Eminentísimos Cardenales de la Santa Iglesia Romana,
Con respeto filial y con humildad, escribo desde el Nordeste de Brasil, una región que, con razón, puede presentarse como una “periferia del mundo”. Según los datos oficiales del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, la fundación gubernamental encargada de recopilar esta información, en el año 2023, aproximadamente el 47,4 % de la población nordestina (más de 27,5 millones de personas) vivía por debajo de la línea de pobreza. Es una región que aún lucha contra la sequía y el hambre, con bajos niveles de escolarización y carencia de saneamiento básico. En los últimos tiempos, también ha sufrido el crecimiento del narcotráfico y el dominio de las ciudades por parte de facciones criminales.
Pero también es una región profundamente católica. Aquí nació Santa Dulce de los Pobres, canonizada; el Padre Cícero Romão y, quizás lo conozcan más, Monseñor Hélder Câmara. Siglos atrás, también acogió a los treinta mártires de Cunhaú y Uruaçu, hoy canonizados. Y el siervo de Dios Fray Damião de Bozzano, aunque italiano, tenía el alma y el amor del Nordeste brasileño.
Por tanto, escribo desde una periferia. Y desde una periferia católica.
Pido perdón si parezco osado al dirigirme a Vuestras Eminencias, pero, ya que tanto se habla de una “Iglesia que escucha”, es necesario que alguien hable para poder ser escuchado.
Vuestras Eminencias, en los próximos días decidirán el rumbo de la Iglesia para los años venideros. Elegirán al Papa que, tal vez, nos conduzca a través del segundo milenio de la Redención. Y por eso, quizás sea este un buen momento para, con esperanza y humildad, dirigirme a este eminente Colegio de Cardenales.
En los últimos tiempos hemos experimentado, de algún modo, una “urgencia escatológica”. Si nos colocamos en perspectiva —pues mil años para Dios son como un solo día (como dijo el Príncipe de los Apóstoles, San Pedro, en su segunda carta, recordando el Salmo 90)—, percibimos que vivimos en una urgencia escatológica desde hace más de un siglo.
Las dos Guerras Mundiales y la posibilidad de una Tercera, mucho más destructiva y mortal, nos atormentan. Por primera vez, pueden realizarse materialmente las palabras del Apóstol San Juan en el Apocalipsis: la robótica puede hacer posible un ejército de 200 millones de jinetes (Ap 9,16), y las bombas nucleares concretan la granizada de fuego y sangre que puede hacer perecer a un tercio de la tierra (Ap 8,7). Se dice que los Cónclaves tienen lugar frente al fresco del Juicio Final para que los Cardenales lo tengan presente, pero jamás, en ninguna época, una generación de Cardenales ha podido tener una visión tan palpable del fin de los tiempos como vosotros.
Entonces, si me colocan en un “proceso de escucha”, me tomo la libertad de decir que necesitamos un Papa fuerte, capaz de enfrentar al mundo entero por la justicia y por la verdad, porque estos tiempos no son para debilidades. Sí, Eminencias, un Papa fuerte. Porque los señores del mundo, en los principales imperios de hoy —que compiten entre sí— son hombres fuertes, con muchos ejércitos y riquezas, con proyectos de dominación global de los cuales ellos mismos no son más que una pieza. Solamente un Papa (sí, solamente el Papa) puede tener fuerza contra eso — nadie más.
Entremos aquí en un diálogo entre tradiciones religiosas. Los hindúes afirman que existen tres castas entre los hombres. Podemos considerar estas tres castas como tipos simbólicos del ser humano, como lo señalaba un gran filósofo de mi país, Olavo de Carvalho: los brahmana, la casta sacerdotal, responsables de las cosas del espíritu — en una tipología simbólica, incluirían no solo a los sacerdotes, sino también a los intelectuales; los kshatriya, la aristocracia guerrera; los vaishya, quienes administran los bienes materiales y económicos; y los shudra, que son los siervos.
