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EL EVOLUCIONISMO Y OTROS MITOS. La crisis del paradigma darwinista

Por Gabriel Calvo Zarraute
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Carlos Javier Alonso, EUNSA, Pamplona 2004, 445 páginas

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  1. El país de las maravillas… y de las mentiras del evolucionismo

Carlos Javier Alonso es un filósofo con una bibliografía especializada en el estudio de cuestiones científicas, que en esta obra somete las tesis fundamentales del evolucionismo o darwinismo a una crítica exigente debido a su situación agónica y a su impotencia de cara a explicar correctamente la evolución[1]. El libro está repleto de los conocimientos necesarios para poder comprender con detalle la distinción entre la evolución práctica de las teorías de la evolución, más basadas en opiniones que en datos fidedignos debido a lo limitado del conocimiento humano en este campo. Aunque rebosa datos eruditos, no obstante, su lectura no es farragosa, permitiendo hacerse una idea bastante aproximada de la génesis y desarrollo de la doctrina evolucionista. El autor sostiene la compatibilidad entre la concepción evolutiva del desarrollo de la naturaleza y la afirmación de una creación de la misma, compatibles por el hecho de tratarse de dos cuestiones que se encuentran en planos distintos de conocimiento: el primero en el natural-inmanente; el segundo en el metafísico-trascendente.

El darwinismo ha alcanzado un estatuto paradigmático en el ámbito de la ciencia, hasta constituir uno de los referentes de la cultura actual, tanto para las personas con formación científica como para la gente no especializada. En numerosas ocasiones funciona como una ideología materialista y atea[2]. Sin embargo, aunque el hecho de la evolución no se discute, sus mecanismos distan de estar satisfactoriamente aclarados, y las explicaciones que de ellos da el darwinismo presentan puntos oscuros. Este libro se propone desmitificar las afirmaciones fundamentales de una creencia que pretende basarse en pruebas científicas. El origen de esta teoría se remonta al año 1859 cuando un naturalista inglés, Charles Darwin, luego de realizar un viaje alrededor del mundo en la corbeta Beagle escribió un libro que causó realmente una conmoción extraordinaria en el campo de las ideas: E1 origen de las especies[3]. Darwin pretendía así dar una explicación racional y natural al origen de todos los seres vivientes sobre la faz de la tierra, tanto los vegetales como los animales.

Postulaba un mecanismo por el cual habrían aparecido todas las especies vivientes y al que llamó selección natural. Él llegó a esta idea de selección natural partiendo de la observación del modo en que procedían los criadores de ganado bovino y equino en su Inglaterra natal. Observó cómo por medio de cruces convenientemente elegidos habían logrado una gran variabilidad dentro de las especies. Si se piensa, por ejemplo, en los perros, por medio de cruces convenientemente elegidos se puede obtener desde un chihuahua hasta un gran danés, y toda la variedad de razas distintas que se conocen. Otro tanto puede realizarse con las vacas, los caballos, etc. En consecuencia, Darwin postuló que la naturaleza obra como un gran «criador», no como un «creador»[4]. Es decir, a la manera de los granjeros ingleses, la naturaleza también habría perfeccionado características de los individuos hasta lograr la diversidad de especies diferentes que actualmente son conocidas.

En consecuencia, Darwin ideó un concepto nuevo, que hizo correr ríos de tinta desde todo punto de vista: el de supervivencia del más apto. La naturaleza favorecería el desarrollo de los caracteres propios de los individuos más aptos. Este concepto ha sido divulgado de todas las formas posibles por los medios de comunicación. En la lucha por la supervivencia, por ejemplo, la gacela más rápida va a sobrevivir mejor frente al acecho del león; a su vez, esa gacela más rápida transmitiría su rapidez a sus descendientes. Y lo mismo con cualquier tipo de ser vivo: el más apto en la lucha por la supervivencia transmitiría esa aptitud (fitness) a su descendencia. Con el correr de millones y millones de años, o sea un tiempo suficientemente prolongado, pequeñas divergencias irían amplificándose hasta producir todos los seres vivos de la actualidad. La selección natural sería entonces el mecanismo por medio del cual aparecerían los seres vivos.

Pero Darwin no tenía suficiente base biológica para hacer estas afirmaciones. Sin embargo, paralelamente a sus investigaciones tiene lugar un descubrimiento revolucionario: el de las leyes de la herencia, realizado por un monje agustino checo, el Padre Gregor Mendel, quien entre 1856 y 1864 descubre las leyes de la herencia, o sea la forma en que se transmiten los caracteres específicos de los progenitores a su descendencia[5]. El descubrimiento genético del Padre Mendel cayó en el olvido durante décadas, pero fue redescubierto y afortunadamente se le dio, mucho tiempo después, el crédito merecido. El fraile realizó sus investigaciones cruzando guisantes.

Por fin, ya en pleno siglo XX, entre 1930 y 1940 surge la teoría definitiva de la evolución, llamada neodarwinista o sintética[6]. Neodarwinista pues es un perfeccionamiento de la teoría original de Darwin, adjuntándole los descubrimientos de la genética moderna. Sintética por tratarse del resultado de la síntesis de dos ideas fundamentales: la selección natural y la genética moderna[7].

¿Cuáles son los dos pilares básicos de esta teoría neodarwinista o sintética de la evolución? Uno, la selección natural, que le debe a Darwin; y el otro es el motor de la evolución, lo que da su razón de ser a todo el proceso: las llamadas mutaciones aleatorias. Se descubrió, a raíz de las investigaciones de la genética que dentro del ser vivo, en lo más íntimo de él, se producen pequeños cambios o mutaciones, esos cambios son aleatorios, al azar. Cambios al azar que se van dando dentro del ser vivo, y que la selección natural, a modo de criba iría filtrando, eligiendo.

Recordemos el modo en que se transmite la información genética. Los seres vivos están compuestos por células; éstas a su vez tienen una membrana, un citoplasma y un núcleo. Dentro del núcleo hay unos corpúsculos llamados cromosomas. Estos cromosomas están formados por una substancia llamada ácido desoxirribonucleico, o ADN. Este ADN es una gigantesca macromolécula, (gigantesca en términos moleculares) de varios millones de peso atómico, de forma espiralada; es decir, una doble hélice, cuyos tramos se denominan genes. Estos genes contendrían toda la información necesaria para, a partir de una única célula original o huevo, generar al individuo completo[8].

