«Mal que le pese a Roma»

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Una vez más extraordinario el arzobispo Aguer - Infovaticana Blogs

Durísima denuncia de monseñor Aguer.

Y justificadísima:

Seguros en la fe, mal que le pese a Roma.

 

         Es causa de asombro, desconcierto y preocupación de muchísimos fieles la persistencia del máximo exponente del magisterio eclesial en criticar -burlonamente a veces- a quienes están seguros de la identidad de la fe,  y se afirman en ella con alegría; agradecidos a Dios por hallarse enraizados en la gran Tradición de la Iglesia. Estos cristianos son vituperados como rigurosos fariseos. La insólita postura de la Santa Sede contradice la enseñanza de San Juan Pablo II y de Benedicto XVI; que tanto amaron y glorificaron el esplendor de la verdad. El moralismo relativista que actualmente profesa Roma, hunde la realidad de la fe y sus consecuencias éticas y espirituales en el ámbito kantiano de la Razón práctica. Peor aún: los “nuevos paradigmas” propuestos por el pontificado se someten a los dictados de un Nuevo Orden Mundial, manejado por la masonería y financiado por el imperialismo internacional del dinero. Desde hace tiempo se sabe que el Vaticano es una cueva de masones, que se ayudan a trepar a los cargos más influyentes, según los pactos secretos que desde sus orígenes caracterizan a la secta; los cuales han sido repetidas veces denunciados por los pontífices, que alertaron sobre el peligro que la tradicional enemiga de la Santa Iglesia implica para el orden social basado en la ley natural, y para el sostén y desarrollo de la fe en la vida de los pueblos. Soy consciente de la verdad y exactitud de lo que acabo de escribir, por eso no temo que mi libertad sea coartada por medidas que nadie se atreverá a tomar.

         Los errores, y las herejías, pueden procesarse y difundirse ampliamente, ante el silencio cómplice de quienes deberían condenarlos, según fue hecho desde los tiempos apostólicos. El testimonio del Nuevo Testamento es por demás elocuente: “Conviene que haya herejías, para que se manifieste quiénes son fieles” (1 Cor 11, 19: hina kai hoi dokimoi phaneroi genōntai). El sínodo alemán, ante el silencio de Roma, distingue en ese pueblo germánico a los verdaderos creyentes de los atrapados por los errores, que deben hacer sonreír a Martín Lutero (allí donde se encuentre). En la misma carta que citamos, el Apóstol Pablo recuerda a los fieles el Evangelio que les ha predicado, el que ellos recibieron, en el cual estamos firmes (estēkate: 1 Cor 15, 1) por el cual son salvados, si permanecen firmes (ei katechete: 1 Cor 15, 2) porque de lo contrario han creído en vano (ektos ei mē eikē episteusate). Lo fundamental, que Pablo les recuerda, es lo que él les ha entregado. Resulta escandaloso que Roma descalifique la tradición. San Pedro, en su Segunda Carta, hace notar a sus lectores -¡y a nosotros!- que su propósito es asegurarlos, hacerlos más firmes, estērigmenous (2 Pe 1, 12); les advierte contra los maestros mentirosos (pseudodidáskaloi) que se introducen en la Iglesia, como los falsos profetas en el pueblo de Israel; por ellos es blasfemado el camino de la verdad (2 Pe 2, 2). Las epístolas pastorales del Apóstol Pablo describen una situación que se ha verificado periódicamente en la historia de la Iglesia: se precipitan “tiempos peligrosos” (kairoi chalepoi, 2 Tim. 3, 1) por la introducción de errores que debilitan la fe y la seguridad de los fieles, respecto de la tradición en la que se apoyan. Por eso anima a sus discípulos y colaboradores a resistir. Muchas veces he citado el pasaje de 2 Tim. 4, 1 ss: los pastores de la Iglesia deben predicar incansablemente la verdad, deben argüir e increpar (epitimēson: 2 Tim. 4, 2). El problema era, y es, el de los falsos maestros que halagan los oídos que buscan actualidad, procuran reubicarse en un mundo más amplio, de aquellos que se entregan a los mitos abandonando la verdad (apo men tēs alētheias…epi de tous mythous, ib 4, 4). Como los textos asumidos en estas citas se encuentran numerosos pasajes, en los que se expresa todo lo contrario de la orientación del actual pontificado. El contraste aparece en la simple comparación.

