De dejarse uno llevar por la atmósfera romana, podría parecer que Francisco no murió hace apenas una semana, sino un siglo.
Aquí, los vestigios materiales de su pontificado son sorprendentemente escasos. Apenas asoman retratos del papa finado en los escaparates de las inevitables tiendas de souvenirs que rodean el Vaticano – Juan Pablo II, veinte años después, compite ventajosamente con él – y, dado lo magro de su producción, tampoco abruma su presencia editorial que digamos.
Ni se percibe por parte alguna esa nostalgia que nace del cariño: uno esperaba hallar un cierto sentimiento de orfandad o de desamparo pero, donde lo ha encontrado, este se remonta a bastante más que a una semana.
De modo que toda la zarabanda mediática se descubre, descarnada, como de cartón piedra. El relato oficial descarrila a lomos de una palurda de la sexta que toma a los cardenales por teloneros de Taylor Swift, mientras entre los purpurados impera un híbrido de loables prudencia y silencio, justificados por esta docena de años durante los que el derecho ha constituido el simple elemento de un atrezzo.
Y es que la sociedad civil no ha sido el único ámbito en el que el despotismo ha sustituido a la norma en estos últimos tiempos; también en Roma la invocación de un pretendido bien superior ha sido frecuente argumento de atropellos sin cuento y de misericordias estrábicas. Es, por humano, comprensible que antes se tema la continuación de unos modos venales y despóticos que otros desvaríos, sin restar a estos nada de su gravedad. Lo cual tiñe de una complejidad, acaso poco meditada, el escrutinio cardenalicio de la próxima semana; algo que comentaremos pronto.
El ingreso de los cardenales a las Congregaciones Generales que preceden al cónclave está teniendo, en todo caso, algo – mucho – de majestuoso en su sobria compostura, con un recato que rehúye la exhibición de escaparate propia de las humildades impostadas.
Aquí y hoy, en Roma a 29 de abril de 2025, parece que Francisco haya muerto hace un siglo.
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Hablando desde el odio.
Las palomas tratando de ensuciar las estatuas sin alcanzar jamás su grandeza.
¿Será este el verdadero Gurpegui? Escribe igual.
«¿Será este el verdadero Gurpegui? Escribe igual»
Que Dios le conserve a usted el olfato, porque menuda vista tiene (desahuciado sin remedio, así que ni intente ir a Lourdes: lo de usted no tiene cura).
LUISILLO CARIDADES
Hay que ver que misericordioso es usted, que bueno, que puro y que caritativo, pero caritativo de cara de jeta.
¿Donde esta ese odio que usted atribuye a un relato muy pausado y sosegado? En usted mismo. Usted ve lo que tiene dentro y se lo atribuye a otros.
Y si hablamos de la grandeza de Bergoglio a cual se refiere, a la de su panza oronda ecológica o al volumen de sus cuescos veganos? Es que son las únicas que se le conoce, bueno y la grandeza de su falsedad y rencor, se parecía a usted, proyectaba en otros su propia mier…
Ánimo don Fernando, tengo un par de libros suyos (uno dedicado) y lo veo ahora otra vez en El Toro. Estuve echándole de menos cuando se marchó a aquella empresa fallida de tv y ha sido una gran alegría verlo volver a El toro. No tengo mucha costumbre de ver programas en streaming, la verdad, me gusta más la tele y por eso no me lo pierdo. He visto algunas de sus conferencias en Trento y le digo que voy a leerle todos los días cuanto envíe usted desde Roma. El programa en el que usted participó en el día de autos en El Toro, sobre el difunto papa, fue demoledor, clarificador y verificador de este nefasto papado, un huracán de viento fresco de la verdad en medio de la borrasca de ditirambos, halagos, peloteos y «sapiencias» de tanto vaticanista, opinador y teletertuliano que no tenían n.p.i de lo que estaban hablando ellos mismos en las teles sobre el pontificado del presbítero argentino. Dios quiera que encuentren inspiración los padres conciliares y elijan a un Papa grande y docto.