Misiones de fray Lope de Olmedo durante su estancia en la diócesis de Sevilla como administrador apostólico (1429 – 1432)

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LAS TRES VIDAS DE FRAY LOPE DE OLMEDO (XXXIII)

Pilar Abellán OV

Fray Lope de Olmedo, general de la Orden de los Monjes Ermitaños de san Jerónimo, con cinco monasterios en Italia y uno en la diócesis de Sevilla, había sido ahora nombrado por Martín V Administrador Apostólico de la Archidiócesis de Sevilla. Así vimos que lo narraba el monje Norberto Caymi quien, deseando transmitir la profunda espiritualidad de Lope, indica cómo, “cuando llegó allí (a la diócesis de Sevilla), fue inmediatamente a la Iglesia Mayor para dar gracias a Dios por su prosperidad: luego entró en el Palacio Arzobispal, y habiéndose dado a conocer por lo que era, y por qué había venido allí, dio al Cabildo y a los principales Ministros de aquella Iglesia las Órdenes de la Santa Sede. Todos le recibieron con actos de estima y veneración que no eran ordinarios, tanto por la amplísima autoridad que le había conferido el Pontífice como por la excelencia de sus prerrogativas particulares”.

Me parece muy interesante transcribir las palabras de Caymi, monje de la orden fundada por fray Lope en 1424, y que vivió en el siglo XVIII, puesto que me resulta bastante evidente que el libro de Pio Rossi de 1612, en el que se basa Caymi, es una respuesta a la publicación de la Historia de la Orden de san Jerónimo de fray José de Sigüenza a finales del s. XVI. En la obra de Rossi, que Caymi quiso ampliar un siglo después, se trata de refutar a fray José de Sigüenza en su intención de damnatio memoriae de fray Lope y poner en valor su vida y obra monástica. Con esa intención y utilizando su tono habitual de plasmar el hombre de profunda fe que era fray Lope, continúa Caymi: “Los santísimos recuerdos que les hizo sentir al principio en torno al culto divino, la edificación del pueblo y la integridad de las costumbres, fueron verdaderos preludios de las pruebas que luego les dio de su valor en el cumplimiento de los encargos recibidos. Después de esto no tuvo mayor cuidado que ocuparse en todos aquellos ejercicios que pudieran ilustrar aún más su santidad y celo. Atendió al gobierno del obispado con todo su espíritu y ardor, visitando con frecuencia las iglesias de la ciudad y de la diócesis, y ayudándolas en lo que necesitaban, sin que nunca les faltase ni asistencia ni amor” (basado en la biografía en italiano de Pío Rossi: vit. Ital. lib. 5 pg. 384). 

“Las razones que pertenecían de algún modo a esa Iglesia – continúa Caymi – eran aclaradas por él, y llevadas a un ajuste y orden adecuados: y no era necesario que consultara la pericia de otros, ya que él mismo se mostraba muy entendido en tales asuntos. Destinó a las personas más vigilantes y fieles a la administración de las haciendas, aunque no omitió trabajar para restaurarlas a un mejor estado y procurarles todos los socorros que la necesidad requería. En resumen, como buen ecónomo y sabio político, no dejó de hacer todo lo que podía ser útil y honroso para el obispado, y para el pueblo, en aras del mayor beneficio y alivio. Los ingresos anuales, que desde entonces habían alcanzado una suma considerable, se aseguró de que sirvieran para mantener lugares piadosos, alumnos, hijas necesitadas y a cualquier pobre abandonado, sin guardar nada para sí mismo ni para su religión; tal era el afecto hacia el pueblo, tal el desprecio por las riquezas. Su rígida forma de vida, su dureza monástica, nunca fue relajada por él, no es que fuera omitida; pero siempre se aferró a esa observancia, que una vez había abrazado. Con tal regla vivía en medio de la Ciudad como en el Claustro, y su morada, más que una Corte, aparecía a los ojos de sus contemporáneos como un Monasterio”.

Sin embargo, la realidad del trienio de fray Lope como Administrador Apostólico de la archidiócesis de Sevilla parece distar mucho del camino de rosas descrito por Caymi. Al respecto, podemos leer en un interesante artículo de David Caramazana sobre los antecedentes constructivos de la catedral de Sevilla, iniciada en el siglo XV muy valiosas informaciones. 

