La canonización de Carlo Acutis, el joven italiano que dedicó su breve vida a la Eucaristía y a la evangelización digital, ha generado una reacción llamativa en The Times of Israel. El medio israelí advierte que la recopilación de milagros eucarísticos realizada por Acutis podría “reavivar” viejas leyendas medievales sobre profanación de hostias, utilizadas en su tiempo como excusa para persecuciones contra judíos.
Lo curioso, sin embargo, es que en la página creada por Acutis no se mencionan comunidades religiosas concretas. Los textos hablan únicamente de “malhechores” o “no creyentes”. A pesar de ello, académicos y funcionarios citados por el diario cuestionan que no exista un marco contextual moderno que subraye la sensibilidad del siglo XXI.
El comisionado alemán contra el antisemitismo, Felix Klein, reclamó a la Iglesia “separar mejor” los contextos históricos, mientras que el historiador David Kertzer calificó de “desafortunado” que reaparezcan esas narrativas medievales justo en el aniversario de Nostra Aetate.
Lo paradójico es que Carlo, fallecido en 2006 con apenas 15 años, no pretendía escribir historia ni alimentar prejuicios. Su interés era dar testimonio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, apoyándose en relatos aprobados por la Iglesia.
El debate va más allá de su figura. Lo que subyace es la exigencia de una inmunidad histórica absoluta: la pretensión, sostenida desde ciertos sectores del sionismo cultural y político, de que debe asumirse como dogma que nunca, ni ahora ni en siglos pasados, un judío pudo cometer un acto reprobable. En nombre de esa sensibilidad, se plantea a la Iglesia la obligación de silenciar o reescribir episodios medievales si estos, en su tiempo, fueron instrumentalizados contra una comunidad.
Frente a esta presión, conviene recordar que la Iglesia no canoniza relatos sino santos. En el caso de Santo Dominguito de Val, niño mártir venerado en Zaragoza desde el siglo XIII, la tradición católica reconoció en su testimonio un signo de la inocencia cristiana y de la fe vivida hasta el extremo. No se trata de juzgar a comunidades enteras con ojos contemporáneos, sino de reconocer la fuerza de una memoria martirial que, como la de tantos otros santos, forma parte de la historia de salvación.
Del mismo modo, Carlo Acutis recogió relatos de milagros eucarísticos no para reabrir heridas ni señalar culpables, sino para proclamar que Cristo está vivo en la Eucaristía. Rechazar esa memoria o pretender censurarla bajo la lógica de una “intangibilidad histórica” significaría amputar la identidad de la Iglesia y negar la fuerza de los testimonios de fe que han sostenido a generaciones de cristianos.
En definitiva, la polémica no gira en torno a Carlo Acutis —que nunca promovió prejuicios— ni tampoco debe ponerse en cuestión la veneración legítima de santos como Domingo de Val. El verdadero problema está en la presión cultural que busca imponer a la Iglesia un relato domesticado, donde la fe y la historia solo pueden transmitirse si se ajustan a criterios externos ajenos al Evangelio.
