El arzobispo emérito Cornelius Fontem Esua, una de las voces más respetadas de la Iglesia en Camerún, ha ofrecido un análisis profundo sobre el papel creciente del catolicismo en África, la raíz del conflicto anglófono y los desafíos que afrontan los fieles en medio de la violencia. En una entrevista con National Catholic Register, el prelado defendió con firmeza que “no se puede lograr nada bueno mediante el mal”, recordando su propio secuestro en 2019 y los años de sufrimiento que vive su región.
Una Iglesia africana que deja de ser “tierra de misión”
Con más de 30 millones de habitantes —y un 38% de católicos— Camerún ha pasado en pocas décadas de estar guiado por misioneros europeos a estar dirigido casi íntegramente por clero local. Esua, ordenado en 1971 como primer sacerdote católico de la tribu Mbo, ha sido testigo directo del cambio.
Recordó que la transición no fue casual, sino fruto de una política eclesial, especialmente tras el Concilio Vaticano II. Citó al obispo holandés Jules Peeters, que en 1962 anunció que dejaría el cargo en diez años para dar paso al clero autóctono: “Muchos misioneros entendieron perfectamente que debían entregar la Iglesia a los locales”.
Cuando Esua llegó como obispo a Kumbo en 1982, la diócesis tenía solo dos sacerdotes diocesanos frente a 23 misioneros. Dos décadas más tarde, casi todos los sacerdotes eran cameruneses.
De Pablo VI a Francisco: la mirada de Roma hacia África
El arzobispo evocó la histórica visita de Pablo VI a Uganda en 1969, donde el Papa proclamó: “Vosotros, africanos, sois misioneros para vosotros mismos”. Aquella afirmación, según Esua, marcó un antes y un después: África dejó de ser vista únicamente como receptora y comenzó a asumir su papel como Iglesia madura.
Con Juan Pablo II —que visitó Camerún dos veces—, el país se convirtió en referencia africana. Benedicto XVI continuó esa atención pastoral. La relación con Francisco ha sido distinta: el Papa recibe a los obispos “por provincias eclesiásticas” y les habla con franqueza, aunque les pide “no citarlo”.
Una crisis que nace del choque entre dos sistemas
El llamado conflicto anglófono estalló en 2016, pero sus raíces —según explica Esua— se remontan a la doble herencia colonial: el sistema británico basado en autoridades tradicionales y common law, frente al modelo francés, centralizado y de carácter napoleónico.
Hasta 1972 los dos territorios mantenían autonomía. Después comenzó un proceso de asimilación forzosa del sistema francófono, que excluyó progresivamente el derecho, la educación y la administración anglófona.
La situación estalló cuando el gobierno envió jueces y maestros francófonos a las zonas anglófonas. Las huelgas iniciaron el conflicto y la respuesta militar lo agravó. La Iglesia trató de mediar, pero los ataques posteriores a los líderes de las protestas frustraron cualquier avance.
“Yo no apoyo el separatismo. Creo que la solución es el federalismo”, afirmó el arzobispo.
“No se puede lograr nada bueno con el mal”: su secuestro en 2019
En 2019, Esua fue secuestrado por combatientes separatistas que controlaban carreteras y retenían vehículos. El prelado relató que pasó la noche en un campamento tras ordenar retirar barreras ilegales.
A sus captores les advirtió con claridad:
“Estáis haciendo sufrir a la gente. No podemos conseguir nada bueno con el mal.”
Les pidió permitir la reapertura de escuelas y recordó que la población civil es siempre la primera víctima de la espiral de violencia.
Islam, diálogo y convivencia
El arzobispo explicó que, salvo la actividad de Boko Haram en el norte, la convivencia con la comunidad musulmana en Camerún es histórica y pacífica. Familias mixtas y colaboración cotidiana definen ese “diálogo de la vida” que, según Esua, debe ser la base de la relación entre religiones.
El reto inmediato: autosuficiencia y misión
Con la drástica caída del apoyo económico desde Europa, Esua señala que la Iglesia africana debe aprender a sostenerse: microfinanzas diocesanas, cooperación entre parroquias fuertes y débiles, y formación del laicado.
Hoy Camerún envía sacerdotes misioneros a Europa y Estados Unidos. Para el arzobispo, esto no es solo “pagar una deuda” con quienes evangelizaron África, sino participar activamente en el plan de Dios: “La Iglesia es la esperanza del pueblo, especialmente de los pobres”.
