Paco Pepe, sobre la masonería en Cataluña en la República publicó coetáneamentye un librito sumamente informativo Don Juan Tusquets. Llegada la guerra, el doctor Tusquets tuvo que poner mucha tierra por medio, mucho escondite, porque era uno de los enemigos declarados por la Logia. Desapareció muy pronto. Lo tuve en mis manos, regalado por él. Una amiga chilena que vino a Barcelona a prepararse el doctorado en historia se entusiasmó al verlo y se lo dejé porque le servía para la tesis. Como ocurre a menudo la investigadora desapareció y con él aquella joya bibliofílica. La propaganda antieclesial acusa a ese librito de servir de fuente para muchos juicios y condenas de la posguerra. No estaba en la mente de Tusquets que había de venir una guerra. Pero sí sufría la tenaz persecución de la Iglesia de Barcelona y de Cataluña que dictaban las sedes de ERC, cuya simbología coincide con la masónica, según es palmario y cuyas relaciones son conocidas. Son conocidas por todos menos por nuestros obispos. Ahí tiene usted al abad de Montserrat, al de Poblet, al obispo Vives, a Planellas, a Omella doblándose ante los mandamases separatistas, militantes de ese partido. Desconocen que muchas órdenes de asesinato salieron de las logias, identificadas por Tusquets, Cuando veía al antiguo párroco de María Reina me traía a la memoria, por su físico (alto y obeso) a aquel catedrático de Pedagogía de la Facultad de Filosofía y Letras que me regaló su amistad generosamente.

El artículo se centra, por razones obvias, en la masonería barcelonesa. Pero la mano enguantada y el mandil con el compás se extendía por otras capitales de provincia. Fue el caso de Gerona. Un antiguo seminarista gerundense y escritor de fama, José María Gironella, describe el telón de fondo masónico de la ciudad inmortal en «Los cipreses creen en Dios» durante la República. Muchos prohombres del municipio eran masones, como ciudad eminentemente menestral y masónica fue Figueras, la capital del Alto Ampurdán, patria chica de Monturiol. Su papel decisivo en la aniquilación de la Iglesia y sus ministros es indiscutible.