Por Monseñor Alberto González Chaves
Jesús sea en vuestras almas, mis hermanos, y Su Majestad os dé Su Paz, pues que con tanto amor buscáis la verdad y el camino de perfección que nos lleva al Amado.
No sin grande asombro he sabido del nuevo propósito de mostrar mi cuerpo en estos días, como si el ver mis pobres huesos os fuese a añadir algún aprovechamiento mayor que el de las palabras que nuestro Señor quiso poner en esta boca indigna.
Bien sabéis, hijos míos, que no es en los huesos donde se halla la gracia del Señor, sino en el espíritu que arde en Su Amor. Que el cuerpo es cosa pasajera, y aunque este vaso de barro que tantas veces anduvo por los caminos de España, fue testigo de Sus infinitas misericordias, no merece otro fin que el de descansar en el polvo hasta que Su Majestad disponga su resurrección gloriosa.
Decidme, hermanos míos: ¿a quién aprovecha esta muestra? Porque en verdad os digo que, estándose ardiendo el mundo, queriendo tornar a sentenciar a Cristo, poniendo su Iglesia por el suelo, no hemos de gastar tiempo en cosas de poca importancia en esta hora en que el Espíritu Santo pide santos y no espectáculos. No quiero yo deciros que no os acerquéis con veneración a los santos, mas os ruego que pongáis el corazón en lo que permanece, que es el seguimiento de Cristo y la conversión de las almas.
¿De qué sirve, hijos míos, mostrar lo que queda de este pobre cuerpo, si para ello se ha de manosear y maltratar aquello que el Señor guardó en su humildad? ¿No será más provechoso que se enseñen mis libros, que se repitan las mercedes que el Señor me regaló, que se viva el amor de comunidad y la entrega a la oración? Esa es, hijos míos, la muestra verdadera de lo que fue mi vida: un vivir para Dios y un morir para mí.
¡Oh, si entendieseis el valor de un alma rendida a Dios! No andaríades buscando en lo exterior lo que solo se halla en el recogimiento y en la oración. Porque os digo que mi rostro no lo hallaréis en una careta hecha por manos de hombres, sino en el Espíritu que el Señor infunde en aquellos que Le buscan de veras.
Así, os ruego que pongáis el corazón en lo eterno, en lo que no pasa, en la gracia que santifica y transforma, y que no os dejéis llevar por lo que solo llena los ojos y no el alma. Que el Espíritu Santo os lleve siempre por camino de perfección y entrega, y que la Virgen Sacratísima os guarde bajo su manto, como Madre y amparadora.
Escrito desde el Cielo, en la paz del Señor, a 13 de mayo, en la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, de que mi madre era tan devota y nos gacia rezar.
Indigna sierva en Cristo,
Teresa de Jesús
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