Las tres primeras castas, si las tomamos aquí como tipos simbólicos, también pueden permitirnos vislumbrar tres proyectos de poder. En el mundo globalizado de hoy, esos proyectos son también de dominación global — lo que nos recuerda lo que dice el Apóstol San Juan en el Apocalipsis 13, 7-8:
- un proyecto de globalismo por el poder económico, muy fuerte en el Occidente consumista, donde los megabillonarios imponen incluso la destrucción del libre mercado para eliminar la competencia, y sus ricas fundaciones y clubes de élite programan su realización mediante la destrucción de la sociedad a través de la atomización del hombre y la subversión de la moral natural — especialmente en lo sexual —, lo cual desequilibra la naturaleza humana para la creación del esclavo consumista;
- un proyecto de globalismo por el poder militar, claramente discernible en Rusia y China, cuya oposición al globalismo financiero occidental se fundamenta en la alegación de la “multipolaridad”, la cual, sin embargo, resulta notable por tener, en última instancia, todos los “múltiples polos” provenientes de un mismo centro de poder: aquel que controla la fuerza. Un atisbo de esto fue visible durante la pandemia de COVID-19, cuando, sorprendentemente, el mundo entero —incluso las llamadas “sociedades democráticas”— ensayó adoptar la metodología china del “sistema de crédito social”, del dominio mediante la vigilancia y del control a través del confinamiento, como lo señaló el pensador italiano Giorgio Agamben; también nuestras iglesias fueron cerradas y se intentó abolir el culto;
- un proyecto de globalismo por el poder religioso, como puede vislumbrarse con claridad en el expansionismo islámico, especialmente en Europa, una expansión que se consolida sobre la decadencia moral y religiosa provocada por el secularismo occidental, tal como lo describió, en la literatura, Michel Houellebecq en su afamada novela Sumisión.
Este es el panorama de la realidad al que vosotros, Eminentísimos Cardenales, tendréis que responder en el próximo Cónclave. Si el panorama descrito parece escatológico, es porque verdaderamente lo es — y la proximidad del Jubileo de la Redención, en 2033, junto con la propuesta global de la Agenda 2030 en paralelo, no hace sino intensificar esa percepción.
Por tanto, cuando decimos que necesitamos un Papa fuerte, lo decimos en múltiples sentidos:
- Ese Papa deberá ser fuerte en la defensa de la verdad, es decir, en aquello que es propio y más esencial al Sucesor del Apóstol Pedro: la preservación del depósito de la fe. Debe ser así, porque esa es la principal fuerza del Papado. Una fuerza que lo coloca inmediatamente en una condición superior a todas las demás del mundo. La única fuerza capaz de proponer un proyecto nuevo, distinto y más persuasivo, más allá de aquellos tres seductores que hemos mencionado anteriormente, haciendo del Papa, verdaderamente, según el antiguo título, el siervo de los siervos de Dios (servus servorum Dei): el proyecto del Evangelio, de “renovar todas las cosas en Cristo” (Efesios 1,10, recordado como lema por San Pío X), Cristo que “hace nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). San Juan Pablo II decía que esta verdad “es por excelencia la fuerza pacífica y potente de la paz, ya que se comunica por su propia irradiación, desbordando todos los condicionamientos” (Mensaje para la XIII Jornada Mundial de la Paz, 1980), pues “la verdad no se impone de otro modo sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra en los espíritus de manera simultáneamente suave y fuerte” (Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis Humanae, 1). Solo el Papa tiene condiciones de realizar esto, pues solo a él, en sus propias manos, le fue dada esta fuerza: fortes in fide, decía el Apóstol Pedro (I Pedro 5,9).
- Ese Papa deberá ser fuerte como Pastor, porque los tiempos son duros. Nada nos habla más al corazón respecto a esto que el Mensaje de Fátima. Pastor para guiar a la Iglesia hacia el Jubileo de la Redención, sin dejar que el pueblo de Dios caiga en manos de “falsos cristos”, que realizan “prodigios y señales” (Mateo 24,24): los prodigios del transhumanismo, del placer virtual omnipresente, de la inmortalidad por la técnica, en suma, del “hombre nuevo” no por Cristo, sino por el propio hombre. Un engaño. Por eso, toda pastoralidad sin defensa de la verdad es también un engaño, porque la manera propia en que el Papa es pastor es confirmando a los hermanos en la fe (Lucas 22,32) — es el mismo Jesús quien lo dice. No hay otro camino: ni por la política, ni por los medios de comunicación, ni por la ideología, ni por la filantropía — solo por la fe.
