pensamiento católico, es una libertad ligada al orden del ser, a la verdad humana, al orden natural establecido por Dios en la creación.

El ordenamiento jurídico actual, conculca los mandatos y prohibiciones del derecho natural, violentando las tendencias de la naturaleza humana. Por consiguiente, es profundamente injusto e inhumano. Además de falsificador y corruptor del concepto mismo de ley como: «Mandato de la razón para el bien común, constituido por quien tiene el cuidado de la comunidad y promulgado» (S. Th., I-II, q. 90, a. 4). Positivismo jurídico que también se ha trasplantado al ámbito eclesial con los documentos Traditiones custodes y Responsa ad dubia y que, al igual que Summorum Pontificum (2007) de Benedicto XVI, pueden ser arrojados al basurero de la historia por otro papa futuro. Demuestran una profunda deficiencia en su concepción de los sacramentos, que ya no son entendidos como canales de la gracia, absolutamente necesarios e imprescindibles para la salvación de las almas, sino más bien como un lugar privilegiado de ejercicio del poder, esto es, clericalismo.

De una manera particular y desde el punto de vista formal, la Responsa ad dubia es un documento legítimo porque ha sido promulgado por una autoridad legítima de la Santa Sede, la Congregación para el Culto Divino, con la aprobación del Romano Pontífice. No obstante, este documento pasará a la historia como un caso trágico en que la Santa Sede recurrió a la violencia institucional con el objetivo de desmantelar el puente para reconciliarse con la Tradición que había construido Benedicto XVI. El tribunal de Nuestro Señor Jesucristo, Señor de  la historia les juzgará.

Sin embargo, esta no es la concepción católica de la ley, que supone su sanción en vistas a la salvación de las almas y encuentra su legitimidad en el uso constante, de siglos, que deviene en costumbre (derecho consuetudinario). La autoridad eclesiástica, entonces, no crea la liturgia, no la inventa ex novo en el laboratorio de una élite de liturgistas promocionados, ni se sirve de ella con fines políticos para negociar acuerdos con la Fraternidad de San Pío X. Si la costumbre y el bien de las almas, la suprema ley (CIC, c. 1752), dejan de ser tenidas en cuenta por la Iglesia, apelándose sólo al peso de la ley, todos los medios serán apropiados para hacer valer la implementación más dura de dicha ley por medio del autoritarismo. Ya lo escribió Cicerón en De oficiis: «Summun ius, summa iniuria», una ley formalmente correcta puede convertirse en una enorme injusticia.

Celebrar hoy la Navidad con el espíritu de fe y de familia transmitido por la Tradición, implica una plena conciencia de la crisis actual y una posición de resistencia religiosa y política a la forma de suicidio colectivo que asume la contracultura disolutoria contemporánea. Por lo tanto, la resistencia a las leyes injustas que se perciben como actos de violencia, y que destruyen la ley eterna de Dios Creador: «participada en la criatura racional por la ley natural» (S. Th., I-II, q. 91, a. 2). Ley natural dispuesta para el bien de los hombres y que el derecho natural y cristiano desarrolla.

De ahí que los acontecimientos salvíficos de la Encarnación, la Natividad y el sacrificio redentor en la cruz del Hijo de Dios encarnado, sean la pieza fundamental para la comprensión del Derecho, y por extensión de la filosofía del derecho y la filosofía política. Principios inmutables, tanto en el orden religioso-moral como político-jurídico, que dimanan del derecho natural, y que, como afirmación resuelta de la Tradición, urge recuperar en Occidente para evitar el colapso civilizatorio definitivo, al que ha conducido:

a- La doctrina liberal sobre la libertad irrestricta, de origen nominalista, que gozó de gran prestigio al venir acompañada por un auge económico en potencias importantes del escenario europeo y Estados Unidos.

b- Que propició el socialismo liberticida y arrasador del derecho natural, la familia natural, el concepto de patria y la propiedad privada.

c- Junto con la ineptocracia de la Iglesia, influida e infiltrada por el protestantismo debido al peso propagandístico que fabricó y acumuló durante cuatro siglos la Leyenda negra.

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