Rafael García Serrano, Homo Legens, 464 páginas
El caso de Rafael García Serrano es el paradigma del verdadero páramo cultural en el que está hundida España en la actualidad, y no durante el franquismo, como concienzudamente se han empeñado en hacernos creer. Este autor ha sido declarado maldito y condenado al ostracismo, al igual que el insigne Eugenio D´ors, simplemente debido a su ideología, en el caso del primero, falangista camisa vieja, y combatiente en la guerra de 1936. Que a un escritor de esta talla se le haya silenciado sistemáticamente y arrinconado de esta manera, solo demuestra la vileza e indigencia mental de la «élite cultural» actual magníficamente regada por una lluvia de subvenciones y la promoción oficial. Del mismo modo, resulta llamativo que otros intelectuales como Rafael Alberti o Pablo Neruda, en este caso comunistas fanáticos, hayan sido vendidos «a bombo y platillo» a pesar de haber sido admiradores y cantores del segundo mayor genocida de la historia de la humanidad: Stalin. No olvidemos que el primero fue Mao en China, pues como bien dice el filósofo excomunista Antonio Escohotado: «Mao mató más que Stalin, simplemente porque había más chinos».
Antes de pasar a analizar brevemente esta magnífica obra, no dejan de venir a mi mente los versos de Bécquer ante la paradoja de una casta de sectarios analfabetos que domina hegemónicamente la literatura contemporánea española y ningunean a los auténticos genios como Rafael García Serrano. Y es que, como diría el propio José Antonio en aquel famoso artículo, nos encontramos en La hora de los enanos.
No son los muertos los que en dulce calma
la paz disfrutan de su tumba fría,
muertos son los que tienen muerta el alma
y viven todavía.
No son los muertos, no, los que reciben
rayos de luz en sus despojos yertos,
los que mueren con honra son los vivos,
los que viven sin honra son los muertos.
En el futuro, los que han expulsado a Rafael García Serrano del justo puesto que merece entre los grandes escritores españoles del siglo XX, estarán muertos, y con ellos su obra efímera «de usar y tirar», mientras que las páginas de nuestro autor seguirán rezumando vida, pues no es otra cosa la historia narrada de modo tan ágil y atrayente. Pues del mismo modo que en materia eclesiástica, como tan bien contemplamos especialmente en este esperpéntico pontificado, donde no hay Teología ni santidad se suple con demagogia y populismo; lo mismo ocurre en el campo cultural y en este caso literario. En esta fase tan avanzada del cretinismo, la falta de talento y de ideas se compensa con la ideología de los que se erigen en los expendedores exclusivos de arte literario cuando sus obras no son más que cuatro letras, mal juntadas, que no sirven más que para envolver los plátanos, como antaño hacían nuestras abuelas.
«El argumento se lo inventó Cortés y el libro lo escribió Bernal», dice García Serrano en el prólogo, y es que no puede ser de otra manera, pues estamos ante una novela verdaderamente histórica. Una historia novelada que es también una modesta biografía de la conquista y, como no podía ser menos, un alegato a la increíble labor de civilización que la Monarquía Católica realizara en las Indias. El libro destila un sabroso, más aún embriagador aroma español. Primero, porque está escrito por un hombre enamorado de España y, en segundo lugar, porque se trata de buen conocedor de la historia patria, donde hace crónica del tiempo español por excelencia: el siglo de oro, relatando la historia de unos españoles puros. Sí, puros, porque lejos del racismo propio del protestantismo de los ingleses y holandeses de Norteamérica, que aniquilaron a la inmensa mayoría de los indígenas; los españoles se mezclaron con ellos porque les consideraban personas y no alimañas a exterminar. Podemos degustar esta realidad histórica y racial, mestiza, cuando al autor narra con una ternura exquisita los amores de Cortés con la india Malintzin, más conocida por los españoles como «la Malinche» o Doña Marina, después de ser bautizada.
De la mano de García Serrano repasamos la epopeya, pues no cabe calificarla de otro modo, de Cortés y sus 500 hombres conquistando un imperio entero que se derrumba por completo al contacto con una civilización muy superior. Pero que habría resultado del todo imposible si los escasos españoles no se hubieran aliado con las tribus indígenas, cruelmente oprimidas por el yugo azteca, como refleja el autor al narrar las alianzas de los hispanos con las gentes de Tlaxcala y Cholula. Lo cual lleva a la conclusión que los primeros cronistas e historiadores hicieron de la victoria española: no fue una guerra entre españoles, en número absolutamente ridículo, e indios; sino una guerra civil entre distintas tribus de indios, en la que los españoles se pusieron del lado de los pueblos oprimidos por el cruel y sangriento cetro azteca. La narración de la «Noche triste» resulta estremecedora y consigue envolver al lector en la atmósfera de aquel trágico episodio hasta el punto de sentirse uno más de los personajes que luchan desesperadamente para poder huir de la matanza. De la misma manera se hace irresistible el retrato ajustado que hace tanto de la psicología de Cortés, así como de la fe «bruta» al mismo tiempo que rica, sincera y pecadora; del valor heroico, rayando con la temeridad suicida, propios de aquellos españoles cuya resistencia física y psicológica para nosotros, débiles hombres criados y rodeados de comodidades, nos resultan increíbles. No faltan tampoco momentos de humor y de sana dosis de realidad mostrando como el alma española siempre será una mezcla de D. Quijote y Sancho Panza.
Pues los protestantes ingleses y holandeses deben tener mucha pero que mucha mano en el vaticano católico, mira que no haber canonizado a Isabel la Católica en 500 años acabando así con la leyenda negra que los mismos Papas ayudaron a crear en la Junta de Valladolid, da que pensar que igual es que eran protestantes ingleses y holandeses.
El hecho es que en el aniversario del descubrimiento de América resulta que canonizaron a Escrivá de Balaguer, el «santo» del opus catalanista, suma y sigue de los protestantes holandeses e ingleses en el vaticano católico.