Caramazana analiza cómo la designación de Lope de Olmedo para administrar la diócesis de Sevilla “se entiende desde diversos puntos de vista”: por un lado, el emisario enviado por el Cabildo de Sevilla a la corte de Juan II fue fray Diego Martínez de Medina, prior del monasterio de San Jerónimo de Buenavista y proclive a la reforma de fray Lope, por otro, la lealtad de Olmedo a Martín V favorecería su promoción en una archidiócesis necesitada de concordia. Según García de Santa María fue rescibido en paz e sin ningún contrario a la administración, así por el Rey como por el cabildo de la iglesia, e por toda la ciudad e por todas las villas e lugares del Arçobispado. Sin embargo, ante tal afirmación, cabe recordar que Diego de Anaya y Maldonado – el obispo depuesto al que Lope venía a sustituir – trató de obstaculizar su administración y buscó difamar su figura poniendo en entredicho la reforma jerónima de fray Lope, a la par que intentaba excomulgarlo.

David Caramazana ha sido extremadamente amable ayudándome a ampliar la información sobre este acontecimiento, facilitándome el artículo de José Antonio Ollero Pina del año 2007, “La caída de Anaya. El momento constructivo de la catedral de Sevilla” en cuya página 159 aparece mencionado. Los datos, afirma Caramazana, proceden principalmente de Vicente Beltrán de Heredia (como verá en las notas); además, como menciona el historiador, la tradición cronística sevillana también se hizo eco de ello. 

La figura de Diego de Anaya merecería mención propia. Parece que fue “un arzobispo de Sevilla autoritario y déspota, interesado en promocionar su Salamanca natal y con redes clientelares que presionaban en distintos territorios”. Es muy interesante, de hecho, cómo los caminos de fray Lope y Anaya ya se habían cruzado de alguna manera en Salamanca, donde Lope fue estudiante universitario y Anaya fundó el Colegio Mayor de San Bartolomé. Pero detengámonos en la explicación de Ollero Pina sobre la tortuosa etapa de fray Lope como administrador apostólico de la diócesis de Sevilla, que no estuvo exenta de conflicto, dada la situación de la diócesis y el poder de su antecesor en el cargo, Diego de Anaya. Así lo explica Ollero Pina: “Después de tanto, el administrador interpuesto (Lope) no pasó de ser un hombre de paja, utilizado a la par por Eugenio IV y por Álvaro de Luna, que se mostró incapaz de imponerse sobre las facciones en que se dividía el cabildo que se le había encomendado. Contra lo que creyeron los momentáneamente vencedores, el apartamiento de Anaya no fue aceptado por sus partidarios como una derrota definitiva. La relación de fuerzas entre facciones era más equilibrada de lo que se había entendido en principio en Roma y el arzobispo expulsado todavía conservaba sus valedores. Si no hubiera sido así, carecería de sentido que Eugenio IV se sintiera obligado a emitir en marzo de 1432 otra bula para ratificar la de su antecesor que no agregaba nada nuevo a los motivos que se expusieron el año antes (en la bula de Martín V). 

La razón para que el papa recordara los motivos de la destitución no era otra que responder a los que ponían en duda la vigencia canónica del nombramiento de fray Lope una vez que Martín V había fallecido”. La intervención pontificia vino forzada porque los abogados de don Diego estaban moviéndose en la curia arguyendo con las armas que mejor manejaba su patrón, las jurídicas. La súplica posterior de fray Lope de 12 de mayo pone de relieve que ésta era una de las cosas que estaba sufriendo (nota 111, p. 159, Beltrán de Heredia, 1970, pp. 284 – 285 y 290). Anaya había intentado excomulgarle y no cesaba de promover ante los tribunales romanos litigios contra él; además, en la misma Sevilla sus secuaces y familiares habían emprendido una continua labor de subversión instigando todo tipo de dificultades para lograr que se retirase de la administración de su iglesia. El papa reconoció de manera explícita los fundamentos ciertos de tantas quejas al inhibir a los auditores pontificios y avocar a su persona las causas que llegasen contra fray Lope, pero la situación para éste se había hecho insostenible”. 

Una vez desvelado el hecho de la pesada carga que debió significar este cargo para Lope ante las continuas oposiciones y difamaciones, veamos las principales misiones que le encargó Martín V en este periodo.

Junto con el complicado cargo de administrador de la diócesis, fray Lope de Olmedo recibió otras misiones en la península Ibérica de parte de Martín V. 

Lorenzo Alcina (Yermo, 1964) narra que “en Sevilla, Lope reformó el convento de las Santas Justa y Justina, de religiosos trinitarios, para lo cual recibió una bula pontificia, fechada a 31 de diciembre de 1431 y dirigida a “Lupo Gundisalvi, monachorum secundum ordinem Sancti Hieronymi praeposito generali, auctoritate apostolica deputato” (L. Gómez Canedo, Un español al servicio de la Santa Sede, Don Juan de Carvajal, Madrid, 1947, p. 268). Como legado pontificio, recibió salvoconducto para viajar por tierras de León y Castilla, donde pacificó algunas disensiones existentes entre obispos, e hizo un viaje a Portugal como visitador de los canónigos seculares de la Congregación de san Juan Evangelista (Gaetano Morini, Dizionario…, pág. 96)”.

