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Ante la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo.

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Vicente Montesinos

 

 

 

 

 

Ha llegado el momento de celebrar la gran fiesta de Cristo Rey; y con ella poner fin al año litúrgico. No viene mal en este momento, pues, recordar aquellas palabras de San Juan Pablo II en las que definía a esta solemnidad como «una síntesis del todo el misterio salvífico».

La solemnidad de Cristo Rey fue instituida por Su Santidad el Papa Pío XI. Él quiso regalar a la Iglesia la idea inmutable de que Jesucristo es el único soberano; ante aquella sociedad de entreguerras que parecía haber elegido vivir de espaldas a Dios.

¿Cuanta más falta no nos hace pues hoy, en este ya avanzando siglo XXI, volver nuestros ojos a Cristo e hincar la rodilla ante el Soberano, único, inabarcable y total, y a la vez hombre por nuestra redención? ¿Cuanto no habremos retrocedido en un siglo en piedad, devoción, entrega y respeto a los valores que Cristo nos muestra como los que llevan al Padre?

 

¿Cuanta más falta no nos hace pues hoy, en este ya avanzando siglo XXI, volver nuestros ojos a Cristo e hincar la rodilla ante el Soberano, único, inabarcable y total, y a la vez hombre por nuestra redención? ¿Cuanto no habremos retrocedido en un siglo en piedad, devoción, entrega y respeto a los valores que Cristo nos muestra como los que llevan al Padre?

 

Su Santidad Pío XI quiso subrayar la condición de Rey Supremo del orbe de Nuestro Señor Jesucristo. Con ello regaló además una preciosa devoción a la grey católica. Pero no se sacó de la manga esa condición soberana. Es el propio Jesús el que se define como Rey y se tiene por tal. «Yo soy Rey. Tú lo dices» – contestará a Pilato. No dejó de predicar además el Reino de Dios.  Y lo que es más grande, nos dejó claramente con su vida, testimonio, muerte y resurrección un reinado que va mucho más allá del mundo; ya que quiso configurarse como soberano total para cada uno de nosotros, en nuestra relación íntima y personal con Él, a través de la Iglesia Católica, la única, la fundada por Él mismo sobre la espalda de Pedro; y por la que se va a la salvación.

¡Que fiesta más bella y más grande! Me viene ahora a la cabeza como el Jueves Santo Jesús diferencia los dos reinos afirmando: “Los reyes de la tierra dominan sobre las personas”; mientras Él estaba en medio de los apóstoles, sirviendoles, a la vez que gobernaba sus corazones por la fuerza del amor. Bien podemos decir que en nuestra religión “servir es reinar”.

¡Cristo Rey! ¡Es nuestro Rey porque nos ama de manera total! ¡Es el único Rey por el que vale la pena darlo todo! ¡Es el único rey al que sus siervos deben servir imitándole en el servicio! ¡Es el Rey del mundo, de las almas, de los corazones, de las vidas!

Sin olvidar que, como absoluto, a la vez que humilde y misericordioso soberano; un día nos juzgará. ¡Que Rey tan bueno, que nos deja además ganar con nuestros méritos la vida eterna! Vida eterna que también podemos perder, no por su juicio sino por nuestra obstinación; ya que Dios no nos condena… Nos condenamos nosotros… Cuidado con la afirmación tan extendida en nuestros días de que «todos vamos al cielo». ¿Dónde está dicho? A nuestro Rey se le sigue por su palabra, las Sagradas Escrituras, el Magisterio de su Iglesia bimilenaria y la tradición… No queramos ahora cambiar nosotros, en aras de un buenismo malentendido y de la tan peligrosa corrección política, las normas de Nuestro Rey: claras, poderosas, eternas, inmutables….

¡Cristo Rey! A las puertas de esta tu solemnidad, te pedimos… ¡Venga tu Reino! ¡Hagamos el bien, y extendamos el Reino de Dios! Hagamos el bien entre nosotros, en la casa, en la familia…. ¡Venga tu Reino! ¡El de justicia, el de paz, el de amor! Pero también el de Verdad. Siempre Verdad.

 

¡Cristo Rey! A las puertas de esta tu solemnidad, te pedimos… ¡Venga tu Reino! ¡Hagamos el bien, y extendamos el Reino de Dios! Hagamos el bien entre nosotros, en la casa, en la familia…. ¡Venga tu Reino! ¡El de justicia, el de paz, el de amor! Pero también el de Verdad. Siempre Verdad. 

 

¡Que Cristo reine en nuestra personas, y por nosotros, y nuestro amor, junto a su Gracia, el Reino se irá extendiendo!

Ad Maiorem Dei gloriam!

Comentarios
9 comentarios en “Ante la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo.
  1. Así es Echenique… Los católicos nos hemos dejado comer el pan del morral. Se nos pedirá cuenta…. Muy bien explicado…

    Y las victorias vienen de fuera… Evidentemente somos territorio de misión… Pero de los duros…

  2. Me hace gracia cuando nos acusan a los católicos de que queremos imponer nuestras convicciones, plasmadas en la doctrina social de la Iglesia. Yo les respondo que por supuesto que sí, como vosotros queréis imponer las vuestras. Resulta que los liberales, los marxistas, los genderistas, los abortistas, los divorcistas, los del cannabis, los del sexo fluido, los del control de la población, etc etc, pueden imponernos sus convicciones vía legislativa y nosotros no. La gran diferencia además es que la doctrina social de la Iglesia, elaborada a partir del evangelio, hace bien a la persona, la familia y la sociedad, mientras que las otras, en general, hacen mucho daño. Hoy día el bien tiene que pedir permiso, mientras que el mal tiene plena carta de naturaleza. Los católicos nos hemos dejado comer el pan del morral. Se nos pedirá cuenta.

