El combate por la preservación de la tradición católica: Sor Wilhelmina Lancaster

El combate por la preservación de la tradición católica: Sor Wilhelmina Lancaster

Una católica (ex)perpleja

Hace unos días, tuve ocasión de escuchar una conferencia sobre patrística muy interesante. Se veía que el sacerdote que la pronunció amaba a la Iglesia y la parecía maravilloso cómo los Padres en los primeros siglos fueron comprendiendo las verdades que Cristo les había prometido que comprenderían con la ayuda del Espíritu Santo.

Llegado el turno de las preguntas, sin embargo, se planteó la ruptura y contradicciones “que afirman algunos” que existe entre el Concilio Vaticano II y toda la Iglesia anterior. El sacerdote ponente afirmó que era imposible que la Iglesia se contradijera; que Nicea y el Vaticano II eran lo mismo; la misma Iglesia. Es el mismo ejercicio de malabarismo que realizó Benedicto XVI para asegurar la hermenéutica de la continuidad en la que nadie ya cree prácticamente: que la continuidad se da en el sujeto Iglesia, como afirma el P. Gabriel Calvo Zarraute, haciendo la vista gorda a la inmensidad de transformaciones y contradicciones en el “contenido”. De hecho, Pablo VI fue aún más lejos al decir a Mons. Marcel Lefebvre que el Vaticano II era “más que Nicea”. Y es lo que parece hoy, porque rara vez se ven citas en documentos magisteriales anteriores al Concilio Vaticano II.

Tras el Concilio, la jerarquía de la Iglesia lanzó una inmensa campaña propagandística desde los púlpitos y los documentos, argumentando que todo estaba cambiando, que era necesario adaptarse a los tiempos y al hombre actual, y que todo eso era bueno. Que lo anterior ya no era posible, ni viable ni deseable: que la rigidez de la Iglesia “tradicional” hacía imposible una comunicación con “el hombre de hoy”. Y que una nueva “primavera” y una nueva era se abrían tras el Concilio Vaticano II.

La campaña propagandística incluyó silenciar y minimizar los dolorosos lamentos y resistencia de tantos fieles, sacerdotes, religiosos y laicos que veían en las innovaciones una nueva iglesia, sin correspondencia con la doctrina, la moral y la liturgia anterior. A quienes nacimos en un momento de consolidación del Espíritu del Concilio, lo que se nos hizo entender es que “había habido un cambio” en algún momento reciente, como si no hubiera sido traumático, y que ahora todo era mejor, había una primavera eclesial, con guitarras, que crearía un fructífero diálogo entre la Iglesia y el mundo y volvería a hacer relevante a la Iglesia en la sociedad.

Resulta sin embargo chocante descubrir los casos concretos en que la historia no sucedió precisamente así. Los casos dolorosos, como decía, y de resistencia por salvaguardar y transmitir intacto el depósito de la fe y la liturgia de siempre, cuyo caso más conocido es Monseñor Marcel Lefebvre, pero que no fue ni mucho menos el único. Si se leen los documentos de los años 1960, en que se describen en tiempo real los cambios vertiginosos que estaban sucediendo, el caos absoluto, la sensación de ruptura, de tabula rasa, uno queda con el corazón encogido. Por eso, me gustaría en algunos de estos textos presentar algunos casos de personas concretas que lucharon por la defensa y restauración de la tradición de la Iglesia en unas décadas convulsas; a contra-corriente y siendo minoría.

Y comenzaremos hoy con la fascinante historia de la hermana Wilhelmina Lancaster, fundadora de las Benedictinas de María, Reina de los Apóstoles, en los Estados Unidos de América.