Al respecto de la pacificación de “algunas disensiones existentes entre obispos de tierras de León y Castilla”, Caymi explica cómo “habiendo restablecido las cosas espirituales y temporales de aquella Iglesia, con satisfacción universal, en su antiguo orden y esplendor, se dirigió al Reino de Castilla para cumplir el otro encargo que le había hecho el Pontífice. Tan pronto como llegó allí, declaró que se le había conferido el poder y ordenó a los obispos que estaban en desacuerdo que se reunieran allí, donde las cosas podrían tratarse más cómodamente. Lope entendió las diferencias entre ellos, comprendió las razones de las mismas, y después de sopesar todas sus razones, decidió sobre el asunto de acuerdo con la equidad. Tan felizmente tuvo éxito en su empresa, que, habiendo eliminado cualquier causa de discordia, vio, para su gran regocijo, una paz muy firme establecida entre los prelados. Hecho esto, el pacífico Mensajero partió inmediatamente de Castilla, y habiendo dejado allí gran testimonio de su gran habilidad en todo asunto importante, no sin fama de hombre muy piadoso y culto, volvió a Sevilla y reasumió las riendas de su ministerio con el mismo fervor con que había comenzado”.

Y sobre el viaje a Portugal como visitador de los canónigos seculares de la Congregación de San Juan Evangelista, Caymi explica que “tal vez en medio de estas ocupaciones, Lope recibió la orden del papa Martín V de ir al reino de Portugal (Jacopo Filippo Tomasini Annal. Congreg. Canon. Saecul. S. Georgi in Alga. Gio. Pietro Crecenzio Presidio Romano lib. 2. pag 28; según bula de Martín V, que comienza: Venerab. Fratri Episcopo Visenen. & dilecto filio Lupo de Olmeto, dada en el año 14 de su pontificado el 20 de enero) para visitar la recién erigida Congregación de Canónigos Seculares conocida como Congregación de San Juan Evangelista, para lo cual compuso también algunas reglas tomadas de las que él mismo profesaba. Una vez hecho todo esto, regresó rápidamente a la ciudad de Sevilla”.

En Sevilla, Lope de Olmedo nombró como Vicario General de la Archidiócesis al Arcediano de Écija y canónigo don Pedro Cabeza de Vaca, hijo de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. 

Durante su trienio como administrador apostólico, Lope llevó a cabo importantes acciones de promoción artística en la fase inicial del proyecto catedralicio. Al respecto, David Caramazana indica en el artículo ya citado que “es necesario retrotraernos varias décadas antes del comienzo documentado de la «obra nueva» con el fin de comprender las motivaciones que pudieron estar detrás de esta magna construcción y replantear sus antecedentes constructivos”. A este respecto, la administración de fray Lope de Olmedo, que el autor data entre 1431 y 1432, sería una fase de reactivación del proyecto. Leemos: “La rápida utilización de la nueva figura de poder en la silla arzobispal por parte del Cabildo hispalense es esencial para entender la importancia que tuvieron los prelados en Sevilla. Justo con la llegada de Olmedo como administrador se iniciaron nuevos requerimientos de financiación con destino a la Fábrica. Debemos subrayar el año en el que estamos, el de 1431, dos años antes de la llegada documentada del maestro Ysambart a Sevilla. Así, esta referencia documental cierra la puerta a la incertidumbre de si estaba en marcha un proyecto reconstructivo en la catedral hispalense antes de 1433, ya que la especificación sobre la dimensión económica que se intenta recaudar y el destino en curso que mencionan no dan pie para sostener lo contrario: “Muy alto e muy poderoso príncipe rey e señor. Juan Ximenez de Arauso e Alfonso Martines de Albarrasyn, jurados de la vuestra villa, besamos vuestros pies e vuestras manos e nos encomendamos en la vuestra muy alta señoría, a la qual plega saber que agora nueuamente don Alfonso Segura, deán de la iglesia de Seuilla, así commo prouisor e vicario de la dicha iglesia por don frey Lope de Olmedo, aministrador de la iglesia e arçobispado de Seuilla, que dio sus cartas para el vicario e cleresía de la dicha villa de Carmona así commo villa del dicho arçobispado, por las quales mandó que fuesen escriptos e puestos por ynuentario todos los [bienes] muebles e rayses que los ospitales e cofradías de la dicha villa de Carmona tenían e poseyan dis que por lo mandar tomar e distribuyr en la obra que dis que se fase en la dicha iglesia de Seuilla […] E, poderoso señor, dísese que manda el dicho deán tomar las rentas e bienes de las fábricas de las yglesias de la dicha vuestra villa para los vender e dar e distribuyr en la dicha obra”.

