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SAN PABLO NO GUSTA A LOS PROGRES

Hoy la progresía post-conciliar nos hablará mucho de San Pedro. Creen ellos, en su absoluta ignorancia, que les hace más favor a sus pretendidas causas. Sin embargo no hablarán mucho de San Pablo. El de Tarso no es muy querido por esta tropa. En su fuero interno no le perdonan su carácter, su defensa férrea de la verdadera doctrina, y su "rigidez". Su "avinagramiento", cual pepinillo. 
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Vicente Montesinos

29 de junio, San Pedro y San Pablo. 

 

 

 

 

Hoy celebramos la gran fiesta de San Pedro y San Pablo. Día grande. Y como tal, sometido también al análisis de los estultos.

Hoy la progresía post-conciliar nos hablará mucho de San Pedro. Creen ellos, en su absoluta ignorancia, que les hace más favor a sus pretendidas causas. Sin embargo no hablarán mucho de San Pablo. El de Tarso no es muy querido por esta tropa. En su fuero interno no le perdonan su carácter, su defensa férrea de la verdadera doctrina, y su «rigidez». Su «avinagramiento», cual pepinillo. 

Es por tanto que mientras algunos seguimos esperando a un nuevo «San Pablo», los eclesiásticos progres se sienten molestos por el modelo episcopal que San Pablo presenta. Un modelo no muy favorecedor de los falsos «discernimientos» y «acompañamientos». Un modelo contrario a la cobardía episcopal, tan al uso; y al ecumenismo de corta y pega. 

Manda narices que en mi ya dilatada experiencia eclesial haya oido tan pocas veces hablar profundamente y con la admiración que merece del gran Pablo. Y especialmente manda narices que lo que más haya escuchado de él, en otro alarde de desconocimiento absoluto de lo que Saulo de Tarso significó; sea su frasecita en 1 Tim. 3,2; cuando decía aquello de «los obispos sean casados una sola vez«. Eso sí que les gusta; creyendo en su estulticia que esa frase legitima su ansiado fin del celibato. Quién tiene hambre sueña rollos. Y es que esto es lo que pasa cuando el nivel teológico y doctrinal no da para más. 

No continúan nuestros amiguitos sin embargo leyendo en la misma carta la consigna de San Pablo de que  los obispos gocen de buena fama, para que no caigan en el descrédito ni en las redes del diablo. Eso no conviene. 

Por supuesto, ni mencionar el episodio recogido en Gálatas en el que San Pablo reconviene públicamente a San Pedro, el cual, como buen Papa, acepta humildemente la corrección. Quien les iba a decir que 2000 años después íbamos a estar tan atrasados en este asunto; especialmente a ellos, que sólo quieren «abrir puertas», «avanzar hacia los cambios», «armar lío» y «romper fronteras» (y doctrinas). Venga, vamos a recordárselo, que seguramente desde el Seminario no lo habrán vuelto a leer: «[…] Viendo que a mí me había sido encomendado el evangelizar a los incircuncisos, así como a Pedro la evangelización de los circuncisos –pues el que dio fuerza a Pedro para el apostolado de los circuncisos me la dio también a mí para el apostolado de los gentiles–, y reconociendo la gracia que me fue dada, Santiago, Cefas y Juan, que eran reputados como columnas, dieron a mí y a Bernabé la mano en señal de comunión, para que Más cuando Cefas (nombre arameo con el que era conocido San Pedro) vino a Antioquía, le resistí cara a cara, por ser digno de reprensión. Pues él, antes que viniesen ciertos hombres de parte de Santiago, comía con los gentiles; mas cuando llegaron aquellos se retraía y se apartaba, por temor a los que eran de la circuncisión. Y los otros judíos incurrieron con él en la misma hipocresía, tanto que hasta Bernabé se dejó arrastrar por la simulación de ellos. Mas cuando yo vi que no andaban rectamente, conforme a la verdad del Evangelio, dije a Cefas en presencia de todos: “Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como los judíos, ¿cómo obligas a los gentiles a judaizar?”» (Gal 2, 7-14).

Y mucho menos aquella frase de Pablo, también en Gálatas, que recoge la centralidad de la defensa de las Sagradas Escrituras, la sana doctrina, el magisterio bimilenario y la tradición, y que todo sucesor de los apóstoles debiera llevar grabada a fuego; en vez de empeñarse en contradecir sin piedad. Venga. La recordamos. Estamos de rebajas, que hoy es fiesta grande:  Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema. Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo.

¡Qué grandeza! ¡Que claridad! ¡Qué valentía! Y que necesario es hoy que Obispos, sacerdotes, consagrados y laicos, vuelvan a la senda de esa defensa del dogma, tan amenazado, si no vapuleado, cada día que pasa. 

San Pablo es demasiado para los eclesiásticos progre-modernistas. Por eso hoy necesitamos tantos «San Pablo», y tenemos tan pocos. Hace falta santidad. Energía. Desapego al mundo. Renuncia a hacer carrera. Ausencia de miedo a perder los privilegios eclesiástico-mundanos o las perspectivas de futuro que cada uno ambiciona en su corazón. Tenemos muy pocos. Y además están silenciados. O mandados a callar. 

Cuanto nos enseña el incidente de Antioquía anteriormente expuesto. San Pedro se dedicaba a disimular ante los judíos para que éstos no se enfadaran por las exigencias del cristianismo naciente. Vamos, que ya entonces el Vicario de Cristo «tendía puentes», y «discernía caso a caso». Y en el concilio de Jerusalén ya se estuvo a punto de redactar un capítulo 8 de Amoris Laetitia. Pero Pablo lo impidió. Le cantó las cuarenta al Papa, y aquí paz, y después gloria. 

¿Hubo problema? Ninguno. Porque Pedro era humilde. Pero de verdad, no de postureo. Aceptó la reprimenda, teniendo claro que la Iglesia no era su cortijo, sino que sobre él se edificaba la misma, en una misión que consistía en guardar el depósito de la fe (no en desbaratarlo) Y si para ello tenía que recular, pues reculaba. 

Y menos mal que San Pedro aceptó con humildad. Porque aquello salvó a la Iglesia. Y ahí lo tuvimos: un Vicario de Cristo en su lugar, y un Obispo en su lugar. «Le resistí en la cara», dice San Pablo. Y punto. Sin dobleces. Sin circunloquios. Sin medias vueltas. 

No. San Pablo no les gusta. En otra ocasión le dijo a Tito (1, 9) como característica necesaria de todo Obispo: ser capaz de ajustarse a la enseñanza recibida, para que sea capaz de exhortar con la sana doctrina y corregir a los adversarios. Y el propio Jesucristo tuvo que decirle a San Pedro en otra ocasión: Tú me escandalizas, porque piensas como los hombres, no como Dios. No. Todo esto no puede gustarles.

Ahora, que parece que todo ha cambiado, aunque no lo queramos ver, y que lo bueno es pensar como los hombres, aunque sea profanando la Eucaristía o lo que se ponga por delante, San Pablo va quedando cada vez más relegado.

Pero no en el corazón de Cristo, desde luego. Ni en el de los católicos fieles. Que saben cual fue su papel. Que saben cuan necesario es hoy su ejemplo. Que confían en que, por que no, pronto otro San Pablo abra la boca. Y quizá, así, una vez más, y como siempre, por gracia de Dios, la Iglesia sea salvada.

AMDG. 

 

 

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