David Amado Fernández
Después de lavar los pies a sus discípulos, Jesús les pregunta: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?» Las palabras no son capaces de agotar la respuesta. Su gesto, que no puede separarse de su entrega en la cruz ni de la institución de la Eucaristía, expresó su amor hasta el extremo. También nos es difícil situarnos en ese extremo de Jesús, tan cercano al Padre, pues es su Hijo, y tan próximo a nosotros hasta el punto de hacerse nuestro servidor. Aún más sorprende su presencia sacramental en la Eucaristía, donde se nos da como alimento sin que su cuerpo glorioso abandone el cielo. Esos dos extremos, aparentemente tan distantes, expresan la grandeza de su amor. Marcan también el camino que ha de seguir el discípulo que se alimenta del pan de la Eucaristía.
En la Eucaristía, como en la cruz, se unen la obediencia y la libertad. Jesús, para cumplir la voluntad del Padre, se dona a sí mismo. Nadie le quita la vida, sino que es él quien la entrega. Estamos ante un mismo misterio del amor que hoy contemplamos en tres momentos: la institución de la Eucaristía, el lavatorio de los pies y la agonía de Getsemaní. La Eucaristía es pan partido y sangre derramada por nosotros. Con el lavatorio, Jesús resume lo que ha sido su vida y ejemplifica cómo debemos amarnos los unos a los otros. En Getsemaní, se manifiesta el fruto de la oración, que es la obediencia. Jesús, recuerda el Catecismo, «ha querido humanamente todo lo que ha decidido divinamente con el Padre y el Espíritu Santo para nuestra salvación».
Jesús nos ha dejado su ejemplo: ha dado la vida por nosotros. El lavatorio de los pies, al que Pedro se resiste porque no comprende su grandeza, apunta a la entrega de la cruz. Después, en la celebración de la Eucaristía tendremos el memorial del sacrificio de Cristo y la oportunidad de la comunión. También hoy recordamos la institución del sacerdocio ministerial. Así podemos celebrar la santa Misa y unirnos al sacrificio de Cristo. Recordamos el amor de su entrega, que también se nos ofrece en la comunión para que seamos transformados por él. Recomendaba san Cayetano: «No recibas a Jesucristo para hacer tu voluntad, sino que quiero que te entregues a él y que él te reciba, para que él mismo, el Dios que te salva, haga en ti y para ti lo que él quiera».
La Eucaristía tiene ese poder de transformarnos para poder vivir según la entrega de Cristo, es decir, según su amor. La Eucaristía nos arrastra hacia lo alto, pero lo hace desde el extremo del abajamiento. Pedro se resiste a que Jesús le lave los pies. Le costaba entender un abajamiento tan grande, un signo tan inmenso del amor de Dios. Nuestro agradecimiento hacia la Eucaristía debe tener siempre presente que es quien viene a nosotros. «Cristo —decía el P. Huvelin— ha elegido para sí el último puesto, de tal manera que nadie se lo pueda arrebatar».
Es en ese último lugar donde nos ha encontrado a nosotros, heridos por el pecado. Y es también a ese último lugar al que queremos llegar siguiéndolo en el ejercicio de la caridad. Solo lo alcanzaremos plenamente cuando seamos totalmente transformados por él. Santa Teresita, extasiada al contemplar la humildad del Rey de la gloria, exclamaba: «¡Qué manso y humilde de corazón me pareces, Amor mío, bajo el velo de la blanca hostia! Para enseñarme la humildad, ya no puedes abajarte más».
Cortesía de la revista mensual Magnificat
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Extraordinario artículo como lo son en general los que Magnificat pública.
Ayer trataron de acabar con un Hombre extraordinario.Y lo crucificaron.
Dos mil años después,siguen empecinados en acabar con el Dios que aquel Hombre Es.
Fuera ¡y dentro! de la Iglesia están en esas.
¡Vano intento!:
De sus Llagas Mana Vida.
De su Muerte,Resurgir.
De su Extinción,Existir.
De su Costado,Bebida.
De su Carne Lacerada,
Rico Pan de Vida Eterna.
De su Profunda Cisterna,
Agua Viva Rebosada.
De sus Espinas punzantes,
los más altos Pensamientos.
De sus Miembros tan Sangrientos,
los Bálsamos más calmantes.
De su Nariz roja y rota,
un Linimento que Cura.
De su Mirada,¡tan Pura!,
del abismo la Derrota…
Item mas:
16 abril, 2025 a las 6:36 pm
Del pensamiento un gigante,
creyó que con su argumento
disolvería en el viento
al Dios que adoraba antes…
pero ocurrió que,al instante,
se convirtió en un jumento;
su otrora gran pensamiento,
devino en pobre guisante…
¡Qué locura y qué hilarante
es pretender ser portento
ante el Rey del Firmamento,
frente a Quien todo es tremante!
Quien se cree tan importante,
y no ve que es flato y viento,
es más torpe que un jumento
que va siempre hacia adelante…
Dios Es Dios.El SER Tonante.
De los bosques;del desierto;
de los vivos,de los muertos;
de los Profetas;del Dante…
Del Querubín,del Arcángel;
del hombre,que existe incierto.
Del cielo,a veces cubierto,
y otras veces fulgurante.
Del cometa que va errante;
del astro,que pende yerto;
del inefable concierto
de los astros en el aire.
Del grillo,del elefante;
de la alta mar y del puerto.
Anonadado en un Huerto…
¡Resucitado y Triunfante!…