- Ese Papa también deberá ser fuerte en carácter, para resistir a las presiones del mundo y de los medios de comunicación de masas, que son portavoces de las fuerzas del mundo. Cuando aquellos tres proyectos que hemos discutido anteriormente perciben a su único opositor, activan todos los engranajes que poseen para destruirlo. En ese momento, el Papa podría capitular y, con ello, poner en riesgo su pastoreo. Pero podrá resistir y, precisamente por eso, elevar al pueblo de Dios consigo — realizando así su función de Pontífice, constructor de puentes entre Dios y su pueblo. Por eso, la fortaleza de carácter y la santidad personal — ser un hombre de oración — nos fortalecerá también a nosotros, simples ovejas.
- Ese Papa deberá ser fuerte en la defensa de la moral, porque la ley natural es la única que está inscrita en el corazón de todos los hombres (Romanos 2,14-15). Es el medio propio por el cual es posible hablar con todos, porque todos poseen razón. La ley natural, como dice Santo Tomás, es la participación de la razón humana en la ley eterna — por eso, la destrucción de la noción de ley natural es el medio por el cual los proyectos globalistas esclavizan a los hombres. En particular, la revolución sexual ha sido capaz de transformar al hombre en un ser puramente terreno y horizontal, sin visión vertical — se crea así un ser domesticado, esclavo del consumismo y del materialismo, controlable por el placer sensible (de la gula, de la lujuria, de Mamón…). Por eso, toda capitulación en la doctrina moral de la Iglesia sobre la sacralidad de la vida humana, sobre la sexualidad, sobre el matrimonio y sobre la familia, en realidad, no hace sino contribuir a la esclavización del hombre y, en última instancia, a la consolidación de los poderes terrenales responsables de la alienación del hombre. Esto no es “diálogo con nuestros tiempos”, sino complicidad con lo peor de nuestros tiempos.
- Por fin — aunque no sea lo último —, ese Papa también deberá ser fuerte en la liturgia. Esta no es una preocupación circunstancial o accidental, salvo que nosotros mismos ya estemos impregnados de la mentalidad del mundo, que lo ve todo a la luz de la política y del materialismo, y que ya no logra reconocer en Dios al Señor de la Historia. Nuestra relación con Él, como Iglesia, en el culto que le rendimos, es lo que orienta todas las cosas. Pues el primer mandamiento es este, en definitiva: amar a Dios sobre todas las cosas. Si olvidamos a Dios, si olvidamos el culto que le debemos, incumplimos el primero de los mandamientos.
Y, aún en este sentido, no debería sorprendernos que el mundo parezca cada vez más alienado de Dios en la medida en que la Iglesia misma se aliena de su culto, de su liturgia, de sus símbolos — una crítica que no hago yo, sino que fue expresada por San Juan Pablo II, con palabras duras, en el Capítulo III de la Carta Apostólica Vicesimus Quintus Annus y en la conclusión de la Encíclica Ecclesia de Eucharistia. Los símbolos no son accidentes de poca importancia; de lo contrario, Cristo no habría enseñado por medio de parábolas. Los símbolos solo pierden valor para quien, imbuido de racionalismo, pretende reducir toda la realidad al empirismo. Cuando la Iglesia renuncia a sus símbolos, renuncia a aquello que mejor habla al corazón del hombre, porque el hombre no es solamente esa invención racionalista y materialista de los tiempos modernos; es también alma y corazón, sediento de Belleza y de Verdad. El símbolo es la única vía capaz de compactar, para la razón y el corazón del hombre, realidades más grandes que él mismo — y es el hombre quien descompacta esos símbolos y escruta su significado en lo profundo de su alma (para que no se diga que estamos siendo demasiado espiritualistas, los términos “compactación” y “descompactación” son tomados aquí de la ciencia política de Eric Voegelin, quien comprendía muy bien el papel de los símbolos en la búsqueda del Orden a lo largo de la Historia).
La Iglesia necesita el patrimonio de sus símbolos, que también forman parte de su depósito, especialmente aquellos símbolos utilizados para rendir culto a Dios y que, a lo largo de la historia, han sido gestados para compactar una percepción cada vez más profunda de realidades muy superiores — se da aquí un desarrollo orgánico del símbolo en el seno de una comunidad viva. El Pueblo de Dios, si verdaderamente es un pueblo, posee también los símbolos con los que se comunica, y no solo entre sí — también con Dios, que forma parte de la Comunidad Primordial del Ser con el hombre (para usar otro concepto de Voegelin), lo cual es aún más exacto cuando hablamos de la Iglesia, que es su Cuerpo Místico. Y es con esos símbolos que la Iglesia manifiesta su belleza, su fuerza, su vigor, su vida, su capacidad de comunicarse y la centralidad de la Eucaristía, que es Dios con nosotros. La riqueza simbólica es señal del crecimiento en la comprensión de los misterios divinos, y por tanto, de una mayor cercanía a Él. La pobreza simbólica es signo de decadencia, no de progreso. Voegelin llama a esto amnesia, que identifica como pérdida de la conciencia de participación en el orden trascendente — y tiene razón.