  3. La fiesta de Cristo Rey fue establecida el último domingo de Octubre por el Papa Pío XI, en su brillante Encíclica “Quas Primas”, redactada principalmente para condenar y contrarrestar el creciente y nefasto laicismo del mundo moderno. La fecha no era baladí: Cristo Rey, celebrado el último domingo de octubre, antecede a la festividad de todos los santos el 1º de noviembre, la cual a su vez antecede a la festividad de los fieles difuntos el 2º de noviembre: Cristo Rey, Iglesia triunfante, e Iglesia purgante.

    Sin embargo, tras el Concilio Vaticano II, se cambió la fecha de esta importante fiesta, trasladándola al último domingo del año litúrgico. Con ello, se muestra que el Reinado de Nuestro Señor no debería producirse sino al final de los tiempos. De esta forma, aceptan que, hasta que ese momento llegue, el católico debe conformarse y aceptar la «sana laicidad» de los Estados, alejados pues de Dios y de su Decálogo, defendiendo así la separación Iglesia-Estado, proposición condenada repetidamente por el magisterio infalible de la Santa Madre Iglesia. Así pues, se impide que Nuestro Señor reine en la sociedad y en las Constituciones, ocultándolo de la vida pública y condenándolo al más absoluto ostracismo.

    Como sucede en tantas fiestas católicas, en las últimas décadas ha modificado la esencia de las festividades, manteniendo en el mejor de los casos su apariencia externa. Ahora, la fiesta de Cristo Rey ya no es una llamada a combatir el nefasto laicismo del mundo moderno como fue la voluntad del Papa Pío XI al establecer la festividad. Ya no se recuerda que Cristo es Rey por derecho propio (como Creador) y también por legitimidad (como Redentor); que todo está hecho por Él y para Él. Que Cristo debe reinar no sólo en las personas, sino también en las familias, en las sociedades, y… huelga recordarlo, también en la Iglesia. Pues, al igual que el fin último del hombre es procurar su salvación y ganar así la felicidad eterna del Cielo, el fin último del Estado es poner los medios para que sus habitantes puedan ejercer la virtud y alcanzar así la Salvación de sus almas. Por ello, no puede existir Estado ni Constitución sin Dios. Por ello los Estados deben legislar con la Ley de Dios y los Soberanos, los Reyes, hacer cumplir su Ley. En definitiva, el Reinado de Cristo no es de este mundo, pero sí que está en este mundo y opera en él. O debería operar, si no fuera por la triple apostasía que estamos sufriendo en la actualidad: apostasía de las personas, apostasía de las sociedades, y apostasía de la jerarquía de la Iglesia.

    Y a pesar de la apostasía actual, el Reinado de Cristo sigue vigente. Recordemos en qué circunstancias Nuestro Señor le revela a Pilatos su Reino: Nuestro Señor se muestra como Rey ante Pilatos con su cuerpo desfigurado por la flagelación y con su cabeza coronada con un corona de espinas. La Realeza del Mesías se muestra en su momento de mayor debilidad humana, en su momento de mayor humillación ante los Hombres. Si bien es cierto que, tal como le dice a Pilatos, «su Reino no es de este mundo». Y esto no quiere decir que su Reino no deba aplicarse en este mundo sino que su Reino no es como los de este mundo. Los Reinos terrenales se imponen por la guerra y sólo pueden gobernar exteriormente, legislando e imponiendo sanciones en caso de desacatado. Pero en ningún caso pueden gobernar o cambiar el alma de sus súbditos. En cambio, el Reino de Nuestro Señor busca convertir los corazones a Dios para que le sirvan e instauren su Voluntad en este mundo. Y es que Nuestro Señor, como Hombre, también es Rey en cuanto a que Él mismo es Dios (la Segunda Persona de la Santísima Trinidad) y su naturaleza humana es indisociable de su naturaleza divina por esa unión hipostática entre ambas naturalezas que confluyen en una misma persona. Y es Rey por derecho de conquista, pues Él murió por nosotros y con su Preciosísima Sangre conquistó a la Humanidad entera ganándole para sí la Redención (la Redención objetiva). A cada uno de nosotros nos queda ahora entregarnos por completo a su Divina Providencia y cumplir su voluntad para así poder, en el día de nuestra muerte, ser del grupo de los escogidos para la Gloria eterna (Redención subjetiva). «Muchos son los llamados pero pocos los escogidos», Mateo 22:14.

    ¡VIVA CRISTO REY!

  4. Ahora y siempre… Rey eterno….

    Así es Echenique…. Quien ponga a un hombre por encima de Dios, arderá en el infierno… No quisiera ser yo..

    Cristo, y sólo Cristo…

    Gloria a Dios!

  5. Maravilloso artículo. ¿ Pero ya le dejamos que sea nuestro rey ? Los papólatras actuales, antipapistas anteriormente, están poniendo al papa por encima de Jesucristo, con el beneplácito de quien censura y recorta los pasajes evangélicos que echan por tierra la misericorditis sin infierno y de cielo para todos, aunque se muera en pecado mortal. Si esto fuera así no sería Jesucristo quien reinara sino cada hombre con exigencias de un cielo que no se lo ha ganado.

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