La hermana Wilhelmina se hizo muy popular cuando, en abril de 2023, su cuerpo fue hallado incorrupto cuatro años después de su muerte, como reportó, entre otros, InfoVaticana. Tras su fallecimiento en 2019, la hermana Wilhelmina fue enterrada sin ningún tipo de embalsamamiento por las religiosas de su comunidad, que testimonian cómo simplemente, con un sacerdote de la Fraternidad de San Pedro, la lavaron, le pusieron un hábito limpio y la colocaron en un ataúd de madera muy sencillo. El ataúd fue forrado con un material sintético, parecido al satén, se cerró el ataúd y la enterraron directamente en la tierra. No había ningún tipo de protección contra los elementos ni contra la alta humedad del suelo en que fue enterrada. Por eso fue aún más sorprendente lo que ocurrió casi cuatro años después, cuando las hermanas estaban dando los últimos retoques a la iglesia de su abadía y construyendo un santuario dedicado a San José en un altar lateral, y pensaron que sería un lugar adecuado para conservar los restos de la hermana Wilhelmina. Así que la madre abadesa inició el proceso de exhumación. Había hermanas excavando la tumba y no esperaban encontrar nada extraordinario. Algunas personas les dijeron que probablemente sólo encontrarían huesos. Pero cuando abrieron el ataúd, lo primero que vio la madre abadesa fue un pie muy intacto, tal y como estaba cuando la depositaron en el ataúd originalmente.

El revestimiento del ataúd se había desintegrado por completo, pero el cuerpo de la hermana Wilhelmina, notablemente intacto, todavía tenía el hábito completo, y no presentaba desgaste ni signos de musgo o desintegración de las fibras naturales. Todo estaba perfectamente allí, habiendo estado sepultado durante cuatro años en un terreno muy húmedo.

Así fue cómo, en abril de 2023, la hermana Wilhelmina se hizo conocida mundialmente y desde entonces miles de personas acuden a su abadía a venerar su cuerpo incorrupto, que las hermanas colocaron en el altar lateral, dedicado a San José, con una cubierta transparente, para que los visitantes que entran en la iglesia puedan ver a la hermana Wilhelmina intacta.

La incorruptibilidad de su cuerpo llamó la atención sobre la vida de esta religiosa afro-americana, una vida de valiente combate por la tradición litúrgica de la Iglesia que vale la pena conocer.

Eric Sammons entrevistó en septiembre de 2023 a sor María Josefa, hermana de la comunidad de Sor Wilhelmina; entrevista cuyo enlace dejo aquí, y de la cual ofrezco extractos que me han parecido fundamentales para conocer a esta mujer tan extraordinaria, una santa tradicional actual, como la define Sammons.

En la entrevista, se hace un repaso de la vida familiar y vocación de la Hna. Wilhelmina. Leemos que nació en San Luis en 1924, en una época de grandes conflictos raciales, y en el seno de una familia muy pobre, pero con una fe católica muy viva. Una de las bisabuelas de la hermana Wilhelmina había sido esclava y fue liberada por su amo después de que ella y su hijo fueran bautizados.

Cuenta la hna. María Josefa que “la hermana Wilhelmina recibió su vocación muy pronto, después de tomar la primera comunión. Mientras rezaba, oyó a nuestro Señor decirle en su corazón: ´¿Quieres ser toda mía?´. Y ella respondió: ´Por supuesto que quiero ser toda tuya´. Pero aún no sabía lo que eso significaba. Solo más tarde, cuando empezó a oír hablar de las religiosas, se dio cuenta de que la vocación religiosa es la forma en que un alma puede pertenecer completamente a Cristo como esposa”. E ingresó en la vida religiosa muy joven, a los 17 años, justo después de terminar el instituto (un instituto católico para niños negros que sus padres ayudaron a fundar en San Luis y en el que Wilhelmina fue la mejor alumna de la primera promoción). “Así que la hermana Wilhelmina – explica sor María Josefa – dejó una vida familiar muy hermosa y se embarcó en la vida religiosa a los 17 años, y sirvió con mucha fe y devoción durante más de 50 años”.

En el contexto de segregación racial que se vivía en los Estados Unidos, no era sencillo que cualquier orden religiosa aceptara a una vocativa negra, así que no tuvo demasiadas opciones donde elegir. Se unió a las Hermanas Oblatas de la Providencia, fundadas en el siglo XVIII por una mujer negra, la madre Mary Lange, para la educación cristiana de los niños pequeños, especialmente los negros o mestizos, que no tenían oportunidades de recibir educación. Esta primera orden a la que la hna. Wilhelmina perteneció tenía raíces benedictinas: la fundadora se inspiró en la rama terciaria / oblata benedictina que San Francisco de Roma había fundado muchos siglos antes. Por lo tanto, la orden tenía una espiritualidad muy benedictina.