En este sentido, los Cardenales de los ritos orientales podrán contribuir significativamente, pues sus Iglesias (más que las nuestras en Occidente) han conservado mejor su patrimonio simbólico y litúrgico — comprenden su beneficio para las almas, su capacidad de comunicar el misterio, y también su poder.
Eminencias, esta carta ya se ha extendido bastante. Habría mucho más que decir sobre el Papa fuerte que necesitamos y sobre los diversos aspectos en los que debería ser fuerte, pero no es mi propósito escribir un tratado sobre “el Papado de nuestros días” — algo que Vuestras Eminencias sabrán discernir mucho mejor que yo.
He querido concentrarme en aquellos aspectos que, según mi visión (la de un laico, un hombre más o menos joven, recién llegado a la edad de Cristo, casado, padre, abogado, periodista, un católico que vive en el mundo), considero los más importantes. Es una carta, una comunicación y un ruego filial, una simple y humilde colaboración, desde las periferias, para vuestra escucha. Y espero que, de algún modo, sea de ayuda.
Rezo a Dios por cada uno de vosotros y para que Él ilumine vuestra decisión.
Que la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, y San José, su Custodio, guíen vuestras mentes y corazones.
Nuestras esperanzas están con vosotros — no solo desde las periferias, sino desde todo el mundo.
Escrito en João Pessoa, Paraíba, Nordeste de Brasil.
3 de mayo de 2025, en el Primer Sábado del Mes de María.
Taiguara Fernandes de Sousa
(Carta en inglés)
LETTER TO THE CARDINAL ELECTORS, FROM THE PERIPHERIES
Taiguara Fernandes de Sousa
Most Eminent Cardinals of the Holy Roman Church,
With filial respect and humility, I write from the Northeast of Brazil, a region that, quite rightly, may present itself as a “periphery of the world.” According to official data from the Brazilian Institute of Geography and Statistics—the government agency responsible for collecting such information—in 2023, approximately 47.4% of the population of the Northeast (over 27.5 million people) lived below the poverty line. It is a region that still struggles against drought and hunger, with low levels of education and a lack of basic sanitation. In recent years, it has also endured the growth of drug trafficking and the domination of cities by criminal factions.
But it is also a profoundly Catholic region. Here were born Saint Dulce of the Poor, now canonized; Father Cícero Romão; and, perhaps better known to you, Monsignor Hélder Câmara. Centuries ago, it was also the land of the thirty martyrs of Cunhaú and Uruaçu, now saints. And the Servant of God Friar Damião of Bozzano—though Italian—had the soul and love of the Brazilian Northeast.
Therefore, I write from a periphery. And from a Catholic periphery.
I ask forgiveness if I seem bold in addressing Your Eminences, but since there is so much talk of a “listening Church,” someone must speak in order to be heard.
Your Eminences, in the coming days you will decide the course of the Church for the years ahead. You will elect the Pope who may, perhaps, lead us through the second millennium of the Redemption. And for this reason, this may be a fitting moment to address this eminent College of Cardinals with hope and humility.
In recent times, we have, in a certain way, experienced an “eschatological urgency”. If we take a broader perspective — for a thousand years are like a single day to God (as the Prince of the Apostles, Saint Peter, said in his Second Letter, recalling Psalm 90) — we perceive that we have been living in this eschatological urgency for more than a century.
The two World Wars — and the looming possibility of a Third, far more destructive and deadly — continue to haunt us. For the first time, the words of the Apostle Saint John in the Book of Revelation can be materially fulfilled: robotics can now make possible an army of 200 million horsemen (Rev 9:16), and nuclear bombs realize the hail of fire and blood capable of destroying a third of the earth (Rev 8:7). It is said that Conclaves take place before the fresco of the Last Judgment so that the Cardinals may keep it in mind, but never, in any age, has a generation of Cardinals had such a tangible vision of the end times as yours.
