Siguen señalando al cardenal Cipriani. Y siguen haciéndolo solo con una acusación anónima. Un supuesto «AF» que, tras más de cuarenta años de los hechos y siete años de su primera carta al Papa, sigue sin dar la cara. Y mientras tanto, pretenden que la Iglesia entera se pliegue ante una simple carta, nunca sometida a proceso público, nunca contrastada, nunca verificada ante un tribunal.
Hoy tenemos que decirlo con claridad: sabemos quién es AF. Sabemos su nombre, su historia, su contexto. Y si persisten en esta campaña de demolición moral, no dudaremos en hacerlo público. Porque aquí no se trata, como quieren hacernos creer, de una lucha entre la impunidad y la reparación. Aquí lo que está en juego es la batalla entre el imperio del miedo y chantaje y el respeto al derecho.
Porque si el nuevo estándar es creerse toda denuncia anónima sin más, entonces también podríamos dar por ciertas las muchas acusaciones que circulan, igualmente anónimas, sobre la conducta de algunos cardenales ¿Vamos a condenarlos a todos por simples rumores? ¿Vamos a aceptar que un anónimo basta para destruir la reputación de cualquiera?
No. Nosotros creemos en el derecho, en la presunción de inocencia, en que todo hombre es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Y no vamos a permitir que Cipriani sea condenado sin juicio, sin pruebas, solo porque conviene políticamente que desaparezca.
Lo que pretenden es que baste una acusación para aniquilar una trayectoria, que baste un titular para borrar medio siglo de servicio. Pretenden instaurar un régimen de terror mediático donde ningún pastor esté a salvo si algún día incomodó a la nueva agenda eclesial.
No lo vamos a aceptar. No vamos a permitir que el colegio cardenalicio se rinda al chantaje de las redes sociales y de los medios progresistas. Por amor a la iglesia los defenderemos a ellos , a obispos y sacerdotes.
Si esta cacería sigue, si los que ahora callan se suman al linchamiento, tendrán que escuchar también la verdad completa. Aquí no se defiende la impunidad; aquí se defiende el derecho frente a la arbitrariedad, la justicia frente al miedo, la Iglesia frente a la inquisición mediática.
Se terminó en la Iglesia el tiempo en que se atropelló el derecho a la defensa y a un debido proceso.