En la década de 1960, la hna. Wilhelmina era religiosa y profesora de las Hermanas Oblatas de la Providencia en una escuela de la congregación en Baltimore. A lo largo de veinte años, había sido docente en diversas escuelas en barrios marginales. Fue en esos años cuando las cosas empezaron a cambiar radicalmente en la Iglesia. La hermana María Josefa no duda en comentar que “fue una fuente de dolor para ella cuando la experimentación de los años 1960 y 1970 empezó a afectar a su orden” (…). No es que viera la experimentación con nostalgia, como si siempre debiéramos hacer lo que siempre hemos hecho, sino que reconocía que la experimentación estaba tocando puntos muy vitales de la vida religiosa. Las hermanas empezaron a dejar de lado el hábito tradicional y empezaron a vestirse como mujeres laicas; abandonaron la oración comunitaria o el silencio en el claustro y se involucraron mucho en actividades laicales, más actividades de trabajo social, y como seguían siendo una orden negra, incluso en movimientos de orgullo racial. Y entonces la hermana Wilhelmina se dio cuenta de que estaban empezando a perder sus raíces. Estaban dejando de lado las cosas que habían salvaguardado su identidad como esposas de Cristo”.

Ante estas circunstancias, Eric Sammons se pregunta por qué la Hna. Wilhelmina permaneció en la Congregación ante estos cambios que le producían tanto sufrimiento. A esta pregunta, la hna. María Josefa responde que la Hna. Wilhelmina “sufrió y rezó durante muchos años para intentar que sus hermanas volvieran a las tradiciones que habían abandonado. Incluso intentó formar una rama tradicional de su orden que conservara esas cosas.

En un artículo publicado en Catholic World Report, podemos leer cómo “durante sus 50 años de vida religiosa, la hermana Wilhelmina fue testigo de los cambios que trajo consigo el Concilio Vaticano II y trató de preservar el hábito. “Pasó muchos años luchando por el hábito”, dijo la madre Cecilia, quien afirmó que la hermana Wilhelmina se tomaba muy en serio la idea de que el hábito simboliza a quien lo lleva como esposa de Cristo. Según su biografía (“The life of Sr. Mary Wilhelmina”, escrita por religiosas de su orden), se hizo un hábito para sí misma cuando sus hermanas ya lo habían abandonado, creando partes del tocado con una botella de plástico de lejía.

La hermana Wilhelmina tenía un gran sentido de la lealtad, por lo que esperaba que, en lugar de empezar de nuevo, pudiera reformar la comunidad que amaba. Y apeló a diferentes hermanas de esa comunidad. Incluso escribió a la jerarquía en Roma pidiendo ayuda y orientación en esa situación. Así que intentó muchas vías antes de llegar al extremo de abandonar la comunidad.

Una cuestión decisiva era la liturgia. No se trataba solamente de que sus hermanas se hubieran quitado el hábito religioso y vistieran de seglares y se dedicaran a un activismo que bien podrían desempeñar laicos; sino que le dolía profundamente la pérdida de la liturgia tradicional; pero estaba atada a lo que era: es decir, era una hermana oblata de la Providencia, tenía que hacer lo que hacían las hermanas y rezar como su congregación, con los nuevos breviarios y el Misal de Pablo VI.

La hna. María Josefa explica cómo, a lo largo de los años, la Hna. Wilhelmina apeló a Roma en diferentes ocasiones sobre la liturgia. De manera muy contundente, en una carta decía: “No necesitamos un rito africano. No necesitamos un rito americano. No necesitamos un rito afroamericano. Necesitamos el rito latino católico romano”. Por desgracia, tuvo que sufrir y esperar muchos, muchos años para conseguirlo.

Pero las cosas cambiaron para la liturgia tradicional en 1988 con los indultos concedidos por el papa Juan Pablo II y así, la hermana Wilhelmina volvió a descubrir la misa en latín en una parroquia indultada de Washington D. C. y recordó todas las gracias que le había aportado la antigua liturgia y lo adecuada que era para la vida religiosa, por lo que decidió asistir a esa misa siempre que pudiera. Mientras tanto, siguió intentando que sus hermanas volvieran a la manera de vida que habían abandonado, pero finalmente se dio cuenta de que era muy difícil reformar; que en cierto modo era más fácil empezar de cero. Así que, después de más de 50 años de votos religiosos y con más de 70 años, decidió dejar su comunidad, que había sido su familia religiosa, y empezar una nueva, reconociendo el valor de las tradiciones religiosas que se habían perdido y pretendía recuperar”.