Therefore, if I am placed within a “listening process,” I take the liberty of saying that we need a strong Pope — one capable of standing against the entire world for the sake of justice and truth — because these are not times for weakness. Yes, Your Eminences, a strong Pope. For the rulers of the world, in today’s great competing empires, are strong men: with armies and wealth, and with global domination projects of which they themselves are but a part. Only a Pope (yes, only the Pope) can stand with true strength against that — no one else.
Let us now enter into a dialogue between religious traditions. Hindus affirm that there are three castes among men. These three castes can be understood as symbolic types of the human being, as noted by a great philosopher from my country, Olavo de Carvalho: the brahmana, the priestly caste, responsible for the things of the spirit — in symbolic typology, they would include not only priests but also intellectuals; the kshatriya, the warrior aristocracy; the vaishya, those who administer material and economic goods; and the shudra, who are the servants.
The first three castes, if taken here as symbolic types, can also help us discern three projects of power. In today’s globalized world, these projects are likewise aimed at global domination — which reminds us of what the Apostle Saint John says in Revelation 13:7–8:
- A project of globalism through economic power, strongly present in the consumerist West, where megabillionaires even impose the destruction of the free market in order to eliminate competition. Their wealthy foundations and elite clubs orchestrate its implementation through the destruction of society via the atomization of the human person and the subversion of natural morality — especially sexual morality — which destabilizes human nature in order to create the consumer-slave;
- A project of globalism through military power, clearly discernible in Russia and China, whose opposition to Western financial globalism is rooted in the claim of “multipolarity” — a concept which, however, proves notable in that, ultimately, all the so-called “multiple poles” emerge from the same center of power: the one that controls force. A glimpse of this was visible during the COVID-19 pandemic, when — surprisingly — the entire world, even the so-called “democratic societies,” began to experiment with the Chinese model of a “social credit system,” of domination through surveillance and control via lockdowns, as noted by the Italian thinker Giorgio Agamben. Our churches, too, were closed, and attempts were made to abolish worship;
- A project of globalism through religious power, clearly visible in Islamic expansionism, especially in Europe — an expansion that is grounded in the moral and religious decay caused by Western secularism, as portrayed in literature by Michel Houellebecq in his acclaimed novel Submission.
This is the panorama of reality to which you, Most Eminent Cardinals, will have to respond in the upcoming Conclave. If the scenario described seems eschatological, it is because it truly is — and the nearness of the Jubilee of the Redemption in 2033, alongside the global proposal of the 2030 Agenda, only deepens that perception.
Therefore, when we say that we need a strong Pope, we mean it in many senses:
- This Pope must be strong in the defense of truth — that is, in that which is proper and most essential to the Successor of the Apostle Peter: the preservation of the deposit of faith. It must be so, because that is the principal strength of the Papacy — a strength that immediately places it above all other powers of the world. It is the only force capable of proposing a new, different, and more persuasive project — beyond those three seductive ones we mentioned earlier, thus making the Pope truly, as the ancient title says, the servant of the servants of God (servus servorum Dei): the project of the Gospel, of “restoring all things in Christ” (Ephesians 1:10, recalled as the motto of Saint Pius X), Christ who “makes all things new” (Revelation 21:5). Saint John Paul II said that this truth is “par excellence the peaceful and powerful force of peace, for it communicates itself by its own radiance, overflowing all constraints” (Message for the XIII World Day of Peace, 1980), and that “truth imposes itself solely by the force of truth itself, which gently and powerfully penetrates the spirit” (Second Vatican Council, Declaration Dignitatis Humanae, 1). Only the Pope is in a position to accomplish this, for only to him, in his own hands, has this strength been entrusted: fortes in fide, said the Apostle Peter (1 Peter 5:9).
- This Pope must be strong as a Pastor, because these are difficult times. Nothing speaks more deeply to the heart on this matter than the Message of Fatima. A Pastor who must lead the Church toward the Jubilee of the Redemption, without allowing the People of God to fall into the hands of “false christs” who perform “signs and wonders” (Matthew 24:24): the wonders of transhumanism, of omnipresent virtual pleasure, of immortality through technology — in short, of a “new man” not by Christ, but by man himself. A deception. For this reason, any pastoral approach that lacks the defense of truth is also a deception, because the Pope’s proper way of being a shepherd is by confirming his brothers in the faith (Luke 22:32) — it is Jesus Himself who says so. There is no other path: not through politics, nor through the mass media, nor through ideology, nor through philanthropy — only through faith.
