Hay fotografías que lo dicen todo, incluso cuando fingen no decir nada. Esta es una de ellas.
La mano de Pedro Sánchez. La del desenterrador de Franco. La que firmó la ley de eutanasia. La que escribió pactos con la tinta turbia del chantaje y la mentira. Una mano tan ajada, tensa y desgastada que parece llevar el peso de cada una de sus traiciones.
Tiene 53 años, pero su mano parece haber vivido un siglo. Y no un siglo cualquiera, sino uno de persecución, traición y decadencia moral. Es la mano de un hombre que se ha dado la orden de mantenerse inmóvil mientras dinamita los fundamentos de su nación y de su alma. Esa rigidez de los dedos, esas venas como raíces expuestas, no son señal de trabajo ni de edad, sino de otra cosa: el cuerpo intentando contener lo que el alma ya no puede sostener.
Es la mano que firmó la ley que permite matar a ancianos y enfermos con la excusa de la compasión. La que entregó Navarra a Bildu y pactó con los enemigos de España. La que transformó el Consejo de Ministros en un aquelarre progresista. La que impone mordazas ideológicas con eufemismos democráticos.
Y, sobre todo, es la mano que ordenó exhumar a Franco, no por justicia ni memoria, sino por odio y espectáculo. Como Herodes desenterrando a los inocentes, pero con traje entallado y sonrisa de telediario. El cuerpo de Franco descansaba en paz; el alma de Sánchez, no.
Esta mano no envejece por los años. Envejece por el alma que la mueve. Es la mano de Dorian Gray, donde se marcan los pecados que su rostro se empeña en disimular. La pintura oculta en el desván de La Moncloa ya no es un retrato: es esta fotografía.