La Fraternidad de San Pedro se cruzó providencialmente en el camino de la hermana Wilhelmina y su deseo de vida religiosa tradicional: se enteró de que la FSSP estaba creando un grupo de hermanas, lo cual supuso el impulso definitivo para marchar de su comunidad puesto que, además, había entrado en contacto con otras dos religiosas que también buscaban volver a la observancia religiosa tradicional. La Fraternidad de San Pedro les propuso crear una comunidad de hermanas activas que ayudaran a los sacerdotes en su trabajo parroquial y en la catequesis. Tenían la misa de siempre en latín, tenían la posibilidad de la observancia religiosa tradicional y eran una pequeña comunidad de tres miembros. El sacerdote que las acogió bajo su protección fue el padre Arnaud Devillers, un sacerdote francés de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, que reconoció la fidelidad de la hermana Wilhelmina y su devoción por la vida religiosa, por lo que la nombró superiora de esta pequeña comunidad, confiándole su guía y dirección espiritual.

La hna. Wilhelmina, sin embargo, sólo ocupó el cargo de superiora durante un año, ya que a esas alturas era de edad avanzada, y acabó pidiendo a una de las hermanas más jóvenes que asumiera la responsabilidad del liderazgo. Pero en ese primer año se sentaron las bases de la joven comunidad: habían decidido que su espiritualidad sería la benedictina. Decidieron que su vida imitaría la de Nuestra Señora Reina de los Apóstoles en el Cenáculo después de la Ascensión de nuestro Señor, cuando se reunió con los apóstoles, esperando la llegada del Espíritu Santo. Originalmente, llamó a la comunidad Oblatas de María Reina de los Apóstoles; como inspirada por el nombre de Oblatas por su anterior familia religiosa, las Oblatas de la Providencia, pero le dio un carácter mariano dedicado a Nuestra Señora Reina de los Apóstoles porque ellas pretendían estar al servicio de los sacerdotes. Con el paso del tiempo, discernieron una vocación monástica más contemplativa, por lo que se separaron de la FSSP en lo que respecta a la vida cotidiana, pero siguieron siendo atendidas por sus sacerdotes. Decidieron que no tendrían un ministerio activo, sino que apoyarían a los sacerdotes de una manera más oculta, ofreciendo un lugar de retiro para sacerdotes y confeccionando vestimentas sacerdotales para sostenerse económicamente. Al mismo tiempo, se formaron para convertirse en benedictinas de pleno derecho.

La nueva comunidad, que comenzó en Scranton, Pensilvania, seguía la Regla de San Benito, cantaba el tradicional Oficio Divino benedictino en latín y se celebraba en su abadía la Misa tradicional. La Madre Cecilia explica cómo “siempre me emociona que recitemos los salmos en el orden que prescribió San Benito hace más de 1500 años. Y utilizamos los libros que se utilizaban entonces, que se publicaron a principios del siglo XX, en los años 1920 o así, pero incluso esos libros se basan en la tradición de siglos anteriores. Así podemos leer a autores espirituales del siglo XIX que hablan del año litúrgico, de la misa, del Oficio Divino, tal y como lo rezamos cada día. Y creo que la continuidad es una fuente de fortaleza para nosotras, y la integración es también una gran fuente de contemplación (…). Es muy difícil separar el Oficio divino de la Misa. Es como si el Oficio fuera la corona que rodea la Misa, la perpetúa a lo largo del día”.

En 2006, la comunidad aceptó una invitación del obispo Robert W. Finn para trasladarse a su diócesis de Kansas City-St. Joseph, en Misuri. Y, desde entonces, la Providencia de Dios ha hecho que no cesen de ingresar hermanas en sus abadías.

Para más información, puede visitarse su página web, www.benedictinesofmary.org .

Ayuda a Infovaticana a seguir informando