En la división celular, este ADN se autoduplica: la doble cadena se separa y cada mitad produce una réplica exacta de sí misma. Luego se produce la división del núcleo y por fin de la célula. Ahora bien, al producirse dicha autorreplicación del ADN pueden producirse errores de copia, por diversas causas: substancias químicas, radiaciones e incluso el azar mismo. Ese error de copia obviamente pasa a la nueva célula, que a su vez se dividirá y transmitirá dicho error, y así sucesivamente. Si dicho error de copia afecta a una célula germinal, la variación se transmitirá a la descendencia. En consecuencia, este mecanismo podría ir produciendo la variación de las especies a lo largo del tiempo, y la selección natural obraría a la manera de filtro o criba de todo el proceso, haciendo que aquellas mutaciones que no sirven para nada desaparezcan, por ejemplo: una mutación que hiciese al animal más lento provocaría la desaparición de dicha estirpe. A su vez, una mutación que permitiese al animal desarrollar una habilidad que lo hiciese más apto en 1a lucha por la supervivencia, atravesaría la criba de la selección natural y se perpetuaría en su descendencia que estaría más capacitada para sobrevivir[9].

  1. Contradicciones insolubles de la mitología evolucionista

En primer lugar, implica la idea de cambios lentos y graduales, regidos sólo por el azar, o sea la casualidad. Darwin hace así suya el antiguo adagio «natura non facit saltus», la naturaleza no procede por saltos. Pero antes de seguir avanzando es necesaria una precisión terminológica muy importante para que se entienda bien de qué estamos hablando, pues en la cuestión de la evolución existe una tremenda confusión semántica de base que complica todo. Cuando alguien critica la teoría de la evolución, es muy posible que en la mente del lector surja la siguiente cuestión: ¿cómo se va a criticar la evolución si ésta es un hecho? ¿Acaso no se comprueba empíricamente que los seres vivos han ido apareciendo en grados de complejidad creciente con el correr del tiempo? ¿Cómo vamos a negar esto? Pues bien, eso no es la evolución. En el libro del Génesis, se habla acerca del modo en que Dios va creando todos los seres vivientes en grados de complejidad creciente con el correr del tiempo; y si uno interpreta la palabra hebrea yom que aparece en el relato bíblico, no como día sino como período indeterminado de tiempo. Desde ese punto de vista, el Génesis sería evolucionista.

Cuando se habla de evolución, en realidad se está refiriendo a una interpretación causal de los hechos[10]. No se está hablando de los hechos, que los seres vivos han aparecido en forma crecientemente compleja con el correr del tiempo. Algo, por otra parte, perfectamente lógico, pues antes de que haya plantas debe haber minerales, y antes de que aparezcan los animales debe haber plantas que les sirvan de alimento. La naturaleza va, de alguna manera, apoyándose en los reinos inferiores antes de que aparezcan los superiores, se apoya en una base firme para ir construyendo la escala natural, los seres superiores reclaman la existencia de los seres inferiores. Pero eso no es el hecho de la evolución, sino que ésta consiste en una interpretación causal de dichos hechos, es decir, la pretensión de explicar cómo se produjeron. Lo que el evolucionismo pretende en realidad es explicar la aparición de todos los seres vivos en grados de complejidad creciente con el correr del tiempo por la sola acción de las fuerzas físico-químicas, puramente materiales, guiadas por el azar que es lo absolutamente opuesto al conocimiento científico: el terreno de la superstición[11]. Por consiguiente, el materialismo más puro y crudo que pensar se pueda.

Insistimos, dada la capital importancia lo planteado. El hecho de la aparición sucesiva de todos los seres en grados de complejidad creciente no es el hecho de la evolución, sino que ésta consiste en una interpretación causal de dichos hechos. ¿Cuál es la causa de la aparición de todos los seres vivos? la sola acción aleatoria de las fuerzas materiales. En general se presenta el evolucionismo diciendo que el hombre desciende del mono. Sin embargo, en bloque, el evolucionismo tal cual se nos presenta es falso, es decir no es posible explicar la aparición de ningún ser vivo por la sola acción de las fuerzas físico-químicas al azar, el caso del hombre es simplemente un caso particular ya refutado, con el agravante de que en su caso estaría implicado un elemento de otro orden, como la aparición de la espiritualidad[12].

El evolucionismo es una teoría científica única, en el siguiente sentido. Supuestamente, el paradigma científico, a partir de Galileo, se basa en la constatación de hechos, en su repetición en condiciones de observabilidad óptimas, en la medición de propiedades de los mismos de tal modo que puedan expresar leyes referidas al comportamiento de lo que se está estudiando[13]. Pero es básico en el paradigma científico moderno, el hecho de poder repetir en el laboratorio aquel suceso que se está estudiando.

Pues bien, en la teoría evolucionista es imposible, pues se trata de estudiar un fenómeno que ya ha ocurrido. Nunca nadie vio evolucionar una especie. El fenómeno, si ocurrió, fue hace millones de años; por lo tanto, no se puede constatar, medir aquí y ahora. Lo cual establece una enorme diferencia con respecto a cualquier otra teoría científica. Por ejemplo, podemos constatar la teoría de la gravitación arrojando objetos y midiendo el tiempo que tardan en caer. Es esencial a la ciencia moderna la así llamada repetitividad[14]. En la teoría de la evolución esto es imposible; lo más que se puede hacer es, a posteriori, analizar los rastros que los seres vivos dejaron en las capas geológicas, realizar estudios genéticos con las especies actuales, pero no constatar el hecho mismo del surgimiento de las especies.  El modo en que se produjo la aparición gradual de los seres vivos no lo tenemos delante de los ojos. Es decir que la teoría de la evolución darwiniana consiste básicamente en inferencias, suposiciones totalmente indirectas, sobre hechos imposibles de constatar directamente.

Puede objetarse que algo análogo ocurre con el modelo del Big Bang. Sí y no. Es cierto que este modelo se asemeja a la teoría de la evolución en que también versa sobre un origen, en este caso el del universo mismo. Por consiguiente, reposa en una cantidad de pruebas indirectas dado que ningún ser humano estuvo presente en el momento inicial. En consecuencia, es altamente especulativo, sin que puedan aseverarse a ciencia cierta más que ciertas pautas muy generales, aunque fundamentales. Pero una diferencia importante es que varios de los procesos físicos fundamentales del modelo del Big Bang pueden verificarse aquí y ahora, tanto a nivel de la mecánica cuántica como a nivel de la astronomía extragaláctica a gran escala, dado el efecto tipo «túnel del tiempo» que la velocidad finita de la luz opera en las observaciones a grandes distancias. Y, sobre todo, que conciernen a la materia inanimada, lo que marca una diferencia, esta sí esencial, con una teoría que versa nada menos que con el origen de la vida y las especies de seres vivientes.

