León XIV enmienda el materialismo: «La mayor pobreza es no conocer a Dios»

Una imagen que representa que la mayor pobreza es no conocer a Dios, mostrando a una persona sin hogar frente al Vaticano.

«Tú, Señor, eres mi esperanza»: mensaje de León XIV para la Jornada Mundial de los Pobres

En su primer mensaje para la Jornada Mundial de los Pobres, el Papa León XIV ha querido subrayar el papel central de la esperanza cristiana como ancla firme en medio de las tribulaciones personales y sociales. Tomando como lema las palabras del Salmo 71,5 –«Tú, Señor, eres mi esperanza»–, el pontífice traza un recorrido bíblico, teológico y pastoral que culmina en una llamada concreta a la responsabilidad con los más necesitados.

Una esperanza arraigada en la fe

El Papa comienza recordando que la esperanza cristiana nace en contextos de sufrimiento. El salmista habla desde la angustia, pero sin desesperación, porque su confianza está puesta en Dios, Roca y fortaleza. Esta certeza, escribe León XIV, es la que impulsó también a san Pablo a proclamar que nosotros nos fatigamos y luchamos porque hemos puesto nuestra esperanza en el Dios viviente (1Tm 4,10).

Desde este fundamento, el mensaje afirma que «el Dios viviente» se ha revelado como Dios de la esperanza (Rm 15,13), y que la salvación en Cristo constituye una esperanza firme, no una ilusión. Esta convicción cristiana, insiste, debe sostener toda vida personal y comunitaria.

El testimonio del pobre: esperanza en lo esencial

Una parte significativa del texto está dedicada a la figura del pobre como testigo privilegiado de la esperanza. Al carecer de seguridades materiales, el pobre confía en lo esencial. Según el Papa, este paso —del poder y el tener a la esperanza verdadera— es un camino que todos los cristianos están llamados a recorrer. Por eso recuerda las palabras de Jesús: «No acumulen tesoros en la tierra… acumulen tesoros en el cielo» (Mt 6,19-20).

Frente a una cultura marcada por la autosuficiencia y la indiferencia, León XIV sostiene que la mayor pobreza es la ausencia de Dios. Citando a san Agustín, advierte: Todo lo que poseas sin Él, te causará un mayor vacío.

La esperanza como ancla segura y compromiso con el bien común

El mensaje retoma un símbolo cristiano antiguo: el ancla. La esperanza, asegura el Papa, es como un ancla que fija nuestro corazón en la promesa del Señor Jesús, en espera de los cielos nuevos y la tierra nueva (2P 3,13).

Lejos de ser evasiva, esta esperanza impulsa al compromiso activo con la transformación del mundo. León XIV destaca la circularidad entre fe, esperanza y caridad, y afirma que quien carece de caridad no solo carece de fe y esperanza, sino que quita esperanza a su prójimo. Esta interdependencia teologal encuentra su expresión más concreta en las obras de justicia social.

Llamado a una pastoral integral de los pobres

Con palabras claras, el Papa señala que la caridad representa el mayor mandamiento social (CIC 1889), y denuncia las causas estructurales de la pobreza. Al mismo tiempo, pone en valor las múltiples iniciativas nacidas del compromiso cristiano: casas-familia, comedores sociales, escuelas populares y centros de acogida.

Lejos de considerar a los pobres como objeto de acción pastoral, León XIV los reconoce como sujetos creativos que nos estimulan a encontrar siempre formas nuevas de vivir el Evangelio.

Horizonte jubilar: del consuelo recibido a la responsabilidad compartida

El mensaje se publica en el marco del Jubileo, en cuya recta final se sitúa esta Jornada Mundial de los Pobres. El Papa invita a que los frutos espirituales del Año Santo se traduzcan en políticas públicas que aborden la pobreza estructural y en iniciativas sostenidas de ayuda concreta. Subraya que los bienes de la tierra, y también los frutos del trabajo humano, deben repartirse equitativamente, y recuerda que ayudar al pobre es una cuestión de justicia antes que de caridad.

Con una mirada universal, León XIV reconoce el trabajo silencioso de muchas personas de buena voluntad, y concluye con una invocación mariana: Confiemos en María Santísima, Consuelo de los afligidos, haciendo suyas las palabras del Te Deum: «In Te, Domine, speravi, non confundar in aeternum».