- This Pope must also be strong in character, in order to withstand the pressures of the world and of the mass media, which act as mouthpieces for the forces of the world. When those three projects we have previously discussed recognize their only true opponent, they set all their mechanisms in motion to destroy him. In that moment, the Pope might be tempted to capitulate — and in doing so, would place his pastoral mission at risk. But if he resists, he will, by that very act, elevate the People of God with him — thus fulfilling his role as Pontiff, builder of bridges between God and His people. For this reason, strength of character and personal holiness — being a man of prayer — will strengthen us as well, we who are but simple sheep.
- This Pope must be strong in the defense of morality, because natural law is the only law written in the heart of all men (Romans 2:14–15). It is the proper means through which dialogue with all people is possible, because all possess reason. Natural law, as Saint Thomas Aquinas teaches, is the participation of human reason in the eternal law — and thus, the destruction of the very notion of natural law is the means by which globalist projects enslave mankind. In particular, the sexual revolution has succeeded in transforming the human being into a purely earthly and flattened creature, with no vertical vision — a domesticated being, enslaved to consumerism and materialism, made controllable by sensual pleasure (gluttony, lust, Mammon…). For this reason, any capitulation in the Church’s moral doctrine — regarding the sacredness of human life, sexuality, marriage, or the family — in reality, only contributes to the enslavement of man and, ultimately, to the consolidation of the earthly powers responsible for his alienation. This is not “dialogue with our times,” but complicity with the worst in our times.
- Finally — though not as the last word — this Pope must also be strong in the liturgy. This is not a circumstantial or secondary concern, unless we ourselves have already been steeped in the mentality of the world, which sees everything through the lens of politics and materialism, and can no longer recognize God as the Lord of History. Our relationship with Him, as Church, through the worship we render to Him, is what orients all things. For the first commandment, ultimately, is this: to love God above all things. If we forget God, if we forget the worship we owe Him, we fail to fulfill the very first of the commandments.
And, even in this regard, it should not surprise us that the world appears increasingly alienated from God to the extent that the Church herself becomes alienated from her worship, her liturgy, her symbols — a criticism I do not make on my own, but one that was expressed by Saint John Paul II, in strong terms, in Chapter III of the Apostolic Letter Vicesimus Quintus Annus and in the conclusion of the Encyclical Ecclesia de Eucharistia.
Symbols are not matters of little importance; otherwise, Christ would not have taught through parables. Symbols lose their value only for those who, imbued with rationalism, seek to reduce all reality to empiricism. When the Church renounces her symbols, she renounces what most powerfully speaks to the human heart — for man is not merely that rationalist and materialist invention of modern times; he is also soul and heart, thirsting for Beauty and for Truth.
The symbol is the only path capable of holding in compactness, for the reason and the heart of man, realities greater than himself — and it is man who differentiates those symbols and probes their meaning deep within his soul. (So that we are not accused of being overly spiritualistic, the terms compactness and differentiation are borrowed here from the political science of Eric Voegelin, who understood quite well the role of symbols in humanity’s pursuit of Order throughout history.)
The Church needs the patrimony of her symbols, which are also part of her deposit — especially those symbols used in the worship of God and which, throughout history, have been developed to hold in compactness an ever-deepening perception of far greater realities. What occurs here is an organic development of the symbol within a living community.
The People of God, if it is truly a people, also possesses the symbols through which it communicates — and not only with one another, but also with God, who is part of the Primordial Community of Being with man (to use another concept from Voegelin), something even more exact when we speak of the Church, which is His Mystical Body.
It is through these symbols that the Church expresses her beauty, her strength, her vigor, her life, her capacity to communicate, and the centrality of the Eucharist, which is God with us.
Symbolic richness is a sign of growth in the understanding of divine mysteries — and therefore, of greater closeness to Him.
Symbolic poverty is a sign of decline, not of progress. Voegelin calls this amnesia — which he identifies as the loss of consciousness of participation in the transcendent order — and he is right.
In this sense, the Cardinals of the Eastern rites can contribute significantly, for their Churches (more than ours in the West) have preserved their symbolic and liturgical patrimony more faithfully. They understand its value for souls, its ability to communicate mystery — and its power.
