El Papa León XIV recibió esta mañana en audiencia a los Superiores y Oficiales de la Secretaría de Estado en el Palacio Apostólico del Vaticano. En su discurso, el Pontífice expresó su profundo agradecimiento por el trabajo y la dedicación de quienes colaboran más estrechamente con él en la misión que le ha sido confiada al frente de la Iglesia universal.
León XIV comenzó reconociendo que, tras pocas semanas de pontificado, le resulta evidente que “el Papa no puede avanzar solo” y subrayó la importancia de poder contar con una “colaboración especial” por parte de la Secretaría de Estado, a la que definió como el “anillo de conjunción y de síntesis” entre el Papa y el resto de los Dicasterios de la Curia.
Un rostro cada vez más universal
El Papa recordó que la Secretaría de Estado, cuya historia se remonta al siglo XV, ha ido evolucionando con el tiempo hasta reflejar el rostro universal de la Iglesia. Señaló que actualmente casi la mitad de los miembros son laicos y que más de cincuenta mujeres —laicas y religiosas— trabajan en este organismo.
León XIV insistió en dos notas características del trabajo curial: la encarnación histórica y la catolicidad, es decir, el carácter universal de la Iglesia. Inspirándose en Praedicate Evangelium y en la reforma de la Curia impulsada por san Pablo VI, destacó que el trabajo de la Secretaría de Estado debe estar atento a los desafíos del presente sin perder la mirada amplia y católica que valora la diversidad de culturas y sensibilidades.
Estructura y coordinación
El Santo Padre repasó las funciones de las tres secciones de la Secretaría: la Sección para los Asuntos Generales, la Sección para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales, y la Sección para el Personal Diplomático. Reafirmó su papel como centro de coordinación y motor de comunión entre la Iglesia de Roma y las Iglesias locales, así como en la proyección de la Santa Sede en el ámbito internacional.
El Papa concluyó su intervención con una exhortación a vivir con espíritu evangélico y sin dejarse contaminar por ambiciones o rivalidades. “Sed una verdadera comunidad de fe y de caridad, de hermanos y de hijos del Papa”, dijo, evocando las palabras de Pablo VI. Finalmente, confió a todos los presentes a la intercesión de la Virgen María y agradeció sus oraciones.
Discurso íntegro del Papa León XIV (traducción al español)
Eminencia, señor cardenal Parolin,
Excelencias, queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridas hermanas y queridos hermanos:Agradezco, ante todo, al Secretario de Estado por las palabras introductorias que ha dirigido y por la colaboración continua que me está ofreciendo mientras doy los primeros pasos de este Pontificado.
Me alegra mucho encontrarme con vosotros, que ofrecéis un servicio precioso a la vida de la Iglesia ayudándome a llevar adelante la misión que me ha sido confiada. En efecto, como afirma Praedicate Evangelium, la Secretaría de Estado, en cuanto Secretaría papal regida por el Secretario de Estado, colabora estrechamente con el Romano Pontífice en el ejercicio de su misión suprema (cf. arts. 44-45).
Me consuela saber que no estoy solo y que puedo compartir la responsabilidad de mi ministerio universal con vosotros.
No está en el texto, pero lo digo muy sinceramente: en estas pocas semanas —todavía no ha pasado un mes desde que inicié este servicio en el ministerio petrino—, es evidente que el Papa por sí solo no puede avanzar, y que es muy necesario poder contar con la colaboración de muchos en la Santa Sede, pero de un modo especial con todos vosotros de la Secretaría de Estado. ¡Os agradezco de corazón!
La historia de esta Institución se remonta, como sabemos, a finales del siglo XV. Con el tiempo, ha asumido un rostro cada vez más universal y se ha ampliado notablemente, adquiriendo nuevas tareas por las exigencias emergentes tanto en el ámbito eclesial como en las relaciones con los Estados y las Organizaciones internacionales. Actualmente, casi la mitad de vosotros sois fieles laicos. Y las mujeres, laicas y religiosas, son más de cincuenta.
Este desarrollo ha hecho que la Secretaría de Estado refleje en sí misma el rostro de la Iglesia. Se trata de una gran comunidad que trabaja al lado del Papa: juntos compartimos las preguntas, dificultades, desafíos y esperanzas del Pueblo de Dios presente en todo el mundo. Lo hacemos siempre expresando dos dimensiones esenciales: la encarnación y la catolicidad.
