Cuando tantas veces los obispos nos defraudan por su inexistencia, e incluso en algunas ocasiones con su colaboración con el enemigo, es muy grato constatar que el de Segorbe-Castellón, buen obispo donde los haya, ha rehuido esa desairada postura episcopal, tan impropia como frecuente, de poner el tafanario en pompa.
Protestó del atentado contra la Cruz y, ante la consumación de los hechos, la reclamó para un espacio de la diócesis. Desarbolando la intención iconoclasta.
Si, como es de desear, el obispo consigue su propósito, la odiada Cruz seguirá levantada y los de la tan sectaria memoria solo habrán conseguido incrementar los gastos de Ayuntamiento y que el objeto de sus odios siga amargándoles con su visión todos sus días.
Creo que en esta ocasión se impone en la entrada una fotografía más:
Ahora si Señor Cigoña.
Un prelado magnífico, que debió ser ascendido hace años a un arzobispado, como Burgos (y no se movería a Iceta de donde debía estar).
La mayoría de la izquierda, se caracteriza por su cobardia y torpeza: tiros en la nuca y salir corriendo y derribo de cruces e incendio de templos y ¿de bosques y campos? Pero no «se le pueden pedir peras al olmo».