También se puede seguir objetando que las mutaciones las podemos experimentar en los laboratorios. Sí, pero resta demostrar que las mutaciones producen los cambios evolutivos . . . y eso es lo que hay que demostrar, no postular, bajo pena de caer en una falacia de «petitio principii». Posteriormente estudiaremos en detalle esta supuesta relación entre las mutaciones y los cambios específicos. De todos modos, debe concederse que ambos modelos son altamente especulativos, mucho más de lo que se comunica al gran público.

  1. Crítica multidisciplinar de la teoría de la evolución

3.1. Paleontología: el registro fósil no concuerda

La Paleontología es la ciencia que estudia los fósiles, o sea los restos que los seres vivos han dejado en las diferentes capas geológicas de la superficie de la tierra para luego datarlos, es decir, ubicarlos cronológicamente. Evidentemente, la paleontología tiene mucho que decir y aportar a la teoría de la evolución, puesto que se trataría de algo así como la radiografía del proceso de la evolución. Darwin mismo, en su época, reconocía que la ciencia paleontológica no apoyaba su teoría. Pero él esperaba un apoyo futuro: como esta ciencia estaba en sus orígenes, con el tiempo debía progresar y aportar las pruebas definitivas a la teoría darwinista. En consecuencia, Darwin ideó un concepto que luego se hizo famoso, el de eslabón perdido.

Darwin dice que a partir de un antecesor común habrían ido apareciendo, en forma ramificada, las diversas especies por selección natural, hasta dar lugar a todos los seres vivos. El científico inglés pretendía que la paleontología apoyase su teoría. Sin embargo, esta disciplina indica un hecho de la mayor importancia sucedido hace quinientos treinta millones de años, al comienzo de la llamada era Cámbrica[15]. De quinientos treinta millones de años para atrás en el tiempo sólo se encuentra en los registros paleontológicos seres unicelulares, algas, esponjas, es decir seres muy primitivos; mientras que del cámbrico en adelante aparecen de repente todos los grandes tipos o phyla de seres vivientes: artrópodos, celenterados, espóngidos, cordados, etc.

Es decir, en una exigua horquilla de cinco millones de años de diferencia hacia atrás o hacia adelante en el tiempo, aparecen todos los tipos de seres vivientes que conocemos en la actualidad, diferenciados y desarrollados, sin conexiones de unos con otros por medio de supuestos eslabones perdidos. Lo mismo ocurre en la era secundaria y en la era terciaria, apariciones explosivas de los seres vivos. No aparecen los así llamados anillos de conjunción o eslabones perdidos entre unas especies y otras. El gradualismo que la teoría de la evolución exige no se encuentra en los registros fósiles[16]. Aunque la evolución sea un hecho, no son tan evidentes algunas ideas al uso del modelo darwinista, sobre todo en lo que se refiere a los mecanismos de evolución. Según la tesis gradualista del darwinismo ortodoxo, la evolución se produce de modo gradual, por acumulación de mutaciones producidas al azar, que, al haber permitido la mejor adaptación al medio, han sido favorecidas por la selección natural.

Este es precisamente otro punto débil del darwinismo clásico: el concepto de la adaptación de las especies al medio. La gran dificultad es cómo medirla de una forma objetiva y universalmente válida. Si eso no se logra, la teoría sólo dice que las especies adaptadas han sobrevivido: una trivialidad que no explica nada. Un ejemplo, en los bosques se encuentran hormigas que ven relativamente bien y hormigas que prácticamente son ciegas, no obstante, no se puede sostener, en absoluto, que las unas vivan mejor que las otras. Además, ¿qué experimento científico puede realizarse para demostrar que una especie de hormigas está mejor adaptada que la otra? Se podría alegar que las respuestas adaptativas de las especies son múltiples y variadas; muy cierto, pero precisamente esa enorme variabilidad impide saber por qué ciertos cambios son adaptativos y otros no.

A medida que las mutaciones beneficiosas se van acumulando en los individuos de una especie, ésta se va alejando genéticamente de sus predecesores hasta convertirse en una especie nueva. El problema reside en poder establecer en qué preciso momento de la gradación se ha producido la trasmutación específica. Frente al gradualismo, Stephen Jay Gould propone la teoría del equilibrio puntuado, según la cual la evolución de las especies se produce de forma abrupta[17]. Si el gradualismo fuera cierto, ha de existir en todas las especies una inmensa cantidad de formas intermedias. Sin embargo, no hay rastro de ella, incluso Ernst Mayr, considerado como el Darwin del siglo XX y fundador a inicios de los años treinta de la teoría sintética o neodarwinismo, reconoce que no existe ninguna prueba concluyente de un cambio de especie dentro de un género o de la emergencia gradual de una novedad evolutiva[18].

No hay fósiles que nos muestren un paso gradual a los cordados, o que relacionen a estos con los vertebrados, a los que teóricamente dieron lugar[19]. El primer vertebrado conocido ya tenía cráneo y huesos calcificados. En los insectos la situación es peor aún, las relaciones entre los diversos órdenes se desconocen y el origen de las plantas supone aún una incógnita mayor que el de los animales[20].

Algunos biólogos han intentado salir al rescate de la teoría, postulando el llamado «equilibrio puntuado». Según ellos, hay momentos de detención o de desaceleración de la evolución y momentos de gran impulso o de gran aceleración en los cuales de repente aparece la gran diversidad. Obviamente es un intento de explicar lo que se encuentra en la realidad. Pero si la evolución es lenta, gradual y por acumulación de pequeños cambios a lo largo de eras y eras, ¿cómo concuerda esto con el equilibrio puntuado? La respuesta es obvia: no hay compatibilización posible. Inclusive, algunos han hablado de evolución en explosión, lo que es una contradicción en los términos: sería algo así como hablar de la cuadratura del círculo, o de un móvil inmóvil, pues la evolución implica de por sí cambios lentos y graduales. La fuerza de la teoría, aquello que sobre todo cautiva la inteligencia, es la confianza en que la acumulación a lo largo de inmensos períodos de tiempo de pequeños cambios producirá finalmente las grandes diferencias entre las especies de seres vivientes. En la realidad se observa el fenómeno opuesto: la carencia universal de transiciones graduales entre los fósiles[21].

Por ejemplo; es un lugar común en los estudios de biología presentar la transición gradual de los ancestros del caballo: eohippus, mesohippus, archaeohippus hipparion, etc., hasta llegar al equus: el caballo actual. En realidad, éste es un árbol genealógico que se hizo a finales del siglo XIX armado, por así decir, para confirmar la hipótesis evolucionista. Las versiones modernas de este árbol no tienen nada que ver con la continuidad lógica del mismo: en vez de poder ubicar los fósiles a la manera de un árbol, lo que se encuentra es la imposibilidad de conectar unas especies con otras.

