Los claretianos de Barbastro: adolescentes al paredón, soldados de Cristo hasta el último suspiro

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Lo fácil es callarse. Lo cómodo es mirar a otro lado. Lo políticamente correcto es hablar de “los dos bandos” y repetir el mantra laicista de “superar el pasado”.

Pero cuando uno contempla a un puñado de adolescentes arrastrados al paredón por ser cristianos, el silencio se vuelve complicidad. Esta es la historia de los mártires claretianos de Barbastro. Ni milicianos, ni conspiradores, ni “enemigos del pueblo”. Solo jóvenes con sotana, rosario y vocación.

Agosto de 1936. En el seminario de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, hay 60 jóvenes. La mayoría no alcanza los veinte años. Algunos no han pronunciado aún los votos perpetuos. Estudian teología. Juegan al fútbol. Rezaban el rosario en grupo. Y eso bastó para condenarlos a muerte.

Los detuvieron uno a uno, con listas preparadas. Les confiscaron todo, incluso sus crucifijos. Los llevaron a la cárcel de Barbastro como si fueran asesinos. Allí comenzó el infierno. Los insultaron, los obligaron a pisotear imágenes de la Virgen, a escupir sobre el crucifijo. Les ofrecieron salvarse: bastaba con apostatar. Ninguno aceptó.

Durante semanas los tuvieron hacinados en condiciones inhumanas. La comida era escasa, el calor insoportable. Pero ellos no dejaban de cantar. Cantaban el Salve Regina, cantaban al Corazón de Jesús. Uno de los carceleros, furioso, gritó: “¡Callaos de una vez!”. Y uno de los seminaristas respondió: “No podemos. Vamos a morir… déjanos cantar a Aquel por quien damos la vida”.

La madrugada del 12 de agosto empezó la masacre. Los sacaron por grupos, en camiones, como ganado. Y uno por uno fueron fusilándolos. Uno por uno cayeron los adolescentes mártires, con los brazos en cruz, gritando: “¡Viva Cristo Rey!”

Un testigo presencial relató que el último grupo fue el más joven. Los milicianos bromeaban: “Estos todavía huelen a leche”. Uno de ellos, apenas un muchacho, pidió la palabra antes de morir. “Os perdonamos. Lo hacemos por amor a Jesucristo. Que Él también os perdone”.

Y luego, sin capucha, sin temblar, esperaron la ráfaga. Se encontraron los cuerpos destrozados, pero con los rosarios enredados entre los dedos, y algunos con el escapulario todavía sobre el pecho.

¿Dónde estaban los intelectuales? ¿Dónde los poetas republicanos, los defensores del progreso? Estaban callados. Porque el crimen era el de siempre: creer en Dios.

Y ahora, casi un siglo después, hay obispos —con mitra y báculo— que aún no se atreven a llamar al mal por su nombre. Que balbucean equidistancias, que condenan “toda violencia” sin tener el valor de decir quién apretó el gatillo y por qué. Como si los seminaristas de Barbastro hubieran muerto en un accidente de tráfico. Como si no hubiera habido verdugos, ni odio, ni persecución.

Pero la sangre de estos jóvenes clama al Cielo… y también a la conciencia cobarde de quienes hoy pretenden reconciliarse con el mundo traicionando a los suyos. No hubo juicio. No hubo defensa. No hubo delito. Solo odio a Cristo.

De eso nos salvó Franco. De que los enemigos de la cruz pasearan su odio por nuestras ciudades sin encontrar resistencia. De que los seminarios se convirtieran en morgues. De que los que mataban niños seminaristas nos gobernaran con sonrisa de cheka.

Los mártires claretianos no fueron mártires por casualidad. Fueron mártires por amor. Y el amor, cuando es verdadero, no necesita tener 40 años. Basta con tener fe.

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Comentarios
1 comentarios en “Los claretianos de Barbastro: adolescentes al paredón, soldados de Cristo hasta el último suspiro
  1. Impresionante el ejemplo que dieron estos mártires. Hemos estado de peregrinacion al Museo de los Mártires Claretianos de Barbastro con los jóvenes ( Nuestro hijos incluidos) de nuestra parroquia.
    Antes hicimos un vídeo-club de la película.
    Muchos más deberían pasar.

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