En una imagen cargada de delicadeza y trascendencia, la Virgen del Buen Consejo de Genazzano presidió, desde un sitial ornado con rosas blancas, la Misa solemne de inauguración del pontificado de León XIV, celebrada hoy, 18 de mayo. La pequeña pintura, tan modesta como milagrera, recordaba silenciosamente a todos los presentes —cardenales, fieles, diplomáticos, religiosos y curiosos— que el gobierno de la Iglesia, si es verdaderamente católico, debe nacer del seno de María.
Una Virgen que vino del cielo
La historia de esta imagen no puede leerse como mera leyenda piadosa. En 1467, mientras la ciudad italiana de Genazzano celebraba la fiesta de san Marcos, una nubecilla descendió sobre las ruinas de una iglesia agustina. Ante los ojos asombrados del pueblo, quedó suspendida una delicadísima imagen de la Virgen con el Niño, de unos 40 centímetros, sobre una fina capa de yeso adherida apenas a la pared. Nadie supo explicarse el fenómeno. Los más viejos del lugar juraron que jamás habían visto una pintura así. Pronto se descubrió que la imagen coincidía con otra desaparecida misteriosamente de Scutari, en Albania, en medio de la invasión otomana. Se decía que la Virgen había partido de aquella tierra atormentada para proteger a sus hijos desde otro santuario.
Devoción de santos y papas
Desde entonces, Genazzano se convirtió en un lugar de peregrinación y de gracias abundantes. San Luis Gonzaga, san Juan Bosco, san Alfonso María de Ligorio y el beato Pío IX contaron entre sus devotos. Fue precisamente León XIII, el gran pontífice del siglo XIX, quien incluyó la letanía “Mater boni consilii” —Madre del buen consejo— en las letanías lauretanas. La devoción era más que una súplica: era una confianza radical en el consejo maternal de la Virgen para tiempos confusos.
El gesto silencioso del nuevo Papa
Pocos días después de su elección, el 9 de mayo, León XIV se desplazó discretamente al santuario de Genazzano. Lo hizo sin cámaras ni coros, acompañado por frailes agustinos, para ponerse a los pies de la imagen milagrosa. Allí rezó en silencio, como un hijo que se encomienda a su Madre antes de comenzar una misión imposible.
Ese gesto, más fuerte que muchas palabras, fue confirmado hoy, día de su entronización, en la Plaza de San Pedro: allí estaba Ella, la Virgen de Genazzano, presente en la liturgia como Reina y Madre, testigo de la entrega del nuevo Papa al designio de Dios. León XIV comienza así su ministerio petrino bajo el signo del consejo celestial, como queriendo gritar al mundo que no gobernará según cálculos humanos, sino según la voz de Aquella que supo guardar todo en su corazón.
León XIV, agustino como los guardianes del santuario de Genazzano, ha querido comenzar su pontificado allí donde Ella se manifestó, como diciendo a la Iglesia: no bastan programas ni sínodos si no volvemos a escuchar a la Virgen. Y ese regreso, lo sabemos, es el único camino seguro hacia Cristo.
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