En la anterior cita se recoge la petición de dos jurados de la villa de Carmona al rey de Castilla para que las autoridades de la archidiócesis no tomen y distribuyan los bienes de los hospitales, las cofradías y las iglesias de dicha ciudad para la obra que dis que se fase en la dicha iglesia de Seuilla. Esta operación sería impulsada por el deán Alfonso Segura y el arcediano de Écija Pedro Fernández Cabeza de Vaca, y sobre la que es posible imaginar que quisieran inventariar no solo los bienes y fábricas de los templos de Carmona, sino de otras ciudades y villas del arzobispado con el fin de disponer de ellos para la obra catedralicia”. Caramazana indica que “el desarrollo de un primer proyecto durante la década de 1420 se ha podido confirmar en tiempos de la administración de don Lope. El requerimiento a la villa de Carmona para inventariar los bienes de sus iglesias y hospitales para la obra que dis que se fase en la dicha iglesia de Seuilla es explícito a este respecto. En este sentido, si el administrador Lope de Olmedo no hubiese ratificado la recaudación de fondos ideada por el Cabildo no se habría iniciado el procedimiento, pues el deán actuaba como prouisor e vicario de la dicha iglesia por don frey Lope de Olmedo. De hecho, la rápida intervención de este administrador para recaudar fondos con destino a la Fábrica catedralicia refleja que, sin el compromiso de la máxima dignidad en la Iglesia de Sevilla, la empresa constructiva no avanzaba con regularidad”. “Hemos advertido – continúa David Caramazana – en la administración de Olmedo que si nos centramos en las fechas de su gobierno (1431-1432) y las comparamos con la presencia documentada de Ysambart (1433-1434), debemos rechazar las propuestas que hacen al maestro flamenco el creador de un proyecto ex nihilo, a no ser que se encuentren nuevas noticias que prueben una hipotética primera estancia de este maestro durante la prelatura de Ejea (c. 1410-1417)”. 

Veamos para finalizar una cuestión problemática que cita Caymi e intentemos resolverla. Afirma Don Caymi: “En medio de las pesadas ocupaciones de una diócesis tan vasta, como era esta de Sevilla, Lope encontró tiempo suficiente para visitar los Monasterios fundados por él en aquella Provincia. Imposible es decir con qué amor y celo emprendió esta Visita; cuál fue la prudencia con que se guió para promover entre aquellos Monasterios la observancia regular que había comenzado, y para erradicar cualquier abuso, por leve que fuese, que allí pudiera haberse introducido (p. 190). Ni su sagacidad y solemnidad en observar la conducta de los Superiores puestos por él en el gobierno de los Monasterios (statut. antiq. ord. in calce. Rossi. Vit. Ital lib. 5), y al amonestarlos respecto a sus deberes, poniéndoles delante la estricta cuenta que debían rendir de las faltas cometidas en el reglamento, y sugiriéndoles que acompañaran la expresión del mandato con el ejemplo; que impusieran a sus súbditos cosas alejadas de toda severidad; que debían invitar a los infractores al buen camino y hacerles conscientes de sus faltas, y que si era necesario emplear todo el rigor del castigo para vencer su renuencia, debían hacerlo a más tardar, y después de que hubieran sopesado maduramente su culpa”.

Es difícil sin embargo entender estas palabras de Caymi porque en el momento en que fray Lope llegó a Sevilla como administrador apostólico, solamente tenía en Sevilla, como ya indicamos, el monasterio de san Jerónimo de Acela en la sierra de Cazalla. Es solamente a finales de 1431, en la etapa final de su cargo, cuando puede tomar posesión del monasterio de San Isidoro del Campo, situado en Santiponce, diócesis de Sevilla, que había recibido por bula papal del conde de Niebla en 1429. Ya pudimos ver en la anterior entrega cómo Lope había obtenido una lettera passus de Eugenio IV para desplazarse en 1431 con doce monjes desde Roma a Sevilla. Doce era el número de monjes que Lope quería para sus monasterios, en la línea del movimiento observante.

A la entrada de los monjes ermitaños de san Jerónimo de san Jerónimo al monasterio de San Isidoro del Campo y a la renuncia de Lope al cargo de administrador apostólico de la diócesis de Sevilla dedicaremos la próxima entrega.

*Imagen: grabado del barrio de Triana, Sevilla, en el siglo XVII

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