Estamos encarnados en el tiempo y en la historia, porque si Dios ha elegido el camino de lo humano y las lenguas de los hombres, también la Iglesia está llamada a seguir este camino, para que la alegría del Evangelio pueda alcanzar a todos y ser mediada en las culturas y lenguajes actuales. Y, al mismo tiempo, tratamos de mantener siempre una mirada católica, universal, que nos permite valorar las diversas culturas y sensibilidades. Así podemos ser un centro impulsor comprometido con tejer la comunión entre la Iglesia de Roma y las Iglesias locales, así como relaciones de amistad en la comunidad internacional.
En las últimas décadas, estas dos dimensiones —estar encarnados en el tiempo y tener una mirada universal— se han vuelto cada vez más constitutivas del trabajo curial. En este camino nos ha orientado la reforma de la Curia Romana promovida por san Pablo VI, quien, inspirándose en la visión del Concilio Vaticano II, sintió con fuerza la urgencia de que la Iglesia esté atenta a los desafíos de la historia, considerando “la rapidez de la vida actual”y “las condiciones cambiadas de nuestro tiempo” (Regimini Ecclesiae universae, 15 de agosto de 1967). Al mismo tiempo, reafirmó la necesidad de un servicio que exprese la catolicidad de la Iglesia, y para ello dispuso que “quienes están presentes en la Sede Apostólica para gobernarla, sean llamados desde todas las partes del mundo” (ibid.).
La encarnación, por tanto, nos remite a la concreción de la realidad y a los temas específicos y particulares tratados por los diversos órganos de la Curia; mientras que la universalidad, aludiendo al misterio de la unidad multiforme de la Iglesia, exige un trabajo de síntesis que pueda ayudar a la acción del Papa. Y el nexo de unión y de síntesis es precisamente la Secretaría de Estado. De hecho, Pablo VI —profundo conocedor de la Curia Romana— quiso dar a esta Oficina una nueva configuración, constituyéndola de hecho como punto de enlace y, por tanto, estableciéndola en su papel fundamental de coordinación de los demás Dicasterios e Instituciones de la Sede Apostólica.
Este papel de coordinación de la Secretaría de Estado es recogido también en la reciente Constitución Apostólica Praedicate Evangelium, entre las múltiples tareas confiadas a la Sección para los Asuntos Generales, bajo la dirección del Sustituto con la ayuda del Asesor (cf. arts. 45-46). Junto a la Sección para los Asuntos Generales, la misma Constitución identifica la Sección para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales, guiada por el Secretario con la ayuda de los dos Subsecretarios, a quienes corresponde la gestión de las relaciones diplomáticas y políticas de la Sede Apostólica con los Estados y con otros sujetos de derecho internacional en esta coyuntura histórica delicada. La Sección para el personal del servicio diplomático, con su Secretario y el Subsecretario, trabaja en la atención de las Representaciones Pontificias y de los Miembros del Cuerpo Diplomático aquí en Roma y en el mundo.
Sé que estas tareas son muy exigentes y, en ocasiones, pueden no ser bien comprendidas. Por eso deseo expresaros mi cercanía y, sobre todo, mi viva gratitud. Gracias por las competencias que ponéis al servicio de la Iglesia, por vuestro trabajo casi siempre escondido y por el espíritu evangélico que lo inspira. Y permitidme, precisamente por esta gratitud mía, dirigiros una exhortación retomando de nuevo a san Pablo VI: que este lugar no se vea contaminado por ambiciones o antagonismos; sed, en cambio, una verdadera comunidad de fe y de caridad, “de hermanos y de hijos del Papa”, que se entregan generosamente por el bien de la Iglesia (Discurso a la Curia Romana, 21 de septiembre de 1963).
Os encomiendo a todos a la intercesión de la Beata Virgen María, Madre de la Iglesia, y, mientras os agradezco porque sé que cada día rezáis por mí —¡eso espero!—, bendigo de corazón a cada uno de vosotros, a vuestros seres queridos y a vuestro trabajo. ¡Gracias!