         He señalado una causa en el predominio del moralismo, que despoja a la doctrina de la fe del dinamismo que la orienta hacia su dimensión mística. La fe es contemplativa; su aplicación al obrar depende de aquel reposo  fruitivo y seguro en la verdad que es su objeto: es theoría antes que práxis; y la segunda acierta con lo que hay que hacer, en cada circunstancia, porque es iluminada por esta lumbre superior que permite discernir con sabiduría. El moralismo es necesariamente pragmático y relativista. La crítica que dirijo a esta corriente hoy día oficial incluye la observación de que ya no se predica íntegramente la doctrina de la fe. San Juan Pablo II nos ha dejado en el Catecismo de la Iglesia Católica una síntesis actualizada de lo que hoy debemos creer y difundir. En ese corpus que abarca dogma, moral y espiritualidad se halla la identidad del catolicismo, en la cual los cristianos en este “tiempo peligroso” podemos asegurarnos, dirigiendo la mirada de nuestro espíritu al Señor que está con nosotros “todos los días” (pasas tas hēmeras, Mt. 28, 20).

         Parece mentira -pero es una penosa realidad- que, después de más de medio siglo, se cumplan aquellas palabras de Pablo VI: “Por alguna rendija entró el humo de Satanás en la Casa de Dios”. El sedicente “espíritu del Concilio”, contra el cual reaccionó tan sabiamente Jaques Maritain en “El campesino de Garona”, asoma nuevamente, esta vez desde la mismísima Colina vaticana. Los discursos pontificios eluden expresamente las verdades que habría que recordar con claridad, con magnanimidad y paciencia; y se detienen exclusivamente en aquellos “nuevos paradigmas”, que golpean en vano a los verdaderamente fieles, que intentan vivir con fidelidad lo que han recibido. El cristiano es alguien que ha recibido lo que cree y que, merced a los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía, procura ordenar su vida de hombre nuevo según el ejemplo de Cristo.

         No debe extrañarnos que en los programas pastorales que se alientan desde la usina de la sinodalidad, los sacramentos no tengan lugar. Sacramentum traduce el griego mysterion; el moralismo pragmático relativista es incapaz de percibir los misterios de la fe, y tiende espontáneamente a descartar la dimensión sobrenatural de una pastoral de los sacramentos, que asegura el don de la gracia ofrecido a todos: la liberación del pecado y expansión de la vida nueva de participación de la naturaleza divina. Somos participantes de la naturaleza divina, theias koinōnoi physeōs (2 Pe. 1, 4). Lo que constituye la vida de un cristiano es mantenerse en lo que ha recibido, en el “mandato viejo”, que dice San Juan en su Primera Carta, la entolēn palaiàn (1 Jn 2, 7) es decir la recepción de la luz que aleja la tiniebla: hē skotia paragetai (1 Jn 2, 8).

         Un hecho histórico que permite apreciar hasta dónde se extiende el “peligro” de este tiempo oscuro, ha sido el silencio, o quizá el repudio, que ha merecido la presentación respetuosa de dudas sobre el alcance de la innovación semi-disimulada en la Exhortación Amoris laetitia; obra de cuatro eminentes cardenales, Burke, Cafarra, Brandmüller y Meisner. La cuestión de la posibilidad de admitir a los sacramentos a las personas divorciadas que han pasado a una nueva unión, fue un globo de ensayo del moralismo relativista; para el cual ya no hay actos intrínsecamente malos. Es una estafa contra los mismos posibles beneficiarios de esa permisión el propósito de trazar un camino alternativo al que indica la Tradición; equívoco que no puede ser considerado un gesto de misericordia. La justicia -la justificación por la gracia- es la verdadera misericordia. No es algo menor la objetividad con que la praxis eucarística se inscribe en la vida cristiana contra el mero deseo subjetivo de comulgar; en este orden la Tradición católica, con el reconocimiento de la sana teología, es fiel a los orígenes, tal como inequívocamente aparece en el Nuevo Testamento. La seguridad que proporciona el abrazo a la verdad conocida y amada, no implica de ninguna manera desprecio de quienes vacilan o han sido ya ganados por el relativismo; al contrario, expresa la fraterna preocupación para hacerles participar de la alegría que brinda la integridad de la fe, recibida humildemente como un don inmerecido.