Your Eminences, this letter has already grown long. There would be much more to say about the strong Pope we need and the various ways in which he must be strong, but it is not my intention to write a treatise on “the Papacy of our time” — something Your Eminences will discern far better than I.
I have sought to focus on those aspects that, from my perspective — that of a layman, a man more or less young, recently arrived at the age of Christ, married, a father, a lawyer, a journalist, a Catholic who lives in the world — I consider the most important. This is a letter, a communication, and a filial plea; a simple and humble contribution, from the peripheries, to your listening. And I hope that, in some way, it may be of help.
I pray to God for each one of you, and that He may enlighten your decision.
May the Most Holy Virgin Mary, Mother of the Church, and Saint Joseph, her Guardian, guide your minds and hearts.
Our hopes are with you — not only from the peripheries, but from all over the world.
Written in João Pessoa, Paraíba, Northeast Brazil.
May 3, 2025, on the First Saturday of the Month of Mary.
Taiguara Fernandes de Sousa
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El pontificado de Francisco cayó en errores teológicos y estuvo influenciado por la ideología globalista, lo que se lee incluso en documentos oficiales, que por ello no pueden ser considerados magisterio ordinario.
Ante la línea errática del peor pontificado de la historia, es necesario que el nuevo pontífice condene los errores del papa Francisco, como ya se hizo en el pasado, en que papas como Honorio y Liberio fueron reprobados por sus sucesores (y eso que los errores de esos papas no fueron ni tantos, ni tan graves como los de Francisco).
Por lo tanto, hay que pedir un cambio de rumbo, que lo podrían liderar buenos pastores como Peter Erdo, Gerard Müller, Robert Sarah, Raymond Burke, etc.
Siempre repitiendo la misma cantilena aburrida. Ninguno de esos cardenales será Papa.
Si se aburre, largo. Esta es una web católica y usted no lo es. Además, es un troll de lo más incompetente.
Pues me parece una carta muy correcta. Creo que resume lo que se debe buscar en la elección del papa: fe firme, claridad doctrinal, fortaleza para resistir a los enemigos de la fe, piedad firme.
¿Que esto es obvio?? Debería serlo, sí, pero vivimos tiempos tan confusos que parece necesario recordarlo.
El papa es el sucesor de Pedro. San Pedro terminó sus días en una cárcel de la que salió para ser crucificado. El mundo lo rechazó, como rechazó y rechaza a Cristo. El sucesor de Pedro, lo mismo que los demás cristianos, estamos advertidos. La fidelidad a Cristo puede costar cara.
Chapeau
El pontificado de Francisco abrió una etapa en el Vaticano. Ha abierto procesos que el propio colegio cardenalicio le pidió que abriera. Ha vuelto a dar importancia al discernimiento como herramienta para descubrir la voluntad de Dios en nuestro mundo. Ha abierto la puerta a una manera más actual de ser Iglesia.
Entiendo sus miedos. Pero el Papa Francisco ha sido uno de los mejores papas de la historia. Incomprendido y denostado por una minoría. Veo que aquí hay alguna persona.
Necesitamos un Papa que siga pastoreando desde el Evangelio y no desde la doctrina (es un necesaria e imprescindible, pero no rígida). Creo en una Iglesia más de minorías que de mayorías automatizadas y ausentes de relación personal con Dios.
Que Dios les bendiga.
Evangelii Gaudium,el Papa Francisco ha sido el peor de la historia de la Iglesia Católica, creando confusión y división, por no decir la tiranía que ejerció en el Vaticano,dicho por trabajadores y Cardenales.
Un Papa fuerte, un Papa santo y fiel a Jesucristo.
Otro Francisco. Que pueda guiar por los caminos que él se atrevió a abrir para la iglesia del tercer milenio y pueda liberar la riqueza del mensaje del salvador de las trampas de una falsa dogmática auroreferenciada, fariseica y poco cristiana, de una burocracia que asfixia y de una parafernalia que encubre.
Una iglesia cercana y vocera del mensaje original y del amor divino inconmensurable y no de los intereses hegemónicos que pretenden manipularla o de los vergonzosos abusos y delitos que se encubrían en su seno.
Un Francisco con mejor control de la curia, mayor fortaleza doctrinal y mayor legitimidad sinodal,gracias justamente a las reformas del primero.
Que la tradición sea santa y no cómplice como han querido hacerla y usarla.
No interesa.