El obispo de Mallorca, Sebastià Taltavull, ha vuelto a dejar clara su adhesión a la corriente más progresista dentro de la Iglesia católica en una entrevista publicada en el Diario de Mallorca.
Fiel a su estilo ambiguo y polémico, el prelado defiende una Iglesia “aperturista”, incluso en temas tan delicados como la homosexualidad, la participación de mujeres en puestos de poder o la relación con una sociedad secularizada que cada vez vive más alejada del Evangelio.
Taltavull no oculta su entusiasmo por la elección del nuevo papa León XIV, a quien considera heredero directo del pontificado de Francisco. “Debe continuar la línea aperturista, también con la homosexualidad”, afirma el obispo, en una declaración que inevitablemente genera preocupación entre quienes aún esperan claridad y fidelidad doctrinal por parte de sus pastores.
Lejos de reafirmar la enseñanza constante de la Iglesia sobre la moral sexual, Taltavull adopta un lenguaje difuso, centrado en “acoger” y “acompañar” a quienes viven en situaciones objetivamente contrarias a la ley natural y al magisterio de la Iglesia. Una pastoral sin verdad, donde el amor se desvincula de la conversión, corre el riesgo de ser solo una forma de claudicación ante la ideología dominante.
Respecto al papel de la mujer, el obispo presume de haber reformado el Consejo Episcopal para incluir laicos, entre ellos tres mujeres con cargos de responsabilidad. Aunque afirma que el sacerdocio femenino “no está planteado”, deja abierta la puerta a ministerios laicales y a la ordenación de diaconisas, otro caballo de batalla de los sectores que buscan transformar la Iglesia desde dentro.
Tampoco faltan en la entrevista los habituales clichés sobre la “sinodalidad”, la “escucha” y la “Iglesia en salida”, que parecen haberse convertido en consignas vacías repetidas hasta la saciedad para justificar cualquier tipo de reforma, muchas veces sin fundamento bíblico ni patrístico.
Finalmente, y pese a haber cumplido ya los 75 años y haber presentado su renuncia, Taltavull sigue en el cargo “sine die”, según reconoce él mismo. Un signo más de una Iglesia que vive en la provisionalidad constante, sin certezas ni autoridad clara, donde el relevo episcopal se convierte en un juego de poder entre clanes ideológicos.
En lugar de guiar con claridad, el obispo de Mallorca continúa ofreciendo un mensaje diluido, más preocupado por agradar al mundo que por anunciar la verdad de Cristo. Su entrevista es una muestra más de la confusión reinante en ciertos sectores del episcopado, que parecen haber olvidado que la caridad no puede separarse nunca de la verdad.
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