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La doctrina de la Iglesia y la doctrina del Papa

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No pocas personas me quieren convencer de que, por fin, ha llegado un Papa que comprende al mundo actual y que va a modificar la doctrina de la Iglesia para adaptarla a las nuevas corrientes. Va a permitir el aborto y los matrimonios homosexuales, a aceptar a todos los sacramentos a los divorciados y vueltos a casar, a permitir el matrimonio de los sacerdotes, a aceptar las diferentes nuevas modalidades de la fecundación, a admitir a las mujeres al sacerdocio. ¡Ya era hora! me dicen Y lo curioso es que lo piensan así, muchas de ellas, de completa buena fe y llenas de la mejor voluntad.

Resulta que los Papas anteriores han estado equivocados, anclados en conceptos ya muy anticuados de la moral cristiana. Prisioneros de una Curia corrupta y de una teología caduca, no han sabido ver que si la Iglesia quiere sobrevivir a los nuevos tiempos es necesario que se adapte a ellos.

Cristo no les pidió a sus apóstoles, a la Iglesia naciente, que se acomodara ni al paganismo del Imperio ni a la sustitución del espíritu por la letra de la ley que se había hecho costumbre habitual del judaísmo. Todo lo contrario, les animó a la propagación de una doctrina que conectaba con el pasado, con Abrahám y Moisés, con el tiempo de la fe sin concesiones; una doctrina que fue escándalo para judíos y gentiles; y fue la Iglesia la que le dio la vuelta al mundo pagano, y no al revés.

Pero ahora se trata de olvidarse de Cristo y de cambiar el sentido de la moral, para acomodarla al nuevo paganismo. Una Iglesia moderna, en la que los vicios, y los errores de la hora presente tengan misericordiosa cabida. Olvidando que a la Iglesia le toca mantener la integridad de la doctrina, y a Dios ejercer la misericordia y el perdón, siempre según Su juicio -que no es tarea nuestra ni analizar ni tratar de explicar-. Porque -así lo ha dicho el Papa- él es un pecador en el que se ha detenido la mirada del Señor; y a él y a nosotros, pecadores también, nos llegará la comprensión de Dios para nuestras debilidades, no la acomodación a las mismas de Sus enseñanzas.

Entonces, ¿qué va a hacer el Papa? Por supuesto, hablar un lenguaje que podamos entender. Juan XXIII convocó un Concilio precisamente para aplicar la inmutable doctrina evangélica a los nuevos tiempos -no para modificarla a fin de reacomodarla-; Pablo VI lo celebró y promulgó los luminosos documentos en que se contiene la misma doctrina de siempre, entendida y expuesta con el lenguaje de hoy y para la cultura de hoy; Juan Pablo II realizó una intensa y universal catequesis para hacer llegar a todos aquella doctrina; Benedicto XVI consolidó teológicamente los puntos fundamentales de aquella enseñanza. Cada uno según el normal desarrollo del ciclo magisterial de la Iglesia y cada uno según sus personales cualidades, tenidas en cuenta por Dios al llamarles al pontificado. Y ahora va a venir Francisco a deshacer todo lo hecho y a descubrir que estaban todos más o menos equivocados. En buena hora.

Este Papa ha dicho una cosa muy clara: la Iglesia es un hospital de campaña. Estamos en guerra con el mal que invade tan a fondo a la sociedad, y a nuestro alrededor se multiplican los heridos. La Iglesia ha de salir a atenderles; la primera necesidad no es medirles el colesterol o los triglicéridos, sino curar sus llagas, restañar la sangre, soldar sus huesos, devolverles a la vida. El Papa sabe, y afirma, que el aborto, y las prácticas homosexuales, y el matrimonio civil de quienes rompen su matrimonio religioso, etc., etc., etc., son hechos contrarios a la moral católica. Son pecados que generan situaciones amorales imposibles de defender. Pero llama a la Iglesia a salir al campo de batalla, a llamar a los disidentes, a recoger a los heridos, a tratarles con infinita caridad. Si un día merecen o no una condena, Dios será quien lo sepa; de nuestra parte necesitan acogida, cercanía, comprensión, hasta llevarles, por los caminos que en cada caso resulten posibles, a la comunión eclesial de la que se apartaron o en la que nunca participaron. Sin olvidarnos de que nosotros, también el Papa, somos asimismo pecadores y estamos igualmente necesitados de la Iglesia y de la bondad del Señor.

Y luego están los otros puntos que a tantos sorprenden. El Papa no ha hablado del sacerdocio de la mujer, sino de la participación de la mujer en la labor de gobierno de la Iglesia. Lo único que distingue al sacerdote es que sólo él puede administrar determinados sacramentos. Pero la labor asistencial claro que la pueden ejercer las mujeres, y no digamos la de gobierno. ¿Por qué no podría una mujer tener a su cargo la dirección, en la Santa Sede, de la Enseñanza, o de las  Misiones,  o de la Vida Consagrada, ocupando la Prefectura de las correspondientes Congregaciones? ¿Por qué no podrían ser electoras del Papa? ¿O jueces en los tribunales eclesiásticos? Pueden y lo serán, y yo pienso que no tardaremos en verlo. ¿Hasta ahora no? Bien, durante siglos y siglos el papel de la mujer en la sociedad ha sido otro, y sólo en fechas recientes las hay Presidentas de Repúblicas, Ministras o Magistradas…; y ahí sí que la Iglesia aceptará los modos sociales de los nuevos tiempos.

¿Y qué decir del diálogo con otras Confesiones religiosas? Que en un mundo paganizado en que son imprescindibles los valores religiosos, este diálogo se intensificará por ambas partes hasta cuanto sea posible, para encontrarse todas en el terreno común de la paz, la justicia, la asistencia, la igualdad, y la defensa de la libertad y la dignidad del ser humano.

Queda mucho por lograr todavía en estos terrenos; ahí sí que pondrá el Papa todo su empeño, y en ello tenemos que acompañarle, no en pedirle que cambie la doctrina y modifique la Verdad.

Comentarios
0 comentarios en “La doctrina de la Iglesia y la doctrina del Papa
  1. Vd. Sr. de la Hera, Don Alberto, sabe muy bien lo que dice y sabe muy bien que SS el Papa Francisco no anda por caminos descarriados ni pretende cambiar nada sino explicar el Evangelio, en clave de urgencia para el hombre del siglo XXI. Es una verdadera lástima que hay quienes aprendieron el Catecismo de niños, y allí se quedaron, y ahora claman sin justicia contra un Hombre al que no comprenden porque no han hecho adulta su fe. Y Ud. lo dice todo a la perfección, pero como en su intervención no hay dimes ni diretes pues no entran; creo que, en primero lugar porque no la entienden y, en segundo lugar porque les gustó aquello de «si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos» Así, literalmente. Y es una pena.

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