Gran artículo del arzobispo Aguer

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La fornicación", la carta de lectores del arzobispo Héctor Aguer - Infobae

La abolición del Misterio

 en el ‘liderazgo global’ de Francisco.

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        El concepto de misterio tiene un valor diverso en la literatura y en la Teología. En el mundo de las letras significa algo oculto (“misterioso”), que debe develarse en algún momento; por lo menos al final de la trama. En cambio, en Teología Mystérion designa a Dios y a las cosas divinas: el Misterio de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre; su encarnación y sus misterios: su vida, Pasión, Muerte y Resurrección. Son realidades sobrenaturales, que exceden la luz de la razón, y solo pueden ser conocidas si Dios las revela. La Iglesia, en cuanto Cuerpo Místico de Cristo, es un Misterio.

        La finalidad principal de la Iglesia, su existencia, se cumple cuando y porque habla de Dios y encamina a los hombres hacia el Cielo. Desde esta perspectiva se refiere a todo lo que puede abarcar la ciencia humana y a los acontecimientos de la historia. En el centro del misterio de la Iglesia está el Misterio, Sacramentum de la Santísima Eucaristía; que comprende el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, según el mandato del mismo Señor: “Hagan esto en memoria mía”.

        La Iglesia se ocupa de los asuntos seculares, pero la atención del mundo, muchas veces, no toma en cuenta el Misterio. Se ubica mejor en este mundo, en la medida en que se mundaniza y, de hecho, consiente en la abolición del Misterio. Puede llegar a desempeñar una especie de “liderazgo global”; no Ella, en realidad, sino el Vaticano, o el pontífice de turno. Así se dice ahora del Papa Francisco. ¿Ayuda, acaso, al Misterio que el Pontífice aparezca en la basílica de San Pedro, sin su sotana blanca, en camiseta y cubierto con un poncho? ¿Él tomó la decisión de hacerlo así? ¿La tomaron por él?

La Iglesia comprende comunidades dispersas por el mundo entero, en las que los fieles adoran y contemplan los misterios divinos. En su historia, muchas veces ha sido perseguida, y la sangre de los mártires ha sido, y es, “semilla de nuevos cristianos”. Pero hay persecuciones no precisamente sangrientas, pero que ponen a prueba la fe y la paciencia de los cristianos. En una cultura descristianizada la Iglesia es un faro de luz, y la vida de los fieles tiende a extenderse creando una nueva cultura cristiana. En esa perspectiva de futuro reluce, especialmente, el valor de la esperanza, que no es la expectativa de que las cosas mejoren, sino la confianza en la fuerza de Dios, que crece en la medida en que se intensifica la oración.

        La paz ha sido siempre una aspiración eclesial, desde que el Señor dijo: “Les dejo la paz, les doy mi paz; no como la da el mundo se la doy” (Jn 14, 27). Es verdad, también que, en su larga historia, alguna vez la Iglesia no fue del todo fiel a esa consigna. Pero en una cultura cristiana reluce esplendoroso el don de la paz. El gran Papa Pío XI tuvo como lema de sus propósitos, “la paz de Cristo en el Reino de Cristo”. El Papa Ratti fue el autor de la encíclica Quas primas –de la que se cumplen cien años, en este 2025-, en la que proclamó la Realeza de Jesús.

        Ahora, más bien, en el “liderazgo global” de Francisco, pareciera que se procura “la paz del mundo, en el Reino del Mundo”. Se habla mucho del hombre y sus derechos, que serían rectamente salvaguardados si se ubican en la primacía de Dios, Creador y Redentor. El discurso sobre Dios se ha destacado siempre en la Tradición eclesial.

Héctor Aguer

Arzobispo Emérito de La Plata.

 

Buenos Aires, sábado 12 de abril de 2025. –

 

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