         La inquietud que provoca la actual postura del magisterio se agrava al considerar el sistema de promociones al Episcopado, y a la dignidad cardenalicia, por su abundancia y su orientación. En efecto, ¿qué sentido tiene que una diócesis que carece de vocaciones y cuenta con un número insuficiente de sacerdotes para cubrir las necesidades pastorales, disponga de dos obispos auxiliares? Me refiero a lo que ocurre en la Argentina, aunque la misma actitud puede verificarse en otros países. No es un pecado de suspicacia pensar que existe el propósito expreso de reformar la Iglesia, y difundir el criterio moralista y relativista que, como ya he dicho, se ha convertido en una política oficial. Desearía liberarme de tal inquietud y estar equivocado en el juicio que hago de la orientación impuesta desde Roma. Como muchos otros que en el mundo entero comparten esta inquietud mía, sólo puedo reposar en la confianza y el amor de Cristo, Señor y Esposo de la Iglesia; y en la intercesión de la Virgen Santísima, a la que invoco de corazón. No deseo caer en la pretensión de tener la razón en la crítica que no puedo menos que hacer, aunque las declaraciones y los hechos reseñados crévent mes yeux  me producen un dolor amargo, que inducen a pensar y a juzgar. ¡Que el Señor tenga piedad de nosotros, y alivie la duración de este “tiempo peligroso” que vivimos! Insisto en lo que observo al comienzo de esta nota: asombro, desconcierto, preocupación: ¿qué otros sentimientos podría suscitar el extraño fenómeno de apalear a los verdaderos católicos, y acariciar a los herejes? Nuestra sencilla gente de campo diría: “cosa ´e mandinga”; el “humo de Satanás que por una rendija se ha metido en la Casa de Dios”, según confesaba un desengañado Pablo VI.

 + Héctor Aguer

Arzobispo Emérito de La Plata

Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.

Académico de Número de la Academia de Ciencias y Artes de San Isidro.

Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma).

Buenos Aires, martes 3 de mayo de 2022.

Fiesta de los Santos Felipe y Santiago, apóstoles.-

Comentarios
10 comentarios en “«Mal que le pese a Roma»
  1. Me ha llamado la atención la referencia que monseñor Aguer hace a los obispos auxiliares en diócesis con escasez de clero y vocaciones. La imagen que me viene a la cabeza es meter a obispos ideologizados que deben favores a futuro. Como luego hay que colocarlos los movemos de un sitio a otro y siempre son las mismas diócesis las que proveen de obispos. En vez de obispos auxiliares se deberían nombrar más vicarios generales que harían lo mismo que los obispos auxiliares.

  2. ¡El humo! decía Pablo VI ( yo lo de santo no lo veo ni medio claro). ¿Humo? ¡Un incendio destatado con el que ya sólo quedan cuatro columnas sin caer de lo que antes era una espléndida catedral. ¿Responsables? todos estos últimos pontífices que no han tenido valor de coger la podadera y echar fuera de la Iglesia a mucho cardenal, obispo, jesuita o teólogo a sabiendas de que sembraban basura. No tengo claro que estos santos de ocasión tan rápidamente canonizados no respondan por su tibiedad y pasividad ante la bazofia teológica que se ha sembrado entre los sencillos.

  3. A BERGOGLIO se le olvida todo eso que ud menciona y muchísima más Teología (ya la mariana ni la cuento) sencillamente o porque nunca la estudio (siendo de la Teología del pueblo, rama de la liberación, pues poca cosa se estudia y además, mal) o bien porque se le ha olvidado por no aplicarla… Qué se puede afirmar de un Pontífice que nos pone como «TESTIGO DEL EVANGELIO» al mayor hereje Martin Lutero

  4. Gracias, Monseñor Aguer, por hablar claramente y no esquivar los temas que preocupan a todos los catòlicos y decir con su autoridad de obispo catòlico todo lo que los catòlicos de a pie quisièramos oir de nuestros pastores.