Hay otra objeción más sutil. Si la hipótesis darwiniana fuese verdadera, el orden secuencial de aparición de los seres vivos sería el siguiente: primero los individuos, luego las especies, los géneros, los órdenes, las clases, y finalmente los tipos, o sea la clasificación en orden ascendente. A partir de un individuo y sus variaciones sucesivas, al final del proceso aparecerían los phyla, los grandes troncos, las grandes diferencias organizativas. Nuevamente, lo que se encuentra es exactamente lo contrario: los phyla aparecen desde el comienzo y las especies al final; hay variaciones bruscas, explosivas de seres completamente distintos, imposible de conectar causalmente. Inclusive, no aparecen nuevos tipos después de la era Cámbrica. Este hecho que recibe el nombre técnico de sucesión de los taxa en sentido involutivo es una objeción realmente fuerte y contundente.

  • Genética: las mutaciones de los «X men» son una ficción

Recapitulemos. La teoría de la evolución se ocupa básicamente de tres cuestiones:

  1. Demostrar el hecho evolutivo en sí, con pruebas de que las especies mutan a través del tiempo y se transforman en otras.
  2. Abordar el estudio de la evolución: establecer las relaciones de parentesco entre los diversos organismos -actuales o extinguidos- a fin de determinar el momento en que unos linajes se separaron de otros y dibujar así el árbol genealógico de todas las especies.
  3. Estudiar las causas de la evolución[22].

La ideología darwinista sostiene que las causas que permiten el desarrollo evolutivo de las especies son las mutaciones al azar y la selección natural[23]. Las mutaciones son errores ocasionales en la replicación del ADN, que pueden heredarse de una generación a otra. Desde el extremo de lo inapreciable a lo letal, las consecuencias de una mutación genética pueden ocupar cualquier punto intermedio, y dependerán siempre del ambiente. Si una mutación permite adaptarse mejor al medio, los individuos portadores sobrevivirán con más facilidad y se reproducirán con más frecuencia que los que no la posean, hasta que, con el paso del tiempo, lleguen a sustituirlos por completo. De este modo aparece la otra gran causa de la evolución de las especies según Darwin: la selección natural, por la que se conservan las diferencias favorables y se eliminan las perjudiciales[24]. Los efectos de la selección natural se miden por un parámetro: la adecuación adaptativa del fenotipo, es decir, el conjunto de características externas de los individuos al entorno.

Aquí se encuentra otro de los puntos débiles del evolucionismo como aborda con gran valentía Michael J. Behe[25]. La bioquímica ha puesto en cuestión la capacidad explicativa de la teoría de la evolución en su formulación actual, con respecto a los fenómenos que ocurren a nivel subcelular. La teoría darwinista de la evolución no permite conocer científicamente el origen de la vida ni llega a explicar sus estructuras moleculares. Al saber ya lo suficiente sobre el funcionamiento de la célula y de sus componentes no se puede seguir sosteniendo que el origen de la vida se explique por el desarrollo gradual de la selección natural operando sobre variaciones genéticas.

Nos encontramos ante la imposibilidad de explicar correctamente el nivel de complejidad molecular mediante la teoría neodarwinista, ideada para ser aplicada al organismo entero. Dichos niveles de complejidad subcelular responden más bien a un diseño y no a una aparición gradual formada a partir de numerosos y leves cambios, pero cuya acumulación progresiva da lugar a estructuras moleculares altamente complejas. Como es lógico, si se acepta la existencia real de un diseño, hay que afirmar la existencia real de un Diseñador Inteligente. La ciencia natural no puede contestar a la pregunta de quién es sin invadir un campo epistemológico que no le corresponde, pues precisamente, sería la misión a la disciplina filosófica conocida como Teología natural o Teodicea[26].

Supuestamente, la genética sería la rama de la biología que permitiría comprobar in situ la cuestión de las mutaciones aleatorias. De inmediato se presentan fuertes objeciones. Por ejemplo: ¿cuál es el animal más utilizado por los genetistas en sus experimentos? La mosca drosophyla o mosca de la fruta, verdadero caballito de batalla de la genética contemporánea, por su facilidad para mutar y el tiempo relativamente breve de sus generaciones- unos 15 días. Así se han logrado mutantes de todo tipo de esta especie: moscas con alas, sin alas; con patas o sin ellas; con ojos, sin ojos, etc. No obstante, se conservan en bloques de ámbar moscas de la fruta de hace decenas de millones de años, con la particularidad de ser idénticas a las moscas que conocemos hoy en día.

La pregunta que surge inmediatamente es: ¿cómo puede ser que un animal que muta con tanta facilidad pueda permanecer idéntico a sí mismo durante millones de años? Esto es lo que se conoce como pancronismo, o fósiles vivientes. Es famoso el caso del celacanto, un pez primitivo del cual se conservaban sólo restos fósiles de hace unos ciento cincuenta millones de años. Cuál habrá sido la sorpresa de los naturalistas cuando en 1938 se pescó un celacanto vivo frente a las costas de Madagascar, idéntico a los restos fósiles que se conservaban. ¿Cómo puede ser esto posible si las mutaciones aleatorias se acumulan en forma necesaria a lo largo del tiempo? No hay explicación desde la teoría evolucionista, porque hay que remarcar que las mutaciones se producen necesariamente, son como un dato esencial de la realidad de los seres vivientes.

Otra objeción más. Es preciso señalar el siguiente hecho sugestivo: nunca nadie ha visto mutar una especie. Por ejemplo, la mosca de la fruta ha sido alterada de todas las maneras posibles y sin embargo nunca dejó de ser una mosca de la fruta, nunca cambió la especie. Por supuesto que hay variabilidad dentro de las especies, así la especie perro incluye variaciones individuales que van desde un chihuahua hasta un mastín o un gran danés. Existe lo que puede llamarse microevolución, es decir el despliegue a lo largo del tiempo de la riqueza contenida potencialmente en la especie. Pero las especies entre sí no se mezclan ni se dan saltos de una a otra.

