¡Qué razón tenía mi amigo con el obispo de Santander!

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Mons. Manuel Sánchez Monge ha sido nombrado obispo de Santander

¡Y qué suerte yo con lectores que cubren todas mis precariedades informáticas!

Uno de ellos me ha enviado el artículo  que mi amigo me recomendaba en un correo que titulaba «Un obispo valiente». Título que me parece muy acertado.

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El artículo es valiente, si tenemos en cuenta la casi general ausencia de redaños de nuestro episcopado. Confirma el buen criterio que tengo del santanderino después de haber empezado muy mal con él. En puertas de su sustitución, pobre Santander si se realiza pro domo Cobo, me voy a permitir, yo que soy reservadísimo en mis relaciones episcopales, a invitarle a comer, cuando ya se encuentre, como dicen, en Valladolid, en correspondencia a las cervezas que él me invitó en la cocina de su palacio episcopal de Mondoñedo.  Palacio en el exterior y cochambrosa morada interior. Creo que fue la segunda y última vez que vi al hoy obispo de Santander. La primera fue penosa. Espero que la tercera sea en Valladolid. Y seguro que grata.

Pues aquí tenéis su artículo:

«Pretenden la desaparición de la familia?

Existe el convencimiento de que las leyes elaboradas por un Parlamento democrático son todas necesariamente buenas y justas, cosa que no es verdad

Manuel Sánchez Monge

MANUEL SÁNCHEZ MONGEJueves, 27 enero 2022, 07:26

La actualidad se empeña en mantenernos entretenidos en distintas cuestiones que son de menor importancia. Atendiendo a lo urgente e inmediato descuidamos lo verdaderamente importante. Así como la acción se lleva por delante la reflexión. Entre las realidades verdaderamente valiosas se encuentra la familia. Y los que la atacan saben muy bien que atentan contra los cimientos de la persona y de la sociedad entera.

Carmen Fernández de la Cigoña, directora del Instituto CEU de Estudios de la Familia, abordaba en ‘El Debate’ (4 de enero de 2021) una de las cuestiones más candentes en la actualidad: la familia y el afán desmedido de legislar sobre ella de nuestros gobernantes. Proliferan leyes que afectan de una manera directa a la familia. En esta última legislatura se han aprobado la ley de eutanasia, la ley de protección a la infancia (¡qué curioso!, en primer lugar hay que proteger a los niños de sus padres), han modificado o creado leyes sobre la ideología de género (las leyes LGTBI ya existentes, la del aborto, la ley de diversidad familiar o la que convierte en delito intentar ayudar a las mujeres para que opten por no abortar y elijan la maternidad).

Y se nos anuncian para el 2022, entre otras, una nueva modificación de la ley del aborto, una ley de diversidad familiar y el anteproyecto de ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI. Por supuesto, y con una reiteración enconada, la patria potestad sobre los menores se ve cada vez más reducida.

Por otra parte no podemos olvidar las consecuencias para la vida familiar –como nos recuerda el papa Francisco– que «las diversas formas de maltrato que sufren muchas mujeres son una cobardía y una degradación para los hombres y para toda la humanidad. No podemos mirar hacia otro lado. Las mujeres víctimas de violencia deben ser protegidas por la sociedad».

¿De dónde brota esta afán desmedido por legislar sobre la familia? Pues nace de dos convicciones: la primera consiste en el convencimiento de que las leyes elaboradas por un Parlamento democrático son todas necesariamente buenas y justas, cosa que no es verdad.

La segunda convicción se basa en que las leyes más que regular unos derechos y unos deberes, crean algo nuevo, otorgan unos derechos que nadie otorgó jamás como, por ejemplo, el derecho al aborto. Afecta a la familia directamente la situación económica en la que los salarios cada vez son más insuficientes para atender las necesidades habituales, que son mayores en una familia numerosa: la luz, la calefacción, la cesta de la compra, los libros y el material escolar…

Por supuesto que afecta a la institución familiar crear un clima del «todo vale», en el que el fin justifica los medios y se financian distintas ocurrencias, directamente contrarias a la familia natural. Pero no se financia a quién defiende la vida tanto de los que están por nacer como de las familias que pasan hambre y salen adelante gracias a la actuación de instituciones como Cáritas y otras. Afecta a la familia que los mayores carezcan de recursos cuando no hace mucho familias enteras vivían gracias a las pensiones de los abuelos.

Afecta directamente a la familia, a la apreciación de la vida y a la acogida y al cuidado de la misma –que es lo propio de la familia– que se legisle sobre aborto y eutanasia y se desproteja la vida, porque tiene unas evidentes consecuencias sociales. O que ante el suicidio demográfico, no se tomen medidas para intentar paliarlo, como una puesta en valor de la grandeza y la necesidad de la natalidad.

Es el momento de la acción. Ante todas las acciones orquestadas contra la familia, la mejor defensa es presentar una verdadera alternativa, una acción real y efectiva, que comienza en los ámbitos que nos son más cercanos. Ante ese nuevo cambio de paradigma que se pretende imponer en la sociedad española, en la que el deseo se constituye en ley, hay que alzar la voz y reclamar lo que verdaderamente es real y fructífero. De lo contrario, nuestra pasividad puede conducir a la desaparición de la familia.

Aprovechemos la ocasión de haber convocado el papa Francisco el X Encuentro Mundial de las Familias para apoyar una realidad tan relevante y trascendente como la familia que, más allá de imposiciones ideológicas, sigue siendo la más valorada personal y socialmente. Vivamos, protejamos y defendamos la familia como institución básica para nuestro desarrollo personal y comunitario».

No me sorprendió el artículo. Salvo la sorpresa de que un obispo hable como obispo. Sí, la cita nominatim que hace. De persona muy cercana. Don Manuel, hasta Valladolid. Con afecto.

Comentarios
2 comentarios en “¡Qué razón tenía mi amigo con el obispo de Santander!
  1. «Existe el convencimiento de que las leyes elaboradas por un Parlamento democrático son todas necesariamente buenas y justas…»

    Menuda estupidez, eso no se lo cree nadie, y menos en estos tiempos en que el positivismo jurídico manda incontestado.

  2. Muy bien D. Manuel. No sabía que teníamos la suerte de tener un obispo así en Santander. Lo único que quizás se le puede reprochar es que quizás podía haber hablado mucho antes. Aunque lo más probable es que lo halla hecho y no nos hallamos enterado. Que Dios nos bendiga.

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