  5. Suscribo al 100 % el interesante texto de H. Aguer. Pero prefiero bajar a la arena. Seguro que entre los lectores del Blog hay muchos curas y laicos de a pie, que trabajan en Parroquias normales y corrientes, como la mía; a ellos quiero dirigirme ahora. ¿Qué les parece si yo en las homilías estoy continuamente hablando de un maestro que robaba en el comedor de la Escuela, tanto en las mercancías del almacén como en la cocina? Venga cada día con la cantinela del «No hurtarás», un día tras otro. Aparte de aburrir, acontece algo más grave: La gente comienza a sentir que los pones de ladrones; comienza la desconfianza que dinamita la alteridad y la paz de la parroquia. Si esa obsesión por el robo, se alternase con otros pecados capitales como la pereza, la ira o la envidia… ¡podría colar! ¿Por qué se le olvida a Bergoglio que los pecados capitales son siete…y los mandamientos diez…y las obras de misericordia 14, y que el Sermón de la montaña tiene 3 cap. 5, 6, y 7.? ¿Por qué no repasa en sus homilías el tratado De Trinitate, los artículos del Credo, o el tratado De Gratia de donde proviene toda la teología sacramental de un cristiano? Ponerle un altavoz a los palmeros de turno con la obsesión sobre el sexto,
    (y Meternos a todos en el saco), y silenciar los fundamentos de la teología católica…¡No quiero ponerle adjetivo! Con sinceridad creo que hace mucho tiempo que los teólogos que hacen sus documentos no leen la Carta a los Romanos, donde se encuentra la mejor antropología cristiana. (Y he dicho «teólogos» por tirar la pelota fuera de la arena, ok?). A mi juicio, es esa lejanía de la Lectio Divina la que abre las puertas de par en par a las ideologías y a los productos desvitaminados que nos ofrecen- Conviene recordar al gran teólogo converso Louis Bouyer: «Algunos teólogos de hoy son más sensibles a los focos de las cámaras de televisión que a los focos de la concupiscencia». La afirmación de Bouyer la vuelvo por el reverso: La fobias y filias ya aparecen en los libros de psiquiatría, antes de inventarse la imprenta.

  6. Felicitaciones, Padre. El Pueblo de Dios necesita los profetas que con claridad denuncien el error y pecado y no funcionarios cobardes que siembran relativismo, permisivismo y otros «ismos». Rezo por Ud. Siga valientemente con su misión profética de buen pastor. Ojalá no falte en mi querida Iglesia buenos pastores que nos guíen valientemente hacia la patria eterna. Mis saludos cordiales en Cristo Resucitado y su Madre Santísima

  7. Por mal que le pese a Roma,
    Profesemos Fe Sagrada.
    Sabiendo que somos nada,
    mas que en Ella Dios nos Toma.
    Somos enfermos,tullidos,
    cojos,ciegos y leprosos:
    Por tanto,menesterosos
    de ser del mal Redimidos.
    Mas ,por la Fe, Protestamos
    que Hay Uno sólo que Cura:
    Un Sol en la noche oscura
    en la que todos estamos.
    Un Sol;mas no muchos soles.
    Un Nombre,no una legión.
    Un Dios-Hombre,y su Pasión,
    que nos Limpia en sus Crisoles…
    Y si por decir tal Cosa
    nos tildan de farireos;
    de Pelagio, corifeos;
    y de intolerancia,fosa…,
    digan,clamen,según plazca,
    -con el aplauso del mundo-…
    Sigan su criterio inmundo,
    hasta que el orbe renazca:
    Cuando Él Señor,Victorioso,
    Vuelva a
    Vendimiar su Viña…;
    y el cielo entero se tiña
    de su Gloria,portentoso…;
    veremos cómo se explica
    ese avergonzarse tanto,
    de su Nombre,Grande y Santo,
    en el que Roma se aplica.
    Pues Dios Es Dios.Y no hay otro.
    Y Es Celoso;pues lo Dice…
    ¡Ay de aquél que apostatice!
    ¡No permita que nosotros!

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