Existen los híbridos, es decir el cruce de individuos de especies morfológicamente cercanas. Si se cruza un caballo con un burro se obtiene la mula; mas ¿cuál es la cría de la mula? La mula no tiene cría pues es sabido desde la antigüedad que los híbridos son estériles. Inclusive al cruzar individuos dentro de la misma especie, llega un momento en que se tocan los límites de la variabilidad: si cruzo perros, podré obtener uno tan pequeño como un chihuahua, pero no más allá; no podemos obtener un perro del tamaño de una ardilla, así como tampoco del tamaño de un elefante. Rápidamente luego de un cierto número de cruces se llega a los límites específicos, infranqueables.

Además, desde hace más de veinte años, ha ido ganando posiciones en la genética la así llamada teoría neutralista, que afirma que las mutaciones no son selectivas, por consiguiente, no producen cambios apreciables en las especies, sino que son o neutras o directamente perjudiciales y letales para el individuo y la especie.

Pasamos a analizar una cuestión que mencionamos anteriormente, al exponer los fundamentos de la teoría evolucionista, y de la cual depende toda la doctrina[27]. Los genes contendrían toda la información necesaria para, a partir de una única célula embrionaria original o huevo, generar al individuo completo. Sin embargo, esto no es cierto. Lo que se sabe positivamente es que a cada gen le corresponde una proteína: cada gen contiene la información necesaria para que la maquinaria celular sintetice las proteínas constitutivas de las células a partir de moléculas orgánicas más simples. Y nada más. Dónde se encuentra el plan, la información para que las proteínas constituyan células, las células formen tejidos, los tejidos formen órganos, los órganos formen aparatos y sistemas, todo interconectado tanto desde el punto de vista estático como dinámico, todo esto, hay que subrayarlo, constituye un misterio, y la biología actual carece de respuesta[28].

Lo que sí se sabe es que dicha información no se encuentra en las pocas decenas de miles de genes que constituyen el ADN de los seres vivos. Para hacerse una idea aproximada, en el año 2001 se logró descifrar el genoma humano completo y se comprobó que el hombre tiene en su ADN 30.000 genes. ¿Cuántos genes de diferencia tiente el hombre con el ratón? Sólo 300, el 1% del total. A escala genética, el hombre sólo se diferencia en un 1% del ratón. Esto quiere decir que lo significativo en un ser vivo no se encuentra formalmente en el aspecto genético. En una comparación simplificada, el ADN sólo aporta la información para producir los ladrillos del edificio; otra cosa muy diferente es saber dónde se encuentran los planos de la construcción.

Pero la cuestión es todavía más compleja: se sabe actualmente que lo fundamental para que las proteínas cumplan su función específica no es tanto su composición química cuanto más su forma tridimensional, y esta forma no viene dada por la información a nivel del ADN, la cual sólo codifica la secuencia de aminoácidos de la que se compone la proteína, sino que se debe a la torsión que sobre ella ejerce la misma maquinaria celular: es decir, es la célula misma la que conforma a la proteína. Esta información no está en el ADN.

Además, un tema fundamental de estudio en biología molecular es el de la expresión de los genes o el modo en que se van activando los mismos para producir proteínas. Como es de suponer, es la misma célula la que va realizando esto, por mecanismos muy poco conocidos en la actualidad. De más está decir, que la regla es no comunicar al gran público el desconocimiento imperante en todas estas cuestiones fundamentales: como dice el premio Nobel de física Richard Loughlin, las investigaciones en genética están más enderezadas a obtener resultados técnicos y aplicaciones comerciales que a conocer en profundidad la naturaleza de la vida[29].

Mal se podrá cambiar las especies por medio de cambios genéticos: si la genética del desarrollo de un ser vivo, con el cual es posible experimentar aquí y ahora es desconocida, cómo se va a conocer el mecanismo de la aparición de las especies, fenómeno que ocurrió en el pasado, y con el cual no se puede experimentar.

  • Filosofía

El encuadre adecuado a todas estas cuestiones e interrogantes se encuentra planteando la cuestión desde el punto de vista filosófico: no es la causa material la que dará cuenta esencialmente del fenómeno vital sino la causa formal, el principio vivificante del ser vivo, o sea, el alma, la así llamada forma substancial[30]. El todo es más que la mera suma de las partes: un ser viviente en toda su complejidad no admite ser explicado en forma puramente analítica a partir de componentes microscópicos a escala molecular, que no pueden dar cuenta del todo y de la complejísima interacción entre las numerosísimas partes del viviente. Aquí puede hacerse una crítica a la biología moderna que se ha ocupado demasiado del aspecto puramente microscópico y analítico de los seres vivientes, perdiendo de vista el conjunto, la totalidad, cayendo en el reduccionismo materialista. La vida es más una cuestión de forma, de conjunto, de completitud, que de pequeñas partes, las cuales en definitiva tienen razón de ser y cooperan con un designio superior a todas ellas.

Las objeciones de índole filosófica también pueden llamarse objeciones de sentido común, pues son asequibles a cualquier persona. Se debe advertir que en el razonamiento original de Darwin hay un paralogismo que casi nunca es percibido: el naturalista inglés dice que, así como proceden los criadores al seleccionar los individuos para producir y mejorar las diversas razas de animales domésticos, del mismo modo procede la naturaleza. En buena lógica debe concluirse entonces que, así como la selección producida por el hombre es racional, se produce de acuerdo con un designio y diseño previo del criador, del mismo modo, racional, debe proceder la naturaleza[31]. Por consiguiente, no se puede fundar en esta comparación una aparición aleatoria de los seres vivientes.

  1. Algunos de los muchos enigmas del evolucionismo

¿Qué es un ala cuando todavía no tiene apariencia de un ala? O, en otros términos: según la teoría evolucionista las aves habrían aparecido por una seria de modificaciones de los reptiles, que a lo largo de grandes períodos de tiempo habrían sufrido cambios graduales en su conformación, transformándose sus miembros anteriores o patas en alas. Ahora bien, ¿para qué le sirven los miembros anteriores a dichos eslabones hipotéticos cuando ya no son patas que les permitan correr, y todavía no son alas que les permitirían volar? Además, estos eslabones intermedios serían los más numerosos de la cadena. ¿Cómo sobrevivirían? ¿Para que sirve un órgano o miembro cuando está en plena transformación y todavía no cumple acabadamente su función propia? Evidentemente esos seres intermedios no tendrían todavía las ventajas competitivas en la lucha por la supervivencia y perecerían sin poder transmitir a la descendencia su supuesta ventaja evolutiva. Las transiciones hipotéticas no son viables, sólo lo son los órganos y sistemas concluidos y perfectos en su función propia.