A continuación, el mensaje

Tú, Señor, eres mi esperanza (cfr Sal 71,5)

  1. «Tú, Señor, eres mi esperanza» (Sal 71,5). Estas palabras brotan de un corazón oprimido por graves dificultades: «Me hiciste pasar por muchas angustias» (v. 20), dice el salmista. A pesar de ello, su alma está abierta y confiada, porque permanece firme en la fe, que reconoce el apoyo de Dios y lo proclama: «Tú eres mi Roca y mi fortaleza» (v. 3). De ahí nace la confianza indefectible de que la esperanza en Él no defrauda: «Yo me refugio en ti, Señor, ¡que nunca tenga que avergonzarme!» (v. 1).

    En medio de las pruebas de la vida, la esperanza se anima con la certeza firme y alentadora del amor de Dios, derramado en los corazones por el Espíritu Santo. Por eso no defrauda (cf. Rm 5,5), y san Pablo puede escribir a Timoteo: «Nosotros nos fatigamos y luchamos porque hemos puesto nuestra esperanza en el Dios viviente» (1Tm 4,10). El Dios viviente es, de hecho, el «Dios de la esperanza» (Rm 15,13), que, en Cristo, mediante su muerte y resurrección, se ha convertido en «nuestra esperanza» (1Tm 1,1). No podemos olvidar que hemos sido salvados en esta esperanza, en la que necesitamos permanecer enraizados.

  2. El pobre puede convertirse en testigo de una esperanza fuerte y fiable, precisamente porque la profesa en una condición de vida precaria, marcada por privaciones, fragilidad y marginación. No confía en las seguridades del poder o del tener; al contrario, las sufre y con frecuencia es víctima de ellas. Su esperanza sólo puede reposar en otro lugar.

    Reconociendo que Dios es nuestra primera y única esperanza, nosotros también realizamos el paso de las esperanzas efímeras a la esperanza duradera. Frente al deseo de tener a Dios como compañero de camino, las riquezas se relativizan, porque se descubre el verdadero tesoro del que realmente tenemos necesidad. Resuenan claras y fuertes las palabras con las que el Señor Jesús exhortaba a sus discípulos: «No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen… acumulen, en cambio, tesoros en el cielo…» (Mt 6,19-20).

  3. La pobreza más grave es no conocer a Dios. Así lo recordaba el Papa Francisco en Evangelii gaudium: «La peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual… necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad…» (n. 200).

    El apóstol Juan insiste: «El que dice: Amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso…» (1Jn 4,20). Es una regla de la fe y un secreto de la esperanza que todos los bienes de esta tierra, aunque importantes, no bastan para hacer feliz al corazón. Las riquezas muchas veces engañan y conducen a situaciones dramáticas de pobreza.

    Como decía san Agustín: «Sea Dios toda tu presunción… Todo lo que poseas sin Él, te causará un mayor vacío.»

  4. La esperanza cristiana es certeza en el camino, no por fuerza humana, sino por la fidelidad de Dios. Desde los orígenes cristianos, el símbolo del ancla expresa esa esperanza firme.

    La esperanza cristiana fija el corazón en la promesa del Señor Jesús, y nos orienta al «cielo nuevo» y la «tierra nueva» (2P 3,13), pues «nuestra patria está en el cielo» (Flp 3,20).

    La ciudad de Dios nos compromete con las ciudades de los hombres. La esperanza transformada por la caridad es un bien común. La esperanza nace de la fe y se concreta en el amor: quien carece de caridad, quita esperanza a su prójimo.

  5. La esperanza implica responsabilidad histórica. La caridad, dice el Catecismo, «representa el mayor mandamiento social» (CIC 1889). La pobreza tiene causas estructurales que deben eliminarse.

    Hospitales, escuelas, casas-familia, centros de acogida y comedores sociales son signos visibles de esperanza. Estos deben sacudirnos de la indiferencia y animarnos al compromiso del voluntariado. Los pobres están en el centro de toda acción pastoral, celebración y anuncio del Evangelio.

  6. El Jubileo es ocasión para consolidar la esperanza. Cuando se cierre la Puerta Santa, deberemos custodiar y compartir los dones recibidos. Los pobres no son objetos, sino sujetos creativos que nos interpelan y enriquecen.

    Hay que defender derechos básicos: vivienda, salud, educación, alimento, libertad religiosa. Ayudar al pobre es justicia, más que caridad. San Agustín decía: «Sería mejor que nadie tuviera hambre y no tuvieras a quién dar».

    El Papa espera que este Año Jubilar promueva políticas y acciones concretas contra la pobreza estructural. La seguridad no se logra con armas, sino con trabajo, justicia y solidaridad. Concluye:

    «Confiemos en María Santísima, Consuelo de los afligidos», y cantemos con ella: «In Te, Domine, speravi, non confundar in aeternum».

Vaticano, 13 de junio de 2025, memoria de San Antonio de Padua, Patrono de los Pobres

LEÓN PP. XIV