Las aves habrían aparecido por transformación gradual de los reptiles. Esta afirmación así enunciada parece muy simple pero no lo es en absoluto cuando se calcula la cantidad de cambios coordinados que se deben realizar para transformar a un reptil en un ave. Hay que ahuecar los huesos para que el cuerpo sea más liviano, hay que fortalecer el esternón donde se insertarán los poderosos músculos pectorales que posibilitarán el vuelo, hay que cambiar el aparato circulatorio del animal para elevar su temperatura por el despliegue de energía que requiere el vuelo, hay que hacer surgir plumas a partir de las escamas. Y todos estos cambios coordinados en un mismo sentido, en el lapso de pocos millones de años y, siguiendo una finalidad oculta que es la posibilidad de que dicho animal vuele. En otras palabras, el evolucionismo pide la aceptación ciega de una concatenación de milagros, en número casi indefinido. Es posible acumular ejemplo tras ejemplo de órganos y comportamientos de los animales que son absolutamente inexplicables en términos de concentración de pequeños cambios al azar[32].

Otro ejemplo es el caso del escarabajo bombardero. Este pequeño escarabajo es un verdadero pionero en la utilización de armamento químico porque tiene un modo muy particular de defenderse de sus depredadores. Cuando uno de estos se acerca, el bombardero se defiende rociándole en forma explosiva un chorro de líquido a más de 100°C.  Es digno de estudiar en detalle el mecanismo del lanzallamas del escarabajo bombardero. En 1961, el químico alemán Schildknecht encontró que el escarabajo bombardero tiene dos glándulas que producen una mezcla liquida, dos cámaras de almacenamiento conectadas, dos cámaras de combustión y dos tubos externos que pueden ser dirigidos como armas flexibles en la cola del insecto. Al analizar el líquido almacenado se encontró que contenía 10% de hidroquinona y 23% de peróxido de hidrógeno o agua oxigenada.

Es una mezcla reactiva explosiva: estas dos substancias al mezclarse producen una inflamación explosiva, pero el escarabajo bombardero agrega un inhibidor que la impide. Entonces, cuando se le aproxima un enemigo, inyecta esta solución en los tubos gemelos de combustión y le agrega ‑sólo en el momento preciso‑ un antiinhibidor, lo que produce la detonación en la cara de su enemigo. ¿Cómo se pudo haber construido este complejo sistema? Tiene que aparecer por mutaciones aleatorias una glándula que produzca agua oxigenada, otra que produzca la hidroquinona, una que produzca el inhibidor, y otra más que produzca el antiinhibidor. ¿Suficiente? No, también debe formarse la cámara de combustión, para que la mezcla se produzca. Todo esto debe producirse en forma simultánea pues si, por ejemplo, produjese el peróxido de hidrógeno y la hidroquinona y los mezclase en la cámara sin el inhibidor, el escarabajo reventaría. Aunque si tuviese el inhibidor, pero no apareciese el antiinhibidor, no habría explosión posible. Por consiguiente, el mecanismo tiene sentido como un todo, sin que pueda faltar ninguna parte, y todas deben estar presentes desde el comienzo. El evolucionismo dice que todo este complejísimo mecanismo se produjo por puro azar[33].

Otro ejemplo más. ¿Cómo produce la luciérnaga la luz fría? Posee en su abdomen una glándula que produce una sustancia llamada luciferina y otra que produce una sustancia llamada luciferasa. Cuando estas dos sustancias se mezclan producen luz fría. Pero esto no basta, pues hace falta concentrar y enfocar la luz producida. Entonces la luciérnaga posee miles de células espejadas en su abdomen que forman un espejo cóncavo como el de los faros de los automoviles. ¿Cómo se pudo haber producido tanta complejidad por mutaciones aleatorias? Una serie de mutaciones para producir la luciferina, otras tantas para producir la luciferasa y algunas miles para producir el abdomen espejado.

Pueden ponerse miles de ejemplos más, tomados de los reinos animal y vegetal, de órganos y sistemas de extrema complejidad, en los cuales aparece claramente una finalidad y un designio preestablecido. Pero para finalizar con algo realmente inexplicable hay que detenerse en la danza de las abejas. Se trata de un fenómeno conocido desde Aristóteles, pero develado recientemente por el etólogo Karl von Frisch, quien recibió por sus investigaciones el premio Nobel[34].

Cuando la abeja obrera vuelve al panal, luego de haber ido a buscar alimento, realiza delante del resto de las abejas de la colmena una extraña danza: con los movimientos de su cuerpo representa una especie de ocho aplanado. Lo que von Frisch descubrió es que con dichos movimientos la obrera indica al resto del panal la distancia a la que están las flores, el ángulo que forman el sol, la colmena y las flores; y por el polen que transporta, el tipo de flores que encontró. Se trata de un auténtico desafío intentar explicar por acumulación de pequeños cambios al azar semejante comportamiento. No debe olvidarse que este lenguaje, porque de eso se trata, es totalmente innato: proviene con la abeja al nacer, no es resultado de una transmisión de conocimientos. Si una primera abeja adquirió por azar semejante habilidad, ¿cómo la entendieron las demás? Porque no ha de perderse de vista que se trata de un comportamiento colectivo, social. ¿Qué relación tiene lo material, genético con algo tan inmaterial como un comportamiento? Todas son preguntas sin respuesta para la ideología evolucionista.

Sin pretender multiplicar al infinito los ejemplos, la pregunta fundamental que hay que hacerse es la siguiente: ¿Es posible que la extraordinaria complejidad de los seres vivos, sus mecanismos vitales, órganos de extrema precisión y comportamientos sea sólo atribuible al azar? En definitiva, la teoría evolucionista exige aceptar por «fe» una acumulación extraordinaria de milagros, pues el azar es, en definitiva, su único intento de explicación: el orden a partir del caos, algo metafísicamente absurdo y contradictorio[35].

  1. Problemas epistemológicos: Causalidad o casualidad

Es bastante notable que, a más de ciento cincuenta años de haber sido enunciada, la teoría evolucionista, a pesar de las apariencias, no haya obtenido aceptación universal, como por ejemplo la mecánica newtoniana, la teoría electromagnética de Maxwell, la mecánica cuántica o la teoría de la relatividad[36]. Y esto, a pesar de la enorme presión de la comunidad científica por imponerla a toda costa, presión que lleva a ejercer una verdadera censura sobre toda crítica o propuesta de un paradigma alternativo, como está ocurriendo con la teoría del Diseño Inteligente, brutalmente censurado por publicaciones e instituciones supuestamente científicas[37]. Lo cual confirma, una vez más, la enorme reticencia de los detentadores de un paradigma científico a aceptar las críticas al mismo y mucho menos a tolerar la aparición de un nuevo paradigma.

Los darwinistas, que antaño fueran protestantes, elaboran un concepto erróneo de Dios basado en el fundamentalismo bíblico protestante al que luego les resulta sumamente fácil criticar, su orgullo les conduce a la pretensión de tener en su posesión la teoría definitiva, olvidando que no se sabe lo suficiente, en realidad muy poco[38]. Se impone la existencia de lo que un científico agnóstico, Rémy Chauvin, designa como una Inteligencia Universal que habría dispuesto una doble programación finalista en los seres vivos[39]. La teleología o finalismo de la realidad material está considerado como una auténtica «herejía» o «blasfemia» por el evolucionismo[40]. Uno de estos dos programas teleológicos sería a corto plazo y estaría vinculado a los genes, el otro programa finalista estaría situado en el citoplasma, y del cual dependería la auténtica evolución de las especies.

Hay un hecho indudable ante la vista y que resulta irritante para los materialistas: la indiscutible inteligencia que revelan las prodigiosas máquinas biológicas. Sin embargo, no pueden pretender evadirlo ingenuamente atribuyéndolo a la selección natural. Ahora bien, si en la naturaleza hay una finalidad, si existe algún tipo de programación, alguien debe de haberla elaborado, pues todo programa supone la existencia de un programador. Es aquí, con gran honradez y coherencia, donde la ciencia debe reconocer sus límites porque de suyo no puede demostrar ni la existencia ni la inexistencia de un Dios creador y providente. Lo único que puede hacer es reconocer la existencia de un orden natural causado por una inteligencia suprema, a partir de ahí se inicia el campo del conocimiento filosófico como «Ciencia de la totalidad de las cosas por sus causas últimas, adquirida por la luz de la razón»[41].

Como nota paradigmática basta con asomarse a una noticia aparecida no hace demasiado tiempo en el diario ABC que tantos católicos leen[42]. Allí se consigna que «Más de 60 Academias de Ciencias se unen para defender la teoría de la evolución», denunciando que se «encubren» las evidencias sobre el origen de la vida. Sin entrar en la enorme cuestión de la absoluta ignorancia por parte de la ciencia en su estado actual acerca de la cuestión del origen primigenio de la vida, lo cual ameritaría un ensayo de similar extensión a éste o mayor, inclusive, simplemente este petitorio es una confesión de la debilidad de las supuestas evidencias de la teoría evolucionista. Sin embargo, una petición repetitiva e impertinente es un acto político, no científico. ¿Desde cuándo las teorías se confirman por la mayoría de las firmas? Si los científicos evolucionistas afirman la veracidad de su teoría, que lo prueben científicamente en el laboratorio o en la naturaleza, no democráticamente.

Carlos Javier Alonso ha escrito una obra más que notable superando con creces otro texto suyo publicado anteriormente y que en lo concerniente a la evolución del hombre adolecía de ciertas imprecisiones y alguna omisión importante que le restaba brillantez[43]. El evolucionismo y otros mitos es una obra interesante, apta para provocar una fuerte polémica no solamente reducida a los ámbitos académicos. Gran parte de los cuales rechazan, previsiblemente, cualquier crítica al mismo debido a su materialismo sectario barnizado de ciencia que les impide abrirse a la trascendencia de un Dios Creador compatible con la evolución[44].

 

[1] Cf. Carlos Javier Alonso, La agonía del cientificismo. Una aproximación a la filosofía de la ciencia, EUNSA, Pamplona 1999; Historia básica de la ciencia. Pasión por el saber, EUNSA, Pamplona 2001; El ateísmo científico. La evolución del cientificismo, Digital Reasons, Madrid 2017.

[2] Cf. Francisco Soler Gil, Mitología materialista de la ciencia, Encuentro, Madrid 2013, 36.

[3] Charles Darwin, El origen de las especies, Austral, Barcelona 1988.

[4] Cf. Giovanni Reale-Dario Antiseri, Historia del pensamiento filosófico y científico. Del Romanticismo hasta hoy, Herder, Barcelona 2010, vol. III, 338.

[5] Cf. Francesc Nicolau Pous, Iglesia y ciencia a lo largo de la historia, Scire, Barcelona 2003, 201.

[6] Cf. Juan Fernando Selles, Antropología para inconformes, Rialp, Madrid 2006, 153; José Ramón Ayllón, Antropología paso a paso, Palabra, Madrid 2013, 113.

[7] Cf. Carlos Valverde, Antropología filosófica, Edicep, Valencia 2011, 77.

[8] Cf. Francis Collins, El lenguaje de la vida. El ADN y la revolución de la medicina personalizada, Crítica, Barcelona, 2014, 72.

[9] Cf. Giovanni Reale-Dario Antiseri, Historia de la Filosofía. Del Romanticismo a nuestros días, Herder, Barcelona 2010, vol. III, tomo I, 346.

[10] Cf. Fiorenzo Facchini, Y el hombre apareció sobre la tierra ¿Creación o evolución?, Palabra, Madrid 2007, 122.

[11] Cf. Stanley L. Jaki, Ciencia, fe y cultura, Palabra, Madrid 1990, 194.

[12] Cf. Natalia López Moratalla, Cuestiones acerca de la evolución humana, EUNSA, Pamplona 2008, 69.

[13] Cf. Mariano Artigas-Melchor Sánchez de Toca, Galileo y el Vaticano, BAC, Madrid 2008, 132; Mariano Artigas-William R. Shea, Galileo en roma. Crónica de 500 días, Encuentro, Madrid 2003, 169; El caso Galileo: mito y realidad, Encuentro, Madrid 2009, 304.

[14] Cf. Juan Pablo II, Discurso a la Academia Pontificia de Ciencias, 22-XI-1996, n. 6; José Mª Petit Sullá, Obras completas. Al servicio del reinado de Cristo. Estudios filosóficos, vol. II, tomo 2, Tradere, Barcelona 2011, 510.

[15] Cf. Alister McGrath, La ciencia desde la fe. Los conocimientos científicos no cuestionan la existencia de Dios, Espasa, Madrid 2016, 132.

[16] Cf. Silvano Borruso, El evolucionismo en apuros, Criterio, Madrid 2001, 137.

[17] Cf. Stephen Jay Gould, La estructura de la teoría de la evolución, Tusquets, Barcelona 2004, 410.

[18] Cf. Ernst Mayr, Así es la bilogía, Debate, Barcelona 2016, 113.

[19] Cf. Manuel Guerra Gómez, La evolución del universo, de la vida y del hombre ¿El hombre, compuesto de cuerpo físico o material, cuerpo energético o inmaterial y alma espiritual?, Homo legens, Madrid 2009, 190.

[20] Cf. Roger Verneaux, Filosofía del hombre. Curso de Filosofía tomista, Barcelona 2002, 28.

[21] Cf. Javier Olivera Ravasi, Que no te la cuenten. La falsificación de la historia, Katejon, Buenos Aires 2018, vol. I, 39.

[22] Cf. Francis S. Collins, ¿Cómo habla Dios? La evidencia científica de la fe, Temas de hoy, Madrid 2007, 162.

[23] Cf. Louis de Whol, Adán, Eva y el mono. La fe y los signos de los tiempos cara a cara, Palabra, Madrid 1987, 9.

[24] Cf. Bertrand Russell, Historia de la Filosofía occidental, Espasa, Madrid 2010, vol. II, 408.

[25] Cf. Michael J. Behe, La caja negra de Darwin. El reto de la bioquímica a la evolución, Andrés Bello, Barcelona 2000, 133.

[26] Cf. Enrique Collin, Manual de Filosofía tomista, Luis Gili, Barcelona 1962, vol. II, 377; Jacques Maritain, Introducción a la Filosofía, Club de lectores, Buenos Aires 1971, 223; Ángel González Álvarez, Tratado de Metafísica. Teología natural, Gredos, Madrid 1986, 167; Michel Grison, Teología natural o teodicea. Curso de filosofía tomista, Herder, Barcelona 1989, 16; Ángel Luis González, Teología natural, EUNSA, Pamplona 2005, 23.

[27] Cf. José Ángel García Cuadrado, Antropología filosófica. Una introducción a la Filosofía del hombre, EUNSA, Pamplona 2010, 223.

[28] Cf. Francisco Soler Gil-Manuel Alfonseca (Eds.), 60 Preguntas sobre ciencia y fe respondidas por 26 profesores de universidad, Stella Maris, Barcelona 2016, 164.

[29] Cf. Mariano Artigas, Las fronteras del evolucionismo, EUNSA, Pamplona 2004, 96.

[30] Cf. Gianfranco Basti, Filosofía del hombre, Instituto Teológico San Ildefonso, Toledo 2011, 152.

[31] Cf. Mariano Artigas, Filosofía de la naturaleza, EUNSA, Pamplona 2008, 35.

[32] Cf. Tom Bethell, Guía políticamente incorrecta de la ciencia, Ciudadela, Madrid 2009, 164.

[33] Cf. Mariano Artigas, Ciencia, razón y fe, EUNSA, Pamplona 2006, 96.

[34] Cf. W.F. Bynum-E.J. Browne-Roy Porter, Diccionario de la historia de la ciencia, Herder Barcelona 1986, 421.

[35] Cf. José Mª Petit Sullá, Algunas reflexiones en torno al evolucionismo, en Cristiandad, n. 758-759, 1996 19.

[36] Cf. W.F. Bynum-E.J. Browne-Roy Porter, Diccionario de la historia de la ciencia, Herder Barcelona 1986, 178.

[37] Cf. Guillermo González-Jay W. Richards, El planeta privilegiado. Cómo nuestro lugar en el cosmos está diseñado para el descubrimiento, Palabra, Madrid 2006, 333.

[38] Cf. Francisco Soler Gil-Martín López Corredoira, ¿Dios o la materia?, Áltera, Barcelona 2008, 38.

[39] Cf. Rémy Chauvin, Darwinismo. El fin de un mito, Espasa, Madrid 2000, 306.

[40] Cf. Rafael Alvira, La noción de finalidad, EUNSA, Pamplona 1978, 117; Walter Brugger, Diccionario de Filosofía, Herder, Barcelona 2000, 259; Ángel Luis González, Diccionario de Filosofía, EUNSA, Pamplona 2020, 489.

[41] Cf. Rafael Gambra, Historia sencilla de la Filosofía, Rialp, Madrid 2016, 19.

[42] ABC, 23- 6- 2006, 56.

[43] Cf. Carlos Javier Alonso, Tras la evolución. Panorama histórico de las teorías evolucionistas, EUNSA, Pamplona 1999, 298.

[44] Cf. Joseph Ratzinger, Creación y pecado, EUNSA, Pamplona 2005, 78.

Comentarios
2 comentarios en “EL EVOLUCIONISMO Y OTROS MITOS. La crisis del paradigma darwinista
  1. Sí, una vez se examina la cuestión, está claro que la teoría de la aparición de las distintas especies por pequeñas mutaciones sucesivas hace agua por todos lados. Pero su fuerza no es racional. Su fuerza es de tipo religioso. La teoría de la evolución aleatoria por selección natural permite borrar de un plumazo, de un modo aparentemente racional, el primer artículo del Credo: la fe en Dios todopoderoso, creador del cielo y la tierra. Algo tan natural e intuitivo que siempre ha sido la demostración obvia de la existencia de Dios. O de falsos dioses en el mundo pagano antiguo o extracristiano. Pero el darwinismo ha permitido correr una densa cortina de humo, barnizada de ciencia, sobre Dios Creador desde la escuela. Esto ha provocado en muchos casos el abandono de la fe en Dios, considerado como una explicación mítica y ya superada del mundo. Y esto ( que no es nada científico) es lo que permite que una teoría con tantos puntos endebles y con claros puntos de contradicción con otros campos de la ciencia se siga enseñando como algo comprobado e indiscutible. Sirve para dejar a Dios al nivel de un cuento para niños.
    Creo que fue el P. Castellani que consideraba el evolucionismo como una herejía, y que como tal debería abordarla la Iglesia. Pienso que tenía toda la razón.

  2. Mucha erudición y mucho estudio para nada. Lo primero que hay que objetar es que la Tierra es muy joven,jovencísima. No caben millones de años. Es un auténtico misterio que gente culta (la no culta sí lo comprende) se trague la idiotez de los millones de años, que nadie puede demostrar. Si la Tierra tuviera millones de años el lago Lemán y cualquier otro ya estarían llenos de barro, de limbo aportado por los ríos. ¿Cómo es posible que todos los animales y árboles, hierbas, insectos y los ácaros hayan llegado todos, absolutamente todos, a su máxima perfección al mismo tiempo. Alguien podrá mejorar el águila, el león, el toro, el murciélago o la golondrina? El melón o la sandía? Vamos! Con la música a otra parte! el evolucionismo no sirve, es un quebradero de cabeza, ahora impera de nuevo el Creacionismo o el Diseño Inteligente. Entrada en la Red con evolutionism, pocas, a penas 4 millones, entradas con Creationism, 90 millones. El